Entrevistas
Azzzlejandra Sánchez Inzunza
Latinoamerica -
octubre 13, 2020

Dromómanos: narrar un continente entero

La palabra “Dromomanía” viene del griego y significa algo así como una “inclinación excesiva por trasladarse de un lugar a otro”. Así cuentan su historia los periodistas Alejandra Sánchez Inzunza y José Luis Pardo Veiras, que en 2011 decidieron recorrer Latinoamérica en un auto usado para conocer, entender y contar historias vinculadas al –o derivadas del– narcotráfico. 

De aquel primer gran viaje que recorrió 20 países surgió el libro Narcoamérica, pero también decenas de crónicas que publicaron en The New York Times, Vice News, Esquire, El País, Gatopardo y Etiqueta Negra, entre otros medios. “El periodismo en profundidad es el punto de partida para contribuir a la creación de comunidades mejor informadas y activas en la toma de decisiones, a través de nuevas narrativas y herramientas participativas”, se definen. 

Con el tiempo el equipo se agrandó: ahora Dromómanos está integrado por profesionales de varias áreas y países y tiene tres patas: la investigación de largo aliento, las consultorías y lo educativo para aportar a “profesionalizar el periodismo en español”. 

Desde el laboratorio de Dromómanos buscan construir relatos que no reproduzcan las miradas policiales o estatales y se empeñan en la búsqueda de modos innovadores para lograr comunicar: por ejemplo, instalaron una cabina telefónica en el medio de una calle para que fuera el público quien opinara, directamente, sobre el contenido que veía y escuchaba en el lugar.. “Dromómanos es todo un experimento y se fue dando de una manera natural. Ahora, varios años después, es cuando sabemos qué camino queremos tomar”, comenta Alejandra, que viene de participar como jurado en la invitación que hizo la plataforma Drogas – Políticas – Violencias para comisionar dos proyectos que se sumarán a la plataforma que ya reúne a casi setenta creadores audiovisuales e intelectuales que reflexionan sobre las políticas de drogas y el uso de sustancias en América Latina.  

¿Cómo fue la historia del libro Narcoamérica?

Antes de este proyecto simplemente teníamos un interés en viajar, conocer y entender cosas pero no había un hilo conductor. Cuando empezamos a hablar sobre políticas de drogas y sobre los fenómenos criminales que se encuentran a lo largo del continente se nos abrió un camino que definió nuestra carrera. 

Hicimos Narcoamérica un poco como pretexto para hablar de desigualdad, pobreza, corrupción y esos fenómenos en los que el crimen organizado se afianzaba en Estados débiles. No era tanto un «vamos a hablar de narcos» con la lógica de la narcoliteratura y narco no-ficción. Había demasiado de eso y no era nuestra intención. Fue algo muy natural, orgánico: era algo que nos encontrábamos en todos los países. Después, lo que pasó fue que se han ido subvirtiendo otros fenómenos relacionados que no son necesariamente narcos.  

El modo de contar estas realidades ha ido cambiando con el tiempo, ¿verdad? 

Hubo un boom de la narcoliteratura y en el periodismo también. Se estaba en una guerra con el narco y entonces el tema estaba por todos lados. Era lógico que el periodismo empezara a ahondar en eso pero creo que ahí también hubo muchos errores al comprar la narrativa oficial. Decir que es una cosa de buenos y malos en vez de cuestionar que esto existía también por culpa del Estado. O el hecho de un Estado que te vendía una mentira y al final todos los periodistas la terminábamos reproduciendo. 

Creo que ese boom ya se acabó, pero me pareció lógico que pasara, no lo veo ni como una crítica, era inevitable. Estamos en un punto más maduros y hay que entender que es una dinámica perversa que hay que cuestionar más. Antes era: «se murieron porque esto es una guerra». Ahora creo que la presión es más crítica y más inteligente: creo que se está haciendo mejor periodismo. 

Con esto de nuevas narrativas se plantea mucho ya no hablar de narcos. Yo creo que sí sigue existiendo, no lo puedes callar. Me parece genial empezar a hablar de otras cosas y cuestionarnos todo lo que nos han planteado desde la narrativa sobra drogas y seguridad. Pero hay temas sobre los que queda mucho por día, como lo es el tema de políticas y drogas. 

Son temas que nos apasionan y que abren el pie a otras cosas. Cuando hablamos de seguridad hablamos de corrupción, pobreza, desigualdad. Cuando hablamos de drogas también hablamos de psicología, de políticas públicas. Son hilos conductores para hablar de algo más profundo.   

¿En qué están trabajando ahora? 

Estamos a punto de lanzar la investigación sobre los países más violentos de América Latina que se llama Malos Pasos. Es un proyecto muy largo, de dos años, en el que intentamos entender por qué es el único continente en donde los homicidios van a la alza, mientras todas las regiones del mundo han ido a la baja. Históricamente, estamos en la época más pacífica de la historia de Latinoamérica. Buscamos entender por qué nos matamos tanto. 

En lo que hacemos se mezclan las tendencias del periodismo actual, que es conectar más, ver cómo conmover. Justo sucede cuando hubo una saturación de temas de violencia, de gente muerta por todos lados. La gente se cansó de leer eso y nosotros nos preguntamos cómo hacemos para no contar la misma historia sobre un tema del que es tan necesario seguir hablando. Buscamos cómo hacer para no cansar y que realmente se entienda. 

En los siete países más violentos del continente, las historias son fenómenos distintos. En un lugar hay pandillas, en otros carteles, en otros son paramilitares. No necesariamente siempre es el mismo grupo armado o el mismo fenómeno. Pero, al final, es gente matando gente.  

Foto de Alan Lima.

¿De qué se trató la experiencia de La Cabina? 

Cuando se habla de violencia, el riesgo es reportar una serie de personajes que viven en un mundo completamente diferente a la gente que nos va a leer. Entonces, lo que intentamos fue salir del círculo rojo que es la gente interesada: activistas, otros periodistas, académicos. Queríamos llegar a un tipo de público diferente. 

La Cabina fue un experimento para unir esos dos mundos. La idea fue poner a gente víctima o victimaria y contar la historia en un minuto, en un vídeo. Lo que el público hacía era escuchar y contar su opinión. 

Fue algo muy caro y complicado de hacer, logísticamente fue difícil y cansador pero creo que el engagement que se produjo entre la persona que cuenta y la que escucha el testimonio ha sido mucho mayor. Estás usando la entrevista, que es un género periodístico, pero te quitas de intermediario en cuanto a formato y termina siendo como la llamada telefónica de toda la vida. 

El resultado fue muy bueno. Cada persona que vio La Cabina se quedó con una impresión. Tal vez con una crónica no podrían haberse conmovido tanto. Es algo complementario al trabajo periodístico tradicional porque también se hará un libro, hay crónicas publicadas en medios. La cabina es un intento de tener una parte más empática, innovadora y con una vuelta de tuerca. 

Hace un tiempo también comenzaron a colaborar con la plataforma Drogas – Políticas – Violencias (DPV).

Creo que DPV es justo el tipo de proyecto que reúne todo lo que estuvimos hablando. Implica primero una investigación que puede apuntar a la sociedad civil; luego la exploración en otros formatos para conectar con más gente y de otras formas y desde ángulos originales, donde no se replican las narrativas oficiales, los discursos de siempre, sino que estás en una búsqueda general; y luego la innovación del formato. 

Creo que el presentarlo en una exposición física, ya es un cambio importante. No es un tema que normalmente se vea en un espacio público tan bonito como la muestra que se verá aquí en México, en el Centro de la Imagen. He visto algunas de las muestras que hizo Vist y son realmente otra cosa, hay una mirada muy interesante. Esto ya es una pequeña victoria para el tema o para la gente a la que realmente le importa cambiar la narrativa.  

Alan Lima

Cabina En malos pasos