Entrevistas
Gisela Volá
Argentina -
noviembre 24, 2020

Gisela Volá: cómo fotografiar el deseo

La fotógrafa argentina Gisela Volá quiere comprender qué nos hace ser quienes somos. Sus preguntas en torno a la identidad la llevan a recorrer infinidad de senderos, territorios, ritos, conversaciones y símbolos. En ese camino ella no existe la fotografía en soledad. Le gusta estar en donde suceden las cosas y conversar con quienes las atraviesan. Forma parte desde hace más de una década de Sub Cooperativa, es parte de Pandilla Feminista y del consejo rector de Vist.

Gisela pasó su infancia en la provincia de Buenos Aires, en un campo que le parecía tan inspirador como monótono y que, sostiene ahora, la llevó a agudizar la mirada. Allí aprendió a observar. Cuando cumplió quince años no quiso fiesta, pidió que le regalaran una cámara. Su familia tuvo que viajar más de sesenta kilómetros para conseguir una.

Como parte de su búsqueda de respuestas visitó cinco países preguntando a mujeres qué deseaban, trabajó sobre el linaje de su familia, sacó fotos de rituales de fiestas de quince, del mundo que rodea a la mítica cantante de cumbia argentina Gilda, retrató vidas de millonarios y de consumidores de marihuana. Ahora se embarcó en un trabajo colaborativo con una persona no binaria para pensar los devenires de quienes dejan atrás la heteronorma. 

Tu búsqueda fotográfica parece girar alrededor de la identidad ¿Cómo la definirías?

La palabra que se me viene a la mente es “transformación”. En mis trabajos, busco siempre que alguien salga transformado. La otra palabra que se me viene es “revelación”. Transformación y revelación son los motores de mi trabajo. Transformar como dar vida y revelación en el sentido de una imagen o una verdad que se revelan. Me llevó un tiempo darme cuenta de que siempre estaba mirando para un mismo lado: la cuestión de la identidad. Es decir, cómo vivimos la vida a partir de quiénes somos.

Hoy también pienso en las cuestiones de género de una forma mucho más amplia de cómo lo hacía en un comienzo. En mi primer trabajo en el que identifiqué la perspectiva de género (Deseos), las mujeres que yo veía eran espejos. Mi manera de entender la identidad fue cambiando, hoy considero casi el desdibujamiento del género.

Durante mucho tiempo estuve mirando los rituales que hacen a las construcciones de las identidades. El cumpleaños de 15, por ejemplo, un ritual muy naturalizado, la coronación de la mujer. Hablar de Gilda para mí fue hablar de una mujer que rompió los estereotipos. Y si bien el trabajo terminó tomando un tinte más místico, lo que a mí me convocó inicialmente fue la figura de una mujer que “lo tenía todo” (marido, hijos) pero que soñaba con ser cantante de cumbia. Esa rebeldía, ese sueño que ella proyectó de hacer algo fuera de la norma es lo que a mí me atrae.

Yo voy viendo cómo desarticular esos estereotipos. A través de la fotografía puedo entrar, permear, vivirlos de adentro y revelarlos para que se transformen. 

¿De qué se trata el trabajo Cabalgata nocturna?

Tiene que ver con el linaje femenino. Mi madre, con 85 años, está en la finitud de la vida. Cada encuentro es una celebración y ella me cuenta historias. Así me enteré de que mi bisabuela era una migrante italiana que llegó a vivir al campo con siete pibes. Ella tenía un don que era el de la curación. Mi mamá aprendió a leer a los 5 años porque era quien respondía las cartas que le llegaban a mis bisabuela, de gente que le pedía curarse. Mi madre se sentaba en el suelo y le vaciaba la fuente de metal con el trigo y se la volvía a llenar para que siguiera haciendo sus rezos.

Cuando mi mamá me contó eso, empecé a sentir que escuchaba a mi bisabuela. Poco tiempo después hubo una convocatoria a una residencia en México, viajé para acercarme a las mujeres curanderas y hacer este trabajo en honor a las mujeres que transitan los cielos en las noches de aquelarre. Pensaba que, si mi bisabuela hubiese vivido en otros tiempos como la inquisición, la hubiesen matado. Y sentí que mi mamá había guardado esa historia un poco en secreto.

Empecé a trabajar con las metáforas, me pregunté por la noche, las estrellas, el fuego, la poesía. Hay imágenes de polleras en el agua, juego con los elementos: tierra, aire, fuego. Lo último que hice fue un retrato a mi mamá desnuda.

Siento que la historia tenía que ver con el plano de lo íntimo pero me gusta llevarlo a lo colectivo. Habla de todas las que tuvimos una abuela o una madre que son grandes, que vivieron cosas y que tienen estas cuestiones ancestrales. Creo que las fotos que me faltan para terminar ese trabajo son un desnudo mío y un desnudo de mi hija.  

Viajaste por cinco países preguntando a mujeres qué deseaban, ¿qué te respondían?

Ese trabajo lo empecé de manera muy intuitiva. Viajé a Bolivia por primera vez a acompañar a una amiga a presentar un libro. Yo estaba en plena crianza de dos niñes pequeños y esa fue la primera vez que me animé a dejarlos con mi compañero, su papá. Decidí que quería viajar, puse el deseo en mí. Fue un viaje que inició una búsqueda personal. Estuve parando en la casa de Mujeres Creando, conviví con trabajadores sexuales, mujeres campesinas, amas de casa, artistas, activistas, bolivianas y del norte de Argentina. Fueron maestras para mí, mujeres luchadoras puertas adentro y puertas afuera.

Yo estaba haciéndome una pregunta sobre en qué madre me quería convertir. Mi maternidad fue algo muy deseado y a la vez un balde de mandatos. Estaba sobrepasada por lo que esperaban de mí y yo quería perdurar: ser artista, ser narradora. La misma pregunta que me hacía yo se las hice a ellas.

El deseo de Lourdes, por ejemplo, fue “quiero ser niña otra vez”. Me contó que había tenido una infancia super violenta con su padre y quería sanar a esa infante. Otra mujer me dijo: “quiero terminar mis estudios”. Me di cuenta de todo lo que las mujeres dejamos de lado, a partir de la maternidad y de ser sostenedoras en economías precarizadas.

Florentina, una mujer indígena, me dijo “quisiera ser más rebelde”. Yo le respondí: “yo también”. Como la frase de Angela Davis: “No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar; estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar”. Para mí, la manera de cambiar es la fotografía. Era la herramienta que yo tengo.

Elisa me dijo: “quisiera romper la cadena de sometimiento que trasladamos de abuelas a madres, de madres a hijas, para romperlas definitivamente”. Romina es chilena y fue modelo, muy reconocida en Chile en los 80. Después empezó a ser DJ, se fue a vivir a la montaña, se reinventó. “Tuve todo lo que una mujer del montón quisiera tener: ser linda, ser flaca, tener éxito, que te deseen. Quisiera que el dinero no fuera la única razón para vivir”, dijo.

María Elena me decía que quiere volver a ver a su hija. Es hija de un diplomático cubano, vivió en Angola, vivió en la selva, en donde su único amigo era un mono. Ella está en Cuba y su hija se fue a Estados Unidos. Hablaba de la distancia impuesta, de la migración. Para mí es una maestra zen. “A veces deseamos tantas cosas que nos perdemos entre tantos deseos: yo busco, sin descanso, la simpleza”, decía.

Por último, una de mis amigas más cercanas, chilena y cubana. La conocí en la puerta de un boliche y me dijo “estoy en Argentina, no tengo donde dormir”. La invité a casa. Era artista callejera, venía de romper cadenas en sus casas, tenía padres religiosos. Estaba de bohemia, quería empezar otra vida. Ahora vive en el desierto de Atacama. Admiro mucho el estado de libertad en el que vive, sin prejuicios con nadie ni con nada. El deseo de ella es “sostener en el tiempo los vínculos con las personas”.

Una mujer me dijo “quiero ver a Jorgito otra vez, un chico que me gusta pero no lo volví a ver”. Juliana es mi amiga desde que tenemos cuatro años. Y todavía seguimos siendo amigas. Es mi primera amiga que tuvo hijos, a sus 17 años. Es una guerrera. El deseo de ella fue “quisiera volar”. Me encantó el deseo porque muchas veces tienen que ver con cosas que no se pueden realizar. Vivir en estado de utopía es lo que te hace seguir.

Me gusta lo que cada retrato viene a decir. Para hacerlos les pedía una mirada a cámara pero después de un tiempo. Primero nos sentábamos, nos tomábamos un vino, una cerveza, ellas me contaban, yo les contaba. Vuelvo a ver cada foto y me sigo emocionando. La foto viene de un momento re íntimo y creo que eso se nota. Sigo viendo miradas honestas en las fotos y me acuerdo de memoria lo que dijo cada una.   

¿Cómo es trabajar en colectivo?

La cámara, para mí, hoy gira en 360 grados. Soy super despojada de la cámara, no tengo una propia. Ahora, por ejemplo, tengo una analógica que me prestaron en un asado. Para mí no hay fotografía sin otra persona. Nunca en soledad, jamás. Mi trabajo es autorreferencial pero sin poner el cuerpo. Durante mucho tiempo sentí que mucha gente no entendía lo autorreferencial en lo documental. Las mujeres, por ejemplo, son un espejo para mí: el trabajo surge a partir de algo autorreferencial y se convierte en algo colectivo.

La cocreación es algo que siempre estuvo presente en mi búsqueda creativa. En Sub cooperativa creamos nuestras propias leyes. Era la disolución de la autoría individual, un gran aprendizaje. Fue desenfocar la cuestión del ego en el artista, lo cual me parece sumamente importante.

Nos acompañan dos frases: “de lo individual a lo colectivo” y que “el colectivo es más que la suma de las partes”. En lo colectivo vos te volvés a conocer. Me ayudó a animarme a hacer temas que no me hubiese animado, a potenciar ideas, que de chiquitas se conviertan en enormes. Trabajar con personas con quienes te llevás bien es hermoso.

El desafío mayor fue convertirnos en una cooperativa, conseguir que haya salarios, que pudiéramos pagar los alquileres. Creo que fue la decisión más política que tomamos. Sub fue mi escuela de la vida y nosotros fuimos maestros, uno del otro. También entendí que lo colectivo tiene que estar nutrido de lo individual porque, si no, uno se esconde en lo colectivo.

Ahora estoy trabajando con un colectivo de mujeres (Pandilla feminista) en el que pensamos a partir de la fotografía. El 9, 10 y 11 de diciembre vamos a hacer el Encuentro Urge. En el colectivo logramos reunir la fotografía y el activismo feminista. Tienen mucha pila, debatimos.  

Y estás haciendo un trabajo colaborativo con una persona no binaria, ¿de qué se trata?

Hice un giro fuerte. Después de venir tanto tiempo trabajando con otros colegas creía que sabía todo de los colectivos. En realidad, no sabía nada. Siempre estaba trabajando con personas que tenían los mismos privilegios o puntos de vista que yo. Creía que mi trabajo era feminista o tenía una perspectiva de género o de identidad. Venía siendo pensado a partir del género femenino.

A partir de la Ley de Identidad de Género se me despertó el interrogante de qué es una mujer. Yo, cuando era chica, quería ser hombre porque me gustaba la libertad que tenían mis hermanos y porque no me gustaba que me miraran determinadas partes del cuerpo. Y, a la vez, sí quería ser mujer. En 2015 me anoté en una maestría de periodismo documental y elegí como tema de tesis la Ley.

Empecé a mirar un montón de materiales audiovisuales sobre la representación de los géneros y encontraba más fácilmente a la chica trans y muy poco al varón trans. Entonces busqué personas que estuvieran haciendo esa transición hacia una masculinidad trans.

Ahora estoy trabajando con Ariel, que es no binario: ni hombre ni mujer. Género: persona. Es super joven, y se sacó los pechos no porque quisiera masculinizarse sino porque sentía que no le pertenecían. No quería tener pechos por la cosificación que significa.

Él subía en historias su mastectomía. Veía esa operación, esa decisión que había tomado y me producía admiración. Le propuse hacer una película. Me dijo “obvio”. Lo segundo que le dije fue: “me siento muy incómoda registrándote, me gustaría que sea un trabajo colaborativo, tenés mucho que contar y lo estás haciendo en tus redes sociales”. Me parecía absurdo escribir el guión si ya lo estaba haciendo. Hace dos años que nos conocemos. Es parte de generar narrativas con más respeto, más sinceras. Por eso digo que la mirada está en 360 grados.  

Además de autora de proyectos visuales, es gestora cultural y docente. Participó en más de treinta exposiciones individuales y colectivas en todo el mundo, además de festivales, coloquios y encuentros de fotografía. Ganó el 1° Premio de la Bienal de Arte de Cuenca en 2009 y el 1° Premio Picture of the Year Latinoamérica en 2012 y en 2014. Hace más de una década que pertenece a Sub, una cooperativa de fotógrafos desde donde exploran historias en Latinoamérica y que publican en The New York Times, Gatopardo, Crisis, Página/12, Le Monde, y en dos libros: “Diciembre” y “Qapaq Ñan”. 

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