Entrevistas
Pablo Albarenga
Brasil -
mayo 25, 2023

Heridas en la tierra (y los cuerpos) de las yanomami

En Raped Territories, Pablo Albarenga documenta la situación de violencia sexual que viven las mujeres yanomami en territorios ocupados por la minería ilegal de oro, al norte de la Amazonía brasileña. Su trabajo colaborativo, en el que se combinan la fotografía y el dibujo, revela el drama humano detrás de la crisis ambiental que este negocio ilegal ha desencadenado en la zona.

Por Alonso Almenara

Los yanomamis tienen una relación compleja con la fotografía. Cuando un yanomami muere, todas sus pertenencias son destruidas por la comunidad. “No hay herencia: lo que se hereda es la memoria, pero no los objetos”, cuenta el fotógrafo uruguayo Pablo Albarenga. El motivo por el que se destruyen, se queman o se entierran los objetos es que, según la creencia yanomami, una parte del alma de esa persona vive en cada uno de ellos, de modo que no podrá alcanzar el cielo mientras no se destruyan sus posesiones. 

“Entonces, ¿qué pasa con la fotografía?”, pregunta Albarenga. “¿Qué pasa con el retrato que se viraliza en Internet, cuando aquella persona muere? ¿Qué pasa con la fotografía que se publica en un libro o en una revista? El día que esa persona muera, ¿cómo va a alcanzar el cielo?” 

Albarenga explica que para un yanomami, el hecho de que la fotografía circule implica en sí mismo un peligro existencial. Si aceptan ser fotografiados del todo, es solo en situaciones límite. “Es una suerte de sacrificio: lo hacen para denunciar algo tan grave como lo que está sucediendo hoy en su territorio”. Se refiere al desastre climático que está siendo ocasionado por la minería ilegal de oro en la Tierra Indígena Yanomami. Este territorio de 9,6 millones de hectáreas ubicado entre los estados de Roraima y Amazonas, en el norte de Brasil, cerca de la frontera con Venezuela, está siendo invadido por unos 20.000 mineros ilegales, que Pablo describe como “una suerte de milicia”. 

Aunque la zona se encuentra bajo la protección constitucional del Estado brasileño desde hace 30 años, hay regiones controladas por la minería ilegal donde los jefes de los garimpos —el nombre de esta actividad en portugués— se han convertido en el Estado. Esa realidad no hizo más que agravarse durante la presidencia de Jair Bolsonaro, pero la actual administración de Lula da Silva ha fallado igualmente a la hora de dar pasos firmes para remediar la situación. 

Ayahuasca Musuk

La escala del problema es enorme: los invasores son casi tan numerosos como los 28.000 yanomamis que habitan la zona. Tienen armamento militar y actúan en áreas que afectan a 273 de las 350 aldeas, provocando impactos en regiones ocupadas por el 56% de la población Yanomami. En agosto del año pasado, la deforestación vinculada a la minería de oro ya alcanzaba las 4.411 hectáreas en este territorio, o lo equivalente a 6.000 campos de fútbol.

A ello se suma la contaminación de los ríos con mercurio, que pone en peligro tanto a la fauna como los seres humanos: la ingestión de este metal provoca alucinaciones, convulsiones, pérdida de visión y audición, e incluso abortos no deseados en gestantes. Los garimpeiros traen además consigo enfermedades como la malaria, cuyo tratamiento, la cloroquina, escasea en Brasil desde que Bolsonoraro promoviera falsamente ese medicamento como una cura para la covid-19. A su vez, los virus provocan hambre y desnutrición, pues afectan a grandes cantidades de yanomamis, limitando la capacidad de la comunidad para cosechar y recolectar alimentos. 

Para Albarenga, es una situación de guerra. Y como en toda guerra, las principales víctimas son las mujeres. La presencia de los invasores ha provocado un aumento considerable de la prostitución, así como de violaciones en tierras yanomami. El año pasado, Albarenga participó en un reportaje que aborda esta problemática. Firmado por la periodista Talita Bedinelli, el artículo fue publicado como parte del lanzamiento de la plataforma periodística Sumaúma, que documenta la situación ambiental de la Amazonía. Es un trabajo de largo aliento que combina el periodismo escrito con fotografías de Albarenga y dibujos de un grupo de mujeres yanomami, trasladadas en avión a la aldea de Demini, ubicada en una zona libre de garimpeiros, para reunirse y dar cuenta de sus experiencias.

Las imágenes que compartimos aquí ilustraban originalmente el artículo de Bedinelli: son los dibujos de esas mujeres combinados con las fotos de Albarenga, quien tuvo la difícil misión de documentar la realidad dramática del territorio yanomami sin identificar a las personas retratadas, para evitar represalias.

 

“Algo muy lindo del dibujo es que te permite atravesar la frontera del idioma, porque uno no necesita hablar yanomami para entender lo que está pasando en esas imágenes. Y si a eso le sumamos el relato oral que ellas traen a las entrevistas, hay como una colisión entre dos fuerzas muy potentes y al mismo tiempo bien distintas: la crueldad del relato y la inocencia de ese dibujo fresco hecho a mano.”

¿Cómo te vinculaste a este proyecto?

En realidad es un proyecto colectivo: el año pasado recibí una llamada de Eliane Brum de Sumaúma, contándome que querían hacer un artículo sobre cómo la violencia de la minería ilegal de oro en tierras indígenas yanomami afecta a las mujeres.

La idea era trabajar esto de cerca, porque como son lugares de difícil acceso, las imágenes que solemos ver de esas zonas son tomas aéreas. Podemos ver las cicatrices de la minería sobre la tierra, pero no se ve cómo eso afecta directamente a las personas que viven ahí. La propuesta me interesó porque cuando pensamos en la Amazonía, sobre todo cuando la pensamos de afuera, la pensamos como árboles, animales exóticos, incendios y deforestación, y dejamos de lado esa parte tan importante que es el componente humano. 

Decidimos entonces visitar algunas zonas donde la minería ilegal está teniendo grandes impactos. Estuvimos un par de meses tratando de producir esos viajes y fue imposible: todas las fuentes nos decían que no, que era muy riesgoso, porque son territorios que en ese momento estaban siendo completamente controlados por el crimen organizado.  

Entonces tocó pensar cómo podíamos mostrar aquello que no podíamos ver, y cómo hacer que esa historia sea posible en ese mar de imposibilidades. Lo que hicimos fue montar una suerte de operación de guerra: preparamos una logística para que un avión pase por estos lugares a recoger algunas de estas mujeres para llevarlas a Demini, una aldea yanomami ubicada en el estado de Amazonas, en la frontera con Roraima. Era un lugar seguro, alejado de las zonas tomadas por paramilitares. Ahí podrían encontrarse y hablar de lo que está sucediendo.

Y logramos llevar a estas mujeres y hacer este encuentro. Para ello trabajamos con Ana María Machado, una antropóloga que habla perfecto una de las lenguas yanomami y que viene trabajando con ellos desde hace 15 años. Llevamos algunas fotos de la minería y empezamos a abrir el espacio para que se generen conversaciones. 

¿Cómo fueron esos intercambios?

Las entrevistas fueron bastante difíciles de digerir. No es lo mismo leer a la distancia testimonios de violencia sexual, que estar cerca. En ese encuentro con las personas es donde se permite que todo esto te afecte: es la posibilidad de ser testigo de una historia que se va abriendo delante tuyo. Y fueron historias muy duras, absurdamente crueles. Algo que menciona el artículo, por ejemplo, es que ellas contaban que más que a la malaria o a otras enfermedades, le temen a lo que puede pasar con sus hijos, con sus hijas o con sus vaginas.

El desafío para mí, como fotógrafo, era cómo mostrar esto sin poder ir a los lugares donde ocurren los peores abusos y sin revelar la identidad de las personas, para evitar posibles represalias. Y ahí es donde me parece que se abre una puerta, donde la frontera entre el fotoperiodismo y las nuevas narrativas se desdibuja. Porque en esas conversaciones colectivas surgió la idea de pedirles que dibujen cómo se sentía la minería. Las fotografié luego protegiendo su identidad, y decidimos superponer los dibujos sobre esas imágenes. Es el encuentro de dos formatos muy potentes: la fotografía con su poder de impacto en ese cuadro fijo, y al mismo tiempo ese relato dibujado a mano.

Detengámonos en esos dibujos.

Algo muy lindo del dibujo es que te permite atravesar la frontera del idioma, porque uno no necesita hablar yanomami para entender lo que está pasando en esas imágenes. Y si a eso le sumamos el relato oral que ellas traen a las entrevistas, hay como una colisión entre dos fuerzas muy potentes y al mismo tiempo bien distintas: la crueldad del relato y la inocencia de ese dibujo fresco hecho a mano. 

Creo que este es un trabajo que cumple con algo que para mí es muy importante, que es preservar la dignidad de las personas, no revictimizarlas. Pero cuenta la historia. Con mucha dureza, y al mismo tiempo con mucha ternura. Creo que lo que hicimos funciona bien, además, en cómo llega a las personas. No son imágenes rebuscadísimas, se encuentran contigo y eso es lo que me pareció súper potente. Me gustó también cómo fue el proceso colectivo, en el que participó, por ejemplo, Ehuana Yaira Yanomami, que además de ser nuestra otra traductora es una artista increíble.

A veces los fotógrafos tenemos mucho ego en la parte creativa. Hay toda una historia con eso. Si yo miro para atrás, todas mis referencias siempre fueron fotógrafos hombres, blancos, privilegiados, que estaban fotografiando desde una mirada exótica. Steve McCurry, por ejemplo: uno agarra un libro de McCurry y ni siquiera están los nombres de las personas. Se les tira un poco esa identidad, no terminan siendo personas, son cosas exóticas que llaman la atención. Entonces creo que éste es un proyecto muy lindo en el que si hay algo que tuviese que destacar es la colaboración.

¿Temes a veces que lo expresado en un artículo periodístico no llegue a ser fiel con respecto a las experiencias de las personas involucradas?

El texto periodístico que yo pueda escribir sobre determinado asunto siempre va a ser una traducción de ese asunto y va a ser imperfecto. Más aún cuando hablamos de formas de entender el mundo que son completamente distintas. Pero creo que hay que abrazar eso entendiéndolo como es, y a partir de ahí tratar de hacerlo lo mejor posible. Lo que reduce la brecha entre la fuente y la traducción es que haya más voces, y que esas voces sean también partícipes de lo que se está hablando.

Hay algo interesante ahí, en ese ida y vuelta, y me parece que eso es algo que hay que buscar más y que en este laburo se hizo, con mucho cuidado y mucho respeto. Hay un cierto nivel de compromiso que para mí no es ni siquiera negociable, y que está dado por el encuentro que es, tal vez, la parte más importante.