Eunice estudió fotografía en el Centro de la Imagen, participó del Joop Swart Masterclass de World Press Photo en Amsterdam y tiene más de una década de experiencia en el fotoperiodismo. Obtuvo la beca que otorga el FONCA a jóvenes creadores durante varios años consecutivos y el Premio Nacional de Cultura Fernando Benítez en 2010. Entre otras cosas también fue nominada al premio Rudin Prize for Emerging Photographers (2012) y ganó el estímulo económico de IMCINE para escritura de guión en 2014.

¿Cómo llegaste a la producción del libro Casa Estudiantil ‘Octubre Rojo’?

Yo estaba haciendo una investigación sobre la violencia en México, en la época en que se inició la “guerra contra el narcotráfico”. Fue cuando surgió esta casa y me quedé mucho tiempo. El libro recopila todo el registro documental que hice con jóvenes estudiantes de Mazatlán, Sinaloa, al norte del país. Se trata de una zona conocida por el lazo del narcotráfico, que tanto daño ha hecho a los jóvenes y a la educación.

Trabajé desde 2012 a 2016 (luego la tiraron para hacer un parque) en una Casa muy precaria, con estudiantes puros hombres. Se llamaba Octubre Rojo. Es una reflexión sobre cómo sobrevivir en comunidad, qué son los estudiantes en México 50 años después de Tlatelolco. También, para hablar de la educación, de la muerte joven que existe a través del crimen. También, de la muerte del campo. En el campo ya no se trabaja.

Esta casa tenía muy mala fama, era la pobreza. La pobreza molesta. Estaba en el centro de la ciudad, siempre quieren que no se visibilice. Eran jóvenes hijos de campesinos, de pescadores, que viven como pueden para estudiar en la universidad.

¿Cómo llegaste a esta historia?

Mi papá fue parte del movimiento estudiantil, fue un estudiante muy joven al que le tocó el desencanto de lo que fue que te repriman un gran movimiento. Ese sentimiento siempre estuvo en mi casa, esas anécdotas de la guerra sucia, el miedo, la sensación de que venían los estudiantes. Siempre tuve una cuestión muy íntima. Siento que influyó mucho en la forma de ser y la manera de ver el mundo de mi padre.

Hacer este proyecto social en este sitio fue, para mí, muy especial. Una casa de estudiante es un lugar, un refugio, es una especie de casa hogar en donde duermen los estudiantes. En nuestra historia, el ‘68 fue un gran golpe a los estudiantes mexicanos. Mi papá estuvo, también, en la plaza de Tlatelolco en la que murieron muchísimos estudiantes.

Después de ese gran movimiento llegó una corriente liberal, de querer un hombre nuevo. Al ser reprimido por el ejército, su trascendencia también empieza a estar en otros estados de la república de México que hace que los estudiantes, de alguna manera, también se estimulen, continúen con una lucha para que se democratice la universidad.

Se fue creando esa idea de que si tú eras un estudiante de bajos recursos no podías acceder a la universidad, porque tenías que rentar un lugar para dormir, si venías de un rancho. Entonces las casas de estudiantes, unidos con los trabajadores, fueron exigencias al gobierno. Se trató de tomar esos espacios abandonados u hoteles abandonados. Más allá de dormir se hace una organización autogestiva: ¿qué vamos a comer?, ¿cómo nos vamos a organizar para dormir? Es una cosa simbólicamente muy importante de nuestro país.

¿Qué ideas has aprendido de este proyecto?

La construcción del patriarcado, la violencia, la orfandad. Se van de sus ranchos porque no hay nada, porque es muy difícil la vida del campo, son climas super radicales. Creo que siempre voy a recordar esta resistencia. Resistir también es resistir ante la pobreza, ante muchos factores difíciles y aún así continuaban estudiando. Eso siempre va a estar ahí. El poder ir a lugares muy desolados, solitarios, en Sinaloa. Sentirme de alguna manera segura con ellos, hicimos gran empatía y grandes amistades ahí.

Hay todo un trabajo comunitario ahí. Muchos de ellos fueron a la presentación del proyecto, ahora estoy entregando libros, tratando de entender una publicación cuando termina un proyecto y va teniendo su propia vida.

Previamente habías publicado Mujeres Flores, un estudio sobre la vida cotidiana de las mujeres menonitas de Nuevo Ideal y La Onda, dos comunidades en México. Con él ganaste el Premio Nacional de Cultura Fernando Benítez en 2010. ¿Dirías que incluye una mirada de género?

Mujeres Flores hizo que me llamen para hacer trabajos sobre mujeres, Octubre Rojo también es una mirada sobre la masculinidad.

En Desandar también has trabajado con la historia. Específicamente con archivos, fragmentos, documentos para reconstruir las historias de mujeres del Partido Liberal Mexicano. ¿Cómo surgió?

De alguna manera me interesó encontrar el archivo de las mujeres pre-revolucionarias y cómo estas mujeres, sus discursos, sus profesiones, quedan atrapadas en archivos institucionales donde no hay clasificación de ellas. Todos los fondos de los archivos siempre están dirigidas a los hombres, es bien interesante cómo esta historia de lucha en la revolución queda atrapada en esta cosa ahí de lo institucional y se queda totalmente en los documentos. Esa es otra búsqueda que tengo con ellas. Me llevó a reflexionar en otras maneras de representación, cómo buscar otros lenguajes, la instalación, el video, las artes plásticas.