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Rafael Vilela
Brasil -
octubre 15, 2020

São Paulo: resistir en medio de la pandemia

Cuando la pandemia llegó, el reportero y fotoperiodista brasilero Rafael Vilela puso manos a la obra. Con el apoyo del Fondo de Emergencia de Natgeo retrató cuatro mundos en São Paulo: el de los repartidores de delivery, el de las mujeres que cuidan los barrios en Paraisópolis (la segunda favela más extensa de San Pablo), el de los sepultureros del cementerio más grande de América Latina y el de los guaraníes que luchan para que la ciudad no invada su territorio.

Mediante su exploración, Rafael conectó los principales debates en torno al futuro pospandemia: la explotación en las economías de plataforma, el paradigma de cuidados, la relación que tenemos con la muerte y los cuestionamientos sobre lo originario. Algunos de sus trabajos fueron publicados en The Washington Post y The Guardian, entre otros medios.

Con 31 años, Rafael es uno de los fundadores del colectivo Midia Ninja en Brasil, una organización que logró demostrar que no era el periodismo el que estaba en crisis sino el modo de hacerlo. En Midia Ninja se comparte hogar, se establecen “relaciones saludables”, se observa con respeto, se comprende y se lucha. “Mucho de la cultura organizacional tiene que ver con la idea de comunidad, de vivir en casas colectivas. Todo eso marca una diferencia muy grande en el resultado del trabajo”, cuenta.

Podríamos decir que, frente a la pandemia, lograste hacer un mapa de la São Paulo subterránea… 

Busco una mirada por fuera de lo convencional y estas son historias que no se ven mucho. Cuando se habla de los trabajadores de salud se habla de los médicos y de los enfermeros, pero no de los sepultureros. Son ellos quienes realizan el último trabajo en la cadena.

¿Qué encontraste en el cementerio de Vila Formosa? 

De los sepultureros es muy impresionante el valor filosófico. Son hombres con 30 años de trabajo en el cementerio y tienen reflexiones existenciales increíbles sobre la vida, la muerte y mucho más con esto de la pandemia. Las mujeres de Paraisópolis son las que no tienen nada pero, por la organización de su propio tiempo, pudieron ordenar el cuidado de la comunidad en pandemia.

Para profundizar, fui a las casas de los repartidores, busqué hablar con los líderes y hacer entrevistas. Hay un referente aquí en Brasil, Paulo Lima, que plantea que el negocio de las empresas «no es el trabajo de delivery, sino la explotación en sí misma». Es por eso que se vuelven gigantes. Esa es la perspectiva de esta historia.

La forma en la que pararon São Paulo fue muy fuerte, sin precedentes en Brasil, en medio de la pandemia. No es la historia de los pobres que no tienen nada, es algo distinto. Los repartidores tienen una gran potencia organizacional.

Rafael publicó un artículo  en el que cuenta que, en enero de este año, una de las mayores empresas constructoras de Brasil (Tenda) comenzó la tala de árboles centenarios en una parcela para construir once torres residenciales, al lado de tierra indígena. Entonces los guaraníes Mbya ocuparon la zona durante cuarenta días para defenderla. Se tuvieron que ir por la llegada del Covid-19. 

¿Cómo fue explorar ese mundo guaraní, invisible para algunos? 

En São Paulo la gente no tiene ni idea, pero hay unos 700 guaraníes viviendo con su modo tradicional de vida. Los niños hablan guaraní antes que portugués. Son los guaraníes originarios de São Pablo y resisten hasta hoy. Su aldea está muy cerca de la ciudad, a veinte minutos de mi casa. Sin embargo, no es posible decir que estén dentro de la ciudad, están con una resistencia urbana indígena que es muy interesante.

Hay algunas empresas constructoras intentando trabajar dentro del territorio de ellos. La ciudad siempre está intentando avanzar. Yo documenté todo con un muchacho de veinte años que da clases de guaraní para blancos, para no-indígenas. Hay mucha gente queriendo aprender una lengua que está desde el inicio de la colonización aquí y eso me parece muy fuerte. De hecho, los paulistanos son los que más hablan guaraní en el Brasil pero no lo saben.

¿Cómo los afectó la pandemia? 

Tuvieron más de 300 casos de Coronavirus en una comunidad de 700 personas. Un foco muy grande de infección, pero hasta el momento ninguna muerte o caso grave. Tienen una gran resistencia y ellos dicen que está vinculado con su fe y también con su modo de vida. Sus tradiciones y cultura están vinculadas con la tierra y hay muchas cosas que te hacen comprender esa resistencia que tuvieron ellos.

En tu artículo sugieres una conexión entre los repartidores y los guaraníes, ¿cómo es? 

Me parece que los Guaraní con los repartidores se conectan con algo clave: el tiempo. Los guaraníes luchan por su tierra y por el tiempo para cultivar su comida, para hacer todo a su modo tradicional. Cantan y rezan a su dios como garantía para asegurarse el tiempo. Creo que a los trabajadores les pasa algo similar: están luchando por su tiempo. Aún trabajando todas las horas que pueden, no tienen a fin de mes el dinero suficiente para poner comida en su casa y la aplicación quiere más: que trabaje más, que acabe con su vínculo familiar, con su placer.

Creo que es un contrapunto muy interesante entre la lucha ancestral por la tierra con una lucha que es muy high-tech, mientras al mismo tiempo son dos sectores que están en São Paulo en el siglo XXI. Hay 520 años de historia que coexisten.

En cuanto al trabajo en Paraisópolis, ¿existe una mirada estereotipada con respecto a las favelas que suele poner el foco en la violencia y la carencia? 

Absolutamente. Mi lectura parte de proponer la mirada desde la potencia y desde la cultura. Creo que es la única forma de empezar a cambiar algunas cosas. Cada presidenta en la favela cuida 50 familias en su calle y tiene la responsabilidad de entregar medicina, cuidar de quienes tienen el virus, llamar una ambulancia, llevarle las compras a estas personas. Es la responsabilidad pública y son electas orgánicamente por su comunidad. No hay un proceso selectivo formal pero sí un proceso de disposición al trabajo colectivo. Son las mujeres las que más se organizan para ese tipo de trabajo.

Evalué que esta historia era una oportunidad para mirar las maneras de organización desde abajo. Cómo se organizan los referentes que van y cuidan a la gente me parece un cambio conceptual sobre cómo se mira al Estado, el cuidado de las comunidades. Es un cambio político pero también cognitivo.

¿Cómo impactó, en tu forma de encarar la cobertura de la pandemia, venir de una experiencia periodística como Mídia Ninja? 

Mídia es una experiencia que tiene una fuerza muy grande en mi vida. Me parece que, fundamentalmente, es una gran escuela para muchas cosas porque tiene miradas que van fuera de lo obvio. También posee un colectivo de trabajo muy grande, las casas colectivas son algo que marca la diferencia.

No se puede comprender la importancia de Mídia para Brasil o incluso Latinoamérica si no se comprende el modo de vivir que implica estar en la organización. Es un proyecto de largo plazo en el que mucha gente está dedicando toda su vida. Y, desde mi perspectiva personal, es una experiencia muy central en la manera de mirar el mundo.

Creo que si hay algo que falta hoy en el fotoperiodismo es establecer relaciones: la gente va al lugar, hace las fotos que después tiene que entregar y chau. La capacidad de generar conexiones de vida y lucha entendiendo las realidades es una cosa que se parece mucho al ADN de Ninja.

*Las imágenes publicadas son parte de un trabajo en Desarrollo hecho con el apoyo de Nat Geo.

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