Una mirada pop art de las cordilleras
Cholita Chic es el seudónimo de una artista chilena pionera del estilo fotográfico conocido como “pop andino”. Inspirada en la música chicha, los afiches de Jesús Ruiz Durand y las obras de Andy Warhol, ella ha creado un cuerpo de trabajo que se yergue como una pieza clave de un movimiento artístico continental iniciado en los setenta, y que hoy está en plena expansión.
Por Alonso Almenara
El año pasado, la artista chilena conocida como Cholita Chic fue invitada a un evento en el que tuvo la ocasión de conversar con uno de sus héroes: el fotógrafo estadounidense David LaChappelle, afamado por su estilo pop exuberante, en el que conviven las referencias renacentistas, la alta costura y el kitsch. Como LaChapelle, ella es también una apasionada de la cultura popular. Su obra se nutre de la estética chicha surgida en la región andina a inicios de la década de 1970, con la explosión de la cumbia y los afiches diseñados por Jesús Ruiz Durand para la Reforma Agraria del gobierno de Velasco Alvarado en Perú. Pero el lazo profundo que conecta la obra de Cholita Chic y la de Lachapelle, en palabras de la artista, es “la misma necesidad de iconizar”.
Ella es considerada una pionera de la fotografía pop andina: una expresión que acuñó para referirse a imágenes en las que combina su devoción por la chicha —y, en particular, por la figura de la chola— con la impronta pop de los trabajos de Andy Warhol. Para Cholita Chic, estas imágenes son “la pieza que faltaba en el movimiento chicha: la fotografía”.
Esta es una forma de reconocer su deuda con artistas como Ruiz Durand o como Monky y otros famosos exponentes del lettering; pero también de establecer su lugar en el canon del arte popular andino. Un campo en crecimiento acelerado, que la artista se precia de haber contribuido a revalorar. Pero su principal interés tiene que ver con las personas que retrata. “Iconizar” significa transformar en ícono: volver divina la forma humana, hacer de lo efímero algo que dure para siempre. Este sentido religioso subyace a toda la producción de Cholita Chic, por más divertidas, controversiales o desenfadadas que sean sus fotografías.
Ella me da un ejemplo: actualmente está trabajando con el colectivo Santa Marica y las Travestis del Folclore, un grupo que forma parte de la avanzada queer en el mundo de la música folclórica andina. La artista fotografió a las integrantes del colectivo y con esas imágenes confeccionó altares. “El otro día le fueron a rezar a un altar, imagínate”, comenta. “Recibimos 56 peticiones. Recuerdo una que decía: ‘Santa Marica: mi deseo es que mi enfermedad no avance’”.
Revalorar, generar comunidad, iconizar a personas que luchan o resisten en los márgenes de la sociedad: eso es también Cholita Chic. En esta entrevista, la artista comenta su trabajo, reflexiona sobre el surgimiento del pop andino y ensaya algunas ideas sobre el futuro de este movimiento continental.
¿Cómo surge Cholita Chic?
Nació en el 2010, cuando estaba estudiando Diseño Gráfico y Diseño Editorial en la universidad. Para un ejercicio de taller, la profesora nos pidió que escogiéramos un estilo dentro de la historia del arte y lo interpretáramos usando el folclore de la región. A mí me encanta el pop art, Andy Warhol me gusta mucho. Así que me dije: por qué no hacer un pop andino. Como la entrega debía ser de gran tamaño, hice una suerte de imitación de piezas seriadas de Warhol, pero en vez de latas de sopa Campbell usé un tarro de leche Gloria. Ese fue el primer experimento. Tres años después, me propusieron junto a otros alumnos destacados participar en una feria de la universidad con un nuevo trabajo. Entonces decidí que ya era hora de mostrar ese por andino que había estado desarrollando y que tenía guardado. Esta vez hice fotografías pop, y decidí retratar personas. Desde ahí no he parado con Cholita Chic.
¿Cómo definirías tu estilo?
Creo que parte de ciertos intereses culturales que en realidad son inacabables, es una investigación eterna. Cuando empecé a trabajar en esta propuesta no había fotografías chicha. Y el estilo chicha me interesa mucho. Nace alrededor del año 70, algo después de que Andy Warhol empezara a producir sus piezas pop. Yo siento ahí una conexión. Lo que creamos fue un movimiento pop tardío, pero latinoamericano. Y a raíz de esto mucha gente empezó a acercarse: los mismos letreristas chicha, como Monky y Elliot Tupac, me decían que esto es lo que faltaba para cerrar el ciclo investigativo. Había mucho letrerismo, murales, bailes, canto, cumbia, poesía, había códigos visuales muy marcados, pero no existía la fotografía pop andina. Tal vez debió haber surgido en los 70 pero yo la propuse en los 2010. Eso ha generado mucho interés: me ha permitido exponer en una variedad de galerías y compartir con grandes exponentes de este movimiento: un pop indígena pero con emancipación y empoderamiento.
Me interesa mucho el hecho de que tu interés en esta estética ha generado lazos entre artistas que no se conocían necesariamente, pero que hoy se sienten de algún modo reunidos por una impronta común. Y es algo que ocurre en toda la región andina.
Tú, que eres peruano, debes conocer a Jesús Ruiz Durán, el artista responsable del diseño de los afiches de la Reforma Agraria durante el gobierno de Juan Velasco Alvarado. En 2021 hice con él una muestra que se llamó “Lunes de revolución” en el Museo Salvador Allende. Fue la primera vez que se exponían muchas obras como las que te dije: trabajos de Roberto Matta, Luis Felipe Noé, Javier Rodríguez, Patricia Israel, Alberto Pérez, María Berríos, Cholita Chic y la sección fotográfica de la Brigada Ramona Parra. Todos en relación a esa reforma o protesta desde lo indígena. Fue muy especial estar todos juntos en esa sala, me dio la oportunidad de cerrar ese ciclo en relación a lo que necesitaba.
Creo que fue casualidad realmente. Yo siento que mi propuesta de fotografía pop andina podría haberla hecho cualquiera, pero creo que estas piezas eran necesarias para poder cerrar el ciclo evolutivo del movimiento, de este empoderamiento indígena y también del pop o el arte popular o el arte chicha. Esa emancipación indígena hasta ahora no se ha dado en términos políticos, pero sí está acá en la mente. Estamos en las manifestaciones, estamos militando.
¿De dónde viene el nombre de Cholita Chic?
Vivo en Arica, que está al lado de Perú y Bolivia: creo que ni siquiera soy tan chilena, soy como tripartita. Me siento deudora de las culturas quechua y aymara, así como de la población afrodescendiente de la zona. Y “chola” es una forma muy peyorativa de ver el mestizaje, pero yo creo que Cholita Chic es un nombre súper pop. Es decir, seguimos siendo cholas viviendo en Arica, militando desde la frontera, pero nunca dejamos de ser chic, o no dejamos de reinventarnos o de tener esta feminidad. Chic es algo jocoso, ligero, pero creo que funciona: ya hay expresiones como “chola power”, están las vircholas, hay varios nombres sobre el mismo concepto del empoderamiento del cholaje femenino en Andino América. Y de hecho, en la mayoría de las fotos que hago salen mujeres.
Me gustaría profundizar en eso: ¿qué es para ti la chola y porque era importante mostrar esta imagen renovada?
Cuando empecé a buscar e hice el tarro de leche Gloria en estilo pop, me gustó, pero necesitaba personas. Sin duda es más fácil hacer objetos, pero todo mi discurso es muy político y es sobre la mujer. La mayoría de mis íconos son mujeres. Pero creo que aún estamos súper desplazadas. Todavía yo me siento así, dentro de mi maternidad, dentro de mi arte. Y la chola para mí es una figura empoderada con la que me identifico. Cuando viajas a Europa te das cuenta de lo cholo que eres, en tus costumbres, en tu forma de hablar. Yo soy súper andina en todos mis comportamientos.
Pero cuando empecé a investigar sobre la figura de la chola, me di cuenta de que la mayoría de archivos eran de tipo post mortem: muy antropológicos, en blanco y negro, una cholita triste con la trenza larga, con los animales, muy tipo Martín Chambi. Pero la verdad es que ahora las mujeres llevan la batuta de su familia. Están siempre a la vanguardia, son las que llevan la organización de todo el barrio, llevan a sus hijos, trabajan, siguen estudiando, se esfuerzan mucho. Creo que me siento identificada porque yo también trabajo mucho, además fui mamá de gemelas, entonces andaba llena de cosas, muy cholita. Creo que ese fue el punto de decir “esto es”, y lo siento todavía en mi corazón. Pienso que todavía falta más empoderamiento y más visión, pero en los últimos 10 años ha habido un boom de ideas indigenistas muy modernas en relación a esto.
Estoy súper feliz también de haberlo hecho hace 10 años. La clave de este proyecto fue de haberlo hecho cuando nadie lo hizo. En realidad fue súper incomprendido al principio: hubo mucho bullying, mucha crítica.
“Cuando empecé a investigar sobre la figura de la chola, me di cuenta de que la mayoría de archivos eran de tipo post mortem: muy antropológicos, en blanco y negro, una cholita triste con la trenza larga, con los animales, muy tipo Martín Chambi. Pero ahora las mujeres llevan la batuta de su familia. Están siempre a la vanguardia, llevan la organización de todo el barrio, llevan a sus hijos, trabajan, siguen estudiando, se esfuerzan mucho.”
¿Cuál era la crítica más común?
Que soy muy blanca: me decían que era apropiación cultural. También criticaban mi uso de un seudónimo. Pero yo soy artista, no tengo que ser una embajadora del indigenismo. Es mi forma de comunicación, no le veo algo malo.
Te apellido real es de origen extranjero, ¿cierto?
Mis padres son chilenos de Arica. Mi bisabuela era peruana, una chica morena de pollera que se casó con un inglés. Ahí te das cuenta de que la mujer sigue estando limitada hasta en el apellido, que pierde al casarse. Ahora bien, mi mamá tiene ascendencia rusa, así que yo soy un popurrí cultural. Pero participé en un proyecto que se llama Candela en el que te miran los huesos, te miden, te toman muestras de pelo, de piel, para determinar tu composición genética, y resultó que soy 48% europea y 52% indígena: estoy justo en la mitad. Soy realmente una Cholita Chic.
De todos modos, lo que muestro con Cholita Chic no es autobiográfico: es un trabajo documental investigativo. Cada pieza ha sido pensada, dibujada, porque este proyecto nació como un ensayo de diseño. Es construido, no es algo que llegué y fui a documentar. Y lo sigo construyendo. Ahora estoy trabajando con un colectivo que se llama Santa Marica y las Travestis en el Folclor, que tiene un estilo similar al de Cholita Chic. Hicimos una exposición y ahora estamos trabajando. Llevo en realidad cuatro años retratando a travestis que participan en la escena de folclor andino, son muchas agrupaciones: las Waca Waca, las Chinas Morenas, las Cholas Supay, las Españolas, etc. Estoy documentando e iconizando estas figuras. A una la hicimos Santa, le pusimos peticiones, tuvo su altar la semana pasada… Mi trabajo como Cholita Chic consiste realmente en iconizar estas figuras, pero en una forma pop, estilizada, emancipada y muy fuerte. Por eso uso también muchos colores. Uso los colores del aguayo: mucho rosado, verdes, amarillos, y así se va construyendo esta imagen de cholita.
Me decías que la fotografía en este estilo era lo que faltaba para cerrar el ciclo del pop andino. En ese sentido, ¿cuál es para ti el futuro del movimiento?
Sabes, el otro día conocí a Milena Wharton, que es peruana. Estuve con ella dando una clase en un colegio, y ella me dijo: “yo hago pop andino”. Me llamó la atención que pensara haberlo inventado, pero en realidad da lo mismo porque es como algo que está en el aire. Está el lettering, está la cultura popular, está Chacalón, están Los Shapis, etc. Existe un movimiento y una estética, pero no estaba tal vez conceptualizada a cabalidad, y no existía en todo caso este tipo de fotografía que, como te decía, creo que cierra un poco el movimiento. Es además una fotografía post movimiento, o que se inscribe en el movimiento con un desfase de casi de 40 años.
Yo me considero muy buena fotógrafa. Creo que existen muchos proyectos muy estéticos y muy bonitos en torno al tema que trabajo, pero no es tan común darles ese sentido cultural que, me parece, fue un acierto y logró tener reconocimiento muy rápido de muchos colegas y de gente que me que busca para trabajar. Hoy ya estoy incluida en registros y para mí es importante el hecho de ser considerada parte de la historia del arte y una pionera en este estilo de fotografía. Eso contribuyó a reavivar este movimiento. Antes ibas al museo, veías los afiches de Jesús Ruiz Durand y sabías que ese era el pop indígena de la Reforma Agraria. No había más: después había archivos, registros de fiestas chicha o del movimiento urbano, pero no había una imagen construida desde la fotografía. Y esto ocurrió en el momento perfecto, porque lo que hice fue parte de un movimiento para revalorar la cultura chicha.
Ahora no sé qué falta desarrollar dentro del movimiento, pero no me preocupo mucho porque la gente constantemente está inventando cosas: hay historias, hay libros.
¿Hay otros artistas dentro de este movimiento que te han sorprendido con propuestas nuevas?
Me gusta mucho el trabajo de los chicos de Brocha Gorda, que son mis amigos y estuvimos trabajando en un mural. Fue muy hermoso. Últimamente conocí a una performer boliviana que se llama Sharon. Ella es bailarina de tecnocumbia y hace performance con su trenza, vestida con un traje blanco. Tiene un trabajo en el que baila chicha mientras va destapando cervezas y diciendo las palabras “salud”, “dinero”, “amor”, mientras proyecta imágenes del mundo chicha. Con su trenza de 40 metros, que es espectacular, ella se ha convertido en una suerte de avatar del movimiento. Me interesan mucho las performances que se están haciendo en relación al mundo chicha. Milena Wharton también me gustó, es un pop sencillo pero es como ver a Wendy Sulca un poquito más desarrollada. Creo que ella es muy genuina, muy única, porque uno sabe cuándo es copia de la copia o cuándo uno está demasiado cerca de sus referentes.
Fuera del mundo chicha, me interesa mucho el trabajo de David LaChapelle, con quien me reuní el año pasado en un evento grande auspiciado por Canon. Él es el único discípulo de Andy Warhol que sigue vivo. Y cuando nos juntamos me dijo que el pop andino es el pop más original que había visto. Le gustó tanto la propuesta que tiene una obra mía en su casa. El próximo año vamos a trabajar juntos en una pieza: le propuse colaborar en una obra de pop andino y a él le encantó la idea. Eso me hace pensar que algo estoy haciendo bien. Algo va a quedar en la historia. Yo fotografío a gente que no es famosa, pero es muy fuerte que algunas personas ya las reconocen en la calle y las saludan. Se vuelven icónicos. Y el pop es eso: es lanzar una bomba y es un amor genuino a lo efímero. El pop es puro amor a lo que está pasando en el momento y querer encapsularlo.