Pablo Piovano
Entrevistas
Pablo Piovano
Argentina -
abril 09, 2021

El costo humano de los agrotóxicos

La soja no es un cultivo reciente en Argentina. Según Guillermo Cadenazzi, hay registros de cultivos a principios del siglo XX, para la mitad del siglo había menos de 1000 hectáreas cultivadas. Ya en la década de 1980 se trataba de uno de los principales cultivos, con aproximadamente 2.040.000 hectáreas y para 2008 el área sembrada superó los 16 millones de hectáreas, es decir, el 50% de la superficie cultivada del país y el único cultivo en muchas provincias. A partir del 96, en Argentina no solo aumentó el cultivo de soja, sino también el uso de agroquímicos como el glifosato, sustancia activa de los herbicidas más usados en los cultivos transgénicos.

El fotógrafo Pablo Piovano empezó a escuchar en 2014 sobre los efectos que tenía en las personas el uso de agrotóxicos como el glifosato. Después de hablar con algunos colegas, decidió salir de viaje. La primera casa que visitó fue la de Fabián Tomasi, quien ya era uno de los activistas más críticos del uso de agrotóxicos como el glifosato y quien murió en 2018 a causa de las enfermedades producidas por su contacto con agroquímicos.

Pablo fue enterándose poco a poco. En 1996, el estado argentino aprobó en un trámite demasiado rápido y, según algunos periodistas, en medio de algunas irregularidades, el uso de semillas de soja transgénica resistente al glifosato. El 80% de los textos del expediente están en inglés y pese a que se solicitaron informes sobre los posibles efectos en la salud y de su uso en otros países, el estado aprobó el uso de las semillas. 

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A partir de 1996, “Argentina se convirtió en territorio de experimentación. 370 millones de litros de agroquímicos. 23 millones las hectáreas sembradas con semillas transgénicas, esto representa el 60% de la superficie cultivable del país. En algunos pueblos y en menos de una década los casos de cáncer en niños se triplicaron. Crecieron un 400% los abortos espontáneos y las malformaciones en recién nacidos se cuadruplicaron. El primer relevamiento de la Red de Médicos de Pueblos Fumigados con glifosato señala que son trece millones las personas afectadas, casi la tercera parte de la población total.”

Lo anterior es parte de un corto documental que hizo Pablo. En aquel primer viaje estuvo 4 días en casa de Fabián Tomasi, quién le ayudó a construir una ruta que ha seguido desde entonces. En 2017 publicó el libro El costo humano de los agrotóxicos que documenta las consecuencias y el impacto del uso de estas sustancias sobre seres humanos durante 20 años en Argentina. Para hacerlo recorrió las provincias de Chaco, Entre Ríos y Misiones. Visitó familias, pueblos, organizaciones, hizo amistades y apoyó procesos. 

El costo humano de los agrotóxicos – por Pablo Ernesto Piovano (Subtitulado: inglés)

¿Cómo llegaste a este tema y cómo empezaste El costo humano de los agrotóxicos?

Fue en 2014. En ese momento había poca información. Yo creo que ese fue el motor que me hizo salir a recorrer buena parte de la población rural del norte. En 2014 vos ponías en Google agrotóxicos Argentina y en una hora no tenías más nada que leer. Ahora podés estar meses leyendo, es decir, de alguna manera creo que las distintas disciplinas han generado una conciencia popular, han instalado el tema en la mesa.

Había visto que por algunos medios alternativos llegaban estas informaciones y decidí tomar mi auto, mi cámara, pedí vacaciones y me fui un mes. El primer paso que di desde Buenos Aires, fue a Entre Ríos, a 400 kilómetros, a la casa de Fabián Tomasi. Verlo a Fabián fue un resumen de todo lo que estaba por venir. Su palabra dentro de ese cuerpo era tan potente que me conmovió. Estuve cuatro noches en su casa, conversando mucho. Él me ayudó a tejer una especie de mapa y de camino para continuar el trabajo que fue muy fluido, porque era como si me estuviesen esperando en cada lado. 

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En cada casa que llegaba me ponían la mejor silla y había una disposición casi total para conversar y para hacer fotos. Además, era un tema muy delicado porque siempre estaba atravesado por el dolor, por niños que no pueden danzar, por niños que no pueden correr, por niños que tienen malformaciones congénitas, sobre todo espina bífida.

En estas casas linderas a los campos solía suceder que los niños nacen con malformaciones y eso es porque cuando las mujeres están en las primeras tres semanas de embarazo, el riesgo de contraer una malformación, si están en contacto con algún químico potente, se multiplica por siete.  

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¿Cómo habían llegado a hacer la correlación entre lo que pasaba en sus cuerpos y el agrotóxico?

Se empezaron a dar cuenta de que cuando había una fumigación terminaban en la salita del hospital del pueblo. Los nenes tenían un brote en la piel o algún problema respiratorio. Eso era casi inmediato y en algunos casos mucho más grave de internación o de muerte directa por solamente estar en contacto con una fumigación. Entonces nació, y fue lo que a mí me alertó y me movilizó, una Red de Médicos de Pueblos Fumigados. Eran varios médicos nucleados en distintos pueblos que estaban viendo que a esas salitas llegaban niños con problemas en la piel, con problemas respiratorios en los pueblos fumigados.

En la Universidad de Rosario, respondió rápidamente a eso Damián Verzeñassi, que es un doctor que en la última materia de medicina llevaba a sus estudiantes a hacer una tesis en los pueblos fumigados y hacían un relevamiento sanitario casa por casa, de cuál era la afección de los pobladores. Eso también fue muy útil para establecer una causalidad y para apoyar esto que en un principio era un run-run de voces, porque es muy difícil de determinar. Es casi imposible determinar una afección a las fumigaciones directamente, tenés que estudiar el cuerpo antes de que tenga algo, si no, no podés decir este niño nació malformado por esa fumigación, ¿cómo lo puedo decir yo?  

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¿Cómo son los paisajes al salir de Buenos Aires hacia estas provincias, y de los pequeños poblados que colindan con los monocultivos?

Argentina es un país que tiene extensiones muy grandes de campo. Históricamente la agricultura ha sostenido al país. En los años 40, cuando el mundo estaba en guerra, Argentina vendía maíz a todo el mundo. Siempre ha sido un país agrícola, ganadero; pero con cierta diversidad. Ahora, lo que está sucediendo, sobre todo después del año 96, es que cambió la matriz productiva del país, porque toman fuerza los monocultivos. Entonces se empieza a romper la diversidad y solamente tenemos soja y maíz. Casi todo transgénico.

En 20 años fue muy rotundo el cambio desde que empezó la soja transgénica en el año 96, gracias a una ley que se introdujo casi que a escondidas, con folios en inglés aprobados por la corporación Monsanto, sin ser contrastados por científicos argentinos, ni del Estado, ni estudios independientes. Se aprueba en tres meses a espaldas del pueblo y ahí empieza a moverse todo esto de manera contundente.

En este momento se utiliza por año medio millón de litros de agroquímicos, si lo dividimos por la población, da más de 8 litros de químico por persona. Es la tasa de utilización de químicos más alta del mundo. 

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«Es la tasa de utilización de químicos más alta del mundo».

Mencionaste la complejidad de este trabajo, en el sentido de que ibas a fotografiar personas que sufrían dolores muy profundos, ¿cómo retratar esto con dignidad?

Es delicado porque es muy fácil caer en un golpe bajo cuando se trata de malformaciones. Simplemente, creo que es generar ese hilo, ese tejido entre lo que ves y lo que sos para que esté hecho con dignidad. Si bien el dolor del otro no es nuestro dolor, sí hay una fibra que se mueve, nos toca a todos y si estás cerca la ves. Era responder a eso porque a pesar del dolor, todo el trabajo está atravesado por el amor de la madre. En el centro es un rezo a la Madre Tierra, este trabajo. Y hablo de la madre porque son ellas quienes finalmente entregan la vida a esos hijos que están postrados o que tienen una enfermedad.

Lo que hice fue tomarme el tiempo necesario para que el retrato esté resuelto de manera digna. Muchas veces volvía, a veces me pasaba días enteros en una sola casa. A veces me iba y volvía, me hacía otros 500 kilómetros de nuevo porque veía que el resultado no estaba. Yo lo miraba como si fuera el padre de la criatura. Para que pueda esa foto ser publicable o hacer parte del cuerpo de trabajo, tenía que sentirlo como si fuese alguien cercano. Y creo que ese tiempo me lo tomé, he vuelto muchas veces a muchas casas y otras veces salía de una, ¿viste? Como son las cosas, que a veces todo se alinea y sucede otra cosa y otras veces hay que darle vueltas

Pienso que eso está cumplido, que la dignidad es un gesto. La ética es un gesto estético que tiene que ver con la belleza.   

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«La ética es un gesto estético que tiene que ver con la belleza».

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También tiene que ver con la cercanía y con poner el cuerpo, ¿no? Y sin tu cuerpo tampoco se podría. ¿Cómo hiciste para poder hacer este trabajo sin salir mal?

Creo que es manejar ese hilo finito en donde entrás, pero también tenés una salida. Porque si no podés salirte, no podés continuar, no podés cumplir el propósito. Y el propósito fue largo, me llevó muchos años. De hecho, todavía continúa. Ahora tengo que volver a salir por un encargo para una ONG, estamos investigando a Syngenta.

Y también es el tiempo. Supongo que les pasará a los médicos, les pasará a muchos otros oficios. Cuando entras en el dolor del otro es necesario tener una conexión. Pero es una conexión fina, delicada, que tiene entrada y tiene salida. Podemos estar atentos y ser respetuosos. Ser responsables de lo que se nos está permitiendo ver, de lo que se nos está abriendo, porque lo que se nos abre es una intimidad total y eso tiene un valor enorme.

La intimidad para mí es un gesto de apertura y hay que estar a la altura de ese regalo de querer aceptarte en su espacio, en su corazón. Se aprende, me parece que también con los años de profesión, ¿no? De estar, pero también saber que esa no es tu realidad, que vos sos un narrador, que sos un intermediario para que eso se ponga en el centro y ojalá levante algún tipo de conciencia despierte algo, sea útil. Para mí la finalidad del trabajo es que sea útil, que sirva para algo, eso es al menos lo que a mí me sostiene en mi profesión.  

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La primera casa que visitaste fue la de Fabian Tomasi, ¿cómo llegaste a él?

Mirá, yo no fui el primero que hizo este trabajo. Getty Reportage ya había hecho un trabajo similar. Yo vi el trabajo de una periodista muy buena, la entrevisté antes de salir y no sé si fue ella la que me pasó el número de Fabián. O una fotógrafa de AP que también estuvo en su casa. Yo simplemente llamé a Fabián y me dijo Pablo, te espero, vení cuando quieras. Y así, muy rápidamente, hicimos buenas migas con Fabián, hasta que se murió él me llamaba una vez por semana por Skype. Tuvimos una relación muy hermosa, para mí se convirtió en un tipo muy inspirador, y no solo para mí, sino para buena parte de la sociedad.

Fabián casi no podía moverse. Finalmente, le quedó un dedo y con ese dedo era capaz de teclear y en las redes sociales seguir diciendo lo que pensaba o dando entrevistas hasta los últimos momentos para levantar la palabra.

Llegaba gente de todo el mundo a su casa. Artistas, periodistas, gente que iba en bicicleta a verlo para conocerlo nada más. Él los recibía en una casa muy humilde, pero con las puertas abiertas. A pesar de estar así, con ese dolor físico, nos hacía reír a todos, era el bromista de la casa. Yo lo veía a él y siempre me sentía un poco tonto porque veía a un tipo que estaba completamente lleno de dolor y al mismo tiempo con un humor que me parecía un gesto de enorme belleza ante la vida. Y al mismo tiempo que su cuerpo iba decreciendo en capacidades, su conciencia iba levantándose, se iba haciendo más etéreo, se iba yendo y su conciencia era cada vez más fina y su palabra más filosa iba calando cada vez más hondo.  

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Entre las imágenes de tu trabajo aparece un mapa de Ituzaingó, donde se muestra casa por casa las enfermedades y las muertes. En ese mapa se ve también, que hay casas que colindan con los campos de soja.

Claro, eso fue un relevamiento que hicieron madres que perdieron a sus hijos. Lo hicieron de manera artesanal. Ese mapa yendo casa por casa, fue lo mismo que te estaba contando que hace la Universidad de Rosario, pero en pueblos enteros y con un método académico. Pero bueno, ellas lo hicieron recorriendo casa por casa y tiene un valor enorme, porque ellas siendo víctimas salen a demostrar lo que está pasando con este mapa.

Al mismo tiempo se despertaron luchas en distintos lados. Esto de las madres fue en Córdoba, como a 800 kilómetros de acá. Esas mismas madres echaron a Monsanto. Monsanto quería armar la planta más grande de Sudamérica y no lo pudo hacer por la resistencia que se generó ahí en Córdoba, y estas madres fueron protagonistas, ganaron esa batalla. Era imposible pensar que una corporación tan grande pudiera retirarse, y tuvo que hacerlo.

Hace dos o tres años atrás, me hicieron miles de entrevistas por este trabajo, sobre todo porque los periodistas que trabajan en los pueblos fumigados no podían hablar porque tenían represalias. Entonces a mí me tocó así dar dos o tres entrevistas por día, en un momento era insoportable escucharme a mí mismo. Pero me parecía que había que hacerlo, ahora hay miles de personas que pueden hablar con más integridad que yo, y ya no doy casi entrevistas.  

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En las entrevistas, me preguntaban bueno, qué hacemos con todo esto. Y no había una respuesta positiva. Ahora sí la hay. Antes uno decía la agroecología, volvamos a cultivar. Pero esas eran palabras en el vacío y un sueño medio tonto. Hoy nació la UTT, que es la Unión de los Trabajadores de la Tierra que están produciendo de manera fantástica, llegan los bolsones agroecológicos a la ciudad y cada vez están ocupando más espacios y territorio. Estamos ante la respuesta positiva, ante la solución posible.

Finalmente, lo que se está demostrando es que se cultiva lo mismo. Sin agroquímicos, el rinde es lo mismo, o incluso a veces más. En Santa Fe hay grandes extensiones de soja que se cultivan sin agrotóxicos y el rinde es el mismo.

Si pensás en el medio millón de litros de agrotóxicos, la cuenta en términos financieros es enorme. Es un gran negocio. Es un negocio gigantesco desde la venta de semillas hasta la utilización de químicos, hasta los acuerdos que tienen, que son acuerdos muy espurios con los campesinos. Es como si estuviésemos 400 años atrás donde mandaban a los trabajadores del cacao a dar la vida y le terminaban debiendo al dueño de la tierra.

Lo feliz aquí es que hay una solución posible y que está en movimiento.  

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Esto se relaciona con lo que dices sobre sentirte útil.

Sí, para mí es fundamental, es el propósito de cada movimiento que hago con relación a mi trabajo. Si me pregunto por qué hago lo que hago, al final llega esa respuesta. Que el trabajo sirva para algo, que pueda levantar la conciencia, que pueda apoyar a otras disciplinas para una transformación.  

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Ahí la relación con otras disciplinas es importante.

En este caso, sí. Este trabajo no tiene sustento si no está vinculado a la medicina, si no está vinculado a la ciencia. Lo que pasa es que tenemos un problema serio y es que lo que es oficial está basado en el Estado y en las corporaciones. Entonces es muy importante el rol que cumple la ciencia digna, que es una ciencia que necesariamente se está convirtiendo en algo social, que responde a las situaciones que están evidenciándose y que tienen carácter urgente.

Estoy muy agradecido con esos espacios de independencia, que son poquitos pero que están y que dan una lucha enorme, casi en soledad. Son luchas de pequeños contra gigantes todo el tiempo. Pero bueno, están empezando a aparecer más y más.  

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Por: Marcela Vallejo