Decir lo que se ha callado demasiado tiempo: cine y memoria para salir de la crisis
El polvo ya no nubla nuestros ojos es un cortometraje documental que reúne testimonios de víctimas de los grandes conflictos en la historia reciente del Perú. Grabado en Super-8, este trabajo del Colectivo Silencio explora la violencia política desde todas sus aristas: indaga en temas como el racismo, el machismo, la explotación laboral o el asesinato de líderes ambientales, ofreciendo un relato coral que esclarece las implicancias de la crisis actual en el país. Conversamos con Fernando Vílchez, miembro fundador del colectivo.
Por Alonso Almenara
Para Fernando Vílchez, el reconocido autor del filme documental Su nombre es Fujimori (2016), es absurdo buscar el origen del estallido social que vive el Perú únicamente en problemas coyunturales. Es una crisis que viene de lejos.
Por esa razón, considera que los peruanos necesitan hacer ejercicios de memoria. Y en particular, que necesitan escuchar a las víctimas de los conflictos sociales que se han ido acumulando en la historia reciente del país. Ya sean víctimas de racismo, de machismo o del modelo extractivista neoliberal.
En su mediometraje La Espera: Historias del Baguazo, Vilchez exploró los acontecimientos ocurridos el 5 de junio de 2009 en “La Curva del Diablo”, un camino ubicado en la región Amazonas, al norte del Perú. Durante semanas, la vía estuvo bloqueada por nativos awajún con el objetivo de impedir que se realizaran exploraciones mineras en sus tierras. En el incidente conocido como el Baguazo o la masacre de Bagua, veintitrés policías y diez civiles perdieron la vida. Aunque investigaciones periodísticas han determinado que el enfrentamiento fue ocasionado por una arremetida de la Policía Nacional para desbloquear la carretera, la justicia peruana aún no ha procesado a ningún político en relación a este hecho.
Para Vílchez, el cine debe comprarse esas peleas. Es más, es un arte que está llamado a ser pieza fundamental de la construcción de la memoria histórica, porque es capaz no solo de registrar el momento, sino de invocar presencias, de interrogar los fantasmas del pasado. Es lo que explora el cineasta peruano como parte del Colectivo Silencio en el cortometraje documental El polvo ya no nubla nuestros ojos (2022), un trabajo colaborativo en el que también participaron los artistas y activistas Lady Vinces, Ana Karina Barandiarán, Carla Amaro, Luis Tirado, César Vargas, Vero Ferrari, Walther Maradiegue, Mayra Villavicencio, Christian Ñeco, Náyarith Gastulo y Martín López.
Grabado en formato Super-8 en locaciones de Lima, Chiclayo y Pucallpa, el filme reúne testimonios de luchadores sociales y de víctimas de la violencia de distintos periodos y regiones del país, leídos por deudos o personas vinculadas a los autores de los textos. Entre ellos se encuentra Pacha Sotelo, el hermano mayor de Inti Sotelo, uno de los dos jóvenes asesinados por la policía durante las movilizaciones del 14 de noviembre de 2020 en Lima. Pacha lee un post dedicado a su hermano que fue publicado en una página de Facebook creada en honor a los Jóvenes del Bicentenario. Está parado en una esquina cargada por los acontecimientos: el cruce de las avenidas Nicolás de Piérola y Abancay, donde falleció Inti y donde hoy se erige un memorial (vandalizado tres veces por la policía).
En otra escena escuchamos lo escrito por el activista ambiental y líder asháninka Edwin Chota, poco antes de ser asesinado por traficantes de madera en 2014. Chota luchó por el reconocimiento legal del territorio de su comunidad y contra la tala ilegal en los bosques amazónicos; en sus cartas da cuenta de los peligros a los que se expone y pide seguridad por su vida. El texto es leído por Diana Ríos, activista de Saweto y una de las principales referencias en la lucha ambiental que se libra hoy en día en el norte del Perú.
Hay una escena, en especial, que no voy a poder olvidar. Escuchamos mensajes de texto enviados por Jovi Herrera, uno de los trabajadores que murieron encerrados en una galería comercial del centro de Lima, cuando se incendió el local en junio de 2017. En el cortometraje la tragedia parece ocurrir en tiempo real: los mensajes describen con ritmo glacial los últimos momentos de vida de Herrera, quien se despide de sus familiares, siendo perfectamente consciente de lo que está por ocurrir.
¿Cómo nació El polvo ya no nubla nuestros ojos?
Todo empezó con un curso de cine político que dicté durante la pandemia, a fines de 2020.
Uno de los temas que discutimos en el curso fue el cine colectivo, una práctica no tan común pero que ha ocurrido en países como Francia, Argentina, la India o Estados Unidos. El arte es un mundo con muchos egos, pero creo que hay momentos en los que es necesario situarnos y reflexionar como grupo. Y es lo que siento que está pasando ahora en Perú: es algo que me pasa a mí y a otras personas de mi entorno. Entonces, una vez terminado el curso, le lancé al grupo la propuesta de continuar reflexionando sobre lo que habíamos visto y aplicarlo en una pequeña pieza audiovisual. Lo que más nos interesaba del proceso era generar una sola obra, una sola voz, cuando lo que parece imposible en Perú hoy es justamente dialogar, es tener ese encuentro con alguien que opina distinto a ti.
Cada miembro del colectivo se encargó de buscar textos referidos a un momentos específico de la historia reciente del país que le interesara mostrar, así como una voz para narrarlos. Siempre dentro de una búsqueda común, que era la de recuperar historias olvidadas, momentos que han sido dejados atrás o que quedaron como pies de página en la historia del Perú. A partir de ahí empezó un proceso largo: algo que iba a ser solo un ejercicio grabado con celulares empezó a desarrollarse y a volverse mucho más fino en la idea, en los discursos que queríamos reunir, y en los espacios que nos sugería cada uno de los textos.
¿Por qué decidieron grabar el corto con una cámara Super-8?
Discutiendo y reflexionando sobre el significado de las voces y los relatos que fuimos reuniendo, encontramos que el mejor símil visual era el formato Super-8, la película más pequeña que existe. Es como la unidad mínima que tiene el cine para registrar algo. Una unidad no exactamente olvidada, porque se sigue usando, pero sí bastante relegada, y ya casi imposible de conseguir. Y creo que funciona, encajan esas voces e historias empequeñecidos u olvidados con este tipo de tratamiento cinematográfico.
“Los artistas visuales todavía tenemos en Perú el temor de coger una cámara, salir y registrar lo que está ocurriendo en este momento, que es algo único. Las imágenes de protestas que hemos visto en estas semanas no tienen por qué quedar como meros registros para redes. Pueden dar un salto: ubicándolas en un contexto y un lenguaje apropiado, para mí se vuelven cine”.
El líder comunitario Juan de Dios Carrasco Fernández lee un fragmento de la obra teatral Adiós Ayacucho, escrita por Miguel Rubio para el grupo Yuyachkani en 1990. Esta adaptación del libro homónimo de Julio Ortega narra el último día del dirigente campesino Alfonso Cánepa, que desapareció y fue asesinado en los años ochenta.
¿Qué tipo de cine político te ha servido de referente en tu trabajo como documentalista y en este corto, específicamente?
Me interesa mucho el cine de Glauber Rocha, el fundador del cinema novo de Brasil. No sólo porque su trabajo era abiertamente político, en el sentido de que mostraba los contrastes sociales de su país, sino también porque le daba muchísimo espacio a la fantasía, a un lenguaje cinematográfico visualmente poético y fascinante.
Pero, por otro lado, también me interesan películas más panfletarias, por así decirlo. Lo que podríamos llamar un cine de la urgencia. Pienso en el cine argentino del Grupo Liberación, por ejemplo, películas como La hora de los hornos, o en el cine que se hizo en Chile durante la dictadura. Es un cine que surge en los momentos más convulsos, que se hace en las calles. Esas películas como graffitis, reacciones espontáneas a las que no tiene sentido exigirles sutileza en el análisis de la situación, sino que responden más bien a una necesidad de gritar y de exponer lo que está ocurriendo de una manera clara, sin ambigüedades.
Todo ese cine político latinoamericano de fines de los sesentas, de Cuba, Argentina, Chile, Brasil, a mí me da un poco de envidia. En Perú tenemos el grupo Chaski en los ochentas, pero son películas que han quedado algo olvidadas. Por lo general, las películas que tratan de conflictos toman muchos años de hacer, de pensarlas y de aceptarlas también. A mí me interesa mantener esa otra puerta abierta, que haya espacio para películas que reaccionen muy rápidamente a lo que está pasando.
La lideresa ambiental Diana Ríos Rengifo lee las últimas cartas escritas por Edwin Chota, defensor del bosque amazónico, asesinado en 2014.
Por ejemplo, luego del Baguazo hice dos trabajos: uno llamado La espera, un documental que responde a lo sucedido con ciera urgencia; y un cortometraje que se llama Solo te puedo mostrar el color, que llegó a la Berlinale y que es algo más cercano a un videoensayo, donde el poder de las imágenes de archivo va creando un enmarañamiento que es un refleja visual de ese caos que no terminamos de comprender bien, de una violencia contenida, pero que no llegamos a manejar.
Entonces me siento cómodo con ambas con ambas posibilidades. Y creo que El polvo ya no nubla nuestros ojos es un trabajo en que el que por primera vez ambas cosas se encuentran: lo urgente y la reflexión visual. Y eso es algo que agradezco mucho al proceso colectivo.
¿Crees que el cine político en el Perú ha carecido por lo general de un sentido de la urgencia?
Creo que ambos tipos de cine son necesarios: el que reflexiona sobre la violencia con tiempo, analizando las consecuencias a lo largo de décadas; y el cine que responde a las crisis rápidamente. En el Perú siento que ese cine espontáneo, el que sale a las calles, aún es visto con desconfianza. Lo que en realidad es absurdo porque mucho del gran cine, y no sólo político, ha sido hecho de esa forma, al menos desde la nouvelle vague.
Los artistas visuales, los videastas o como nos queramos llamar, todavía tenemos en Perú el temor de coger una cámara, salir y registrar lo que está ocurriendo en este momento, que es algo único. Las imágenes de protestas que hemos visto en estas semanas no tienen por qué quedar como meros registros para redes. Pueden dar un salto: ubicándolas en un contexto y un lenguaje apropiado, para mí se vuelven cine. Y un cine importantísimo, que va a ser parte de la historia del Perú que escribimos de manera audiovisual.
Algunos de los testimonios incluidos en el corto dan cuenta de escenas bastante violentas. Pero el hecho de que no veamos la violencia directamente, sino que sea narrada, le da un poder especial a las imágenes. ¿Cómo llegaron a esta puesta en escena?
La idea parte del poder evocativo que tienen la voz y la palabra. La lectura de palabras que han sido escritas en una carta o un mensaje de texto, o que se han dicho en una llamada telefónica, puede evocar en el espectador cien situaciones distintas. Si viéramos a la persona que fue víctima de la violencia decir esas palabras frente a cámara, sería demasiado directo. Y siendo el contenido de los textos tan fuerte, queríamos modular ese golpe que iba a ser la película.
La palabra tiene un poder de atraer presencias, fantasmas. En el corto hay un texto del colectivo teatral Yuyachkani sobre un fantasma que viene a reclamarle al presidente de Perú por lo que pasó con su cuerpo vejado. En otra escena vemos a Gabriela Wiener leyendo un texto suyo sobre las violencias que sufrió con distintos hombres. La presencia de Gabriela en esa escena es muy especial: ella está como desaparecida, muy a contraluz. Quisimos darle ese poder a lo sonoro, a la evocación de la palabra, para que nos traiga a todos los fantasmas que intentamos olvidar.
La luchadora por los derechos laborales Whinney Farithe Ramos Luque lee conversaciones entre Jovi Herrera y sus familiares durante el incendio en la galería comercial de Las Malvinas, en 2017. En ese incidente falleció Herrera junto a tres otros trabajadores que quedaron encerrados en el local.
El artista Igor Alfaro Méndez lee el artículo Uchuraccay:¡Ni olvido ni perdón! (1990) escrito por su madre, la periodista Melissa Alfaro Méndez. Ella murió a causa de un atentado con dinamita dirigido a su persona, cuya autoría aún se encuentra en investigación.
Si bien el corto fue realizado antes de que empezara el estallido social en Perú, parece responder a esta situación, presentando una acumulación de testimonios que dan cuenta de todas esos problemas irresueltos que están en el centro de las protestas: el racismo, la discriminación, el centralismo, entre otros. Esos problemas que estaban como bajo la mesa, pero que ya no se pueden ignorar.
Lo que buscábamos, obviamente, no era dar una respuesta a un conflicto actual, sino profundizar en los problemas que están detrás de esta situación. Problemas notorios, pero que están relegados de la discusión pública, como los derechos laborales o el asesinato de líderes indígenas. Temas que venimos arrastrando por décadas, sino por siglos en algunos casos. Todos los olvidos, las injusticias que no terminamos de resolver porque estamos preocupados por la crisis del momento.
Es verdad que las demandas de los manifestantes tienen que ver con el gobierno de Dina Boluarte, pero están enmarcadas en un reclamo mucho mayor. ¿Por qué el rechazo contra Boluarte? ¿Por qué mucha gente siente que Pedro Castillo sigue siendo su presidente? Hay ahí un tema de representación, hay un tema de engaño y de sentirse traicionados por la clase política, que no es de ahora, sino que ha estado presente por mucho tiempo.
Pero creo que lo que está pasando en estas semanas nos empuja a pensar que ya no hay vuelta atrás, que hay algo que se ha despertado y que la clase política de Lima no puede resolver simplemente ignorándolo. Ya no es una crisis coyuntural. Es que por fin ha ocurrido un levantamiento que lo pone todo en cuestión y que solo se va a resolver mediante el diálogo. Por lo tanto, mi deseo es tener un Congreso que pueda tocar estos temas: que hablemos de la violencia, de las comunidades indígenas, de los derechos laborales. No quedarnos atorados en el debate político del día.
Las personas que se están movilizando y han dejado sus ciudades, sus barrios, sus comunidades, para ir hasta Lima, es porque necesitan discutir esto y necesitan representantes a la altura. El primer paso hacia una solución es por lo tanto que los dirigentes políticos, y nosotros también como ciudadanos, nos planteemos estos temas y terminemos con el enfrentamiento. Necesitamos escuchar qué es lo que pasa en otras geografías. Y eso es lo que busca esta película.
Uno de los textos más bellos de El polvo ya no nubla nuestros ojos trata de la lucha por los derechos del colectivo LGBT, que es una de las luchas más silenciadas en el contexto convulso que vive el país, y que sin embargo es central en la lucha por los derechos civiles.
Ese texto es de Vero Ferrari, que es parte del colectivo, y la persona que aparece leyéndolo es su hija. Es un texto muy especial porque las preguntas que plantea no tienen que ver sólo con las luchas de colectivos LGBT, sino también con la infancia. Trata de una realidad doblemente olvidada. Y hay una parte muy bonita que menciona a Gio Infante, un importante activista del movimiento que ya falleció. Tener a referentes como Gio es crucial porque motiva a mucha más gente a levantar la frente y a hablar de estos temas. Y eso es lo que busca El polvo ya no nubla de estos ojos: parte de esas reivindicaciones o, mejor dicho, de esos silencios de nuestra sociedad. Silencios que esperamos que se rompan con estas lecturas.