El fotógrafo argentino Alejandro Chaskielberg pasó la cuarentena con su hija en una pequeña casa en un bosque del El Hoyo, Chubut, al sur de Argentina. En plena pandemia, construyó una antorcha de tres metros con hierro y trapos y la hizo flamear en diferentes paisajes patagónicos. Fotografiaba el proceso en modo bulbo, con alta exposición y quería expresar la necesidad de “quemar la vieja normalidad”. Y es que en el invierno de la fría Patagonia, el fuego es un aliado. Pero, en verano, el mismo elemento se convierte en un verdadero peligro. “Es la paradoja del fuego”, dice Alejandro.
Los incendios de este año en la Comarca Andina del Paralelo 42 (cerca de donde vive Alejandro) fueron violentos. Para Alejandro, “la historia del incendio no se puede contar solamente a partir del fuego, va mucho más allá, es un territorio en disputa y se termina quemando: esa es la historia”. La tensión es entre intereses inmobiliarios, necesidad de vivienda, turismo, hippies, mapuches y empresarios.
El incendio más devastador sucedió el 9 de marzo, en medio de la sequía de verano y de vientos de 100 kilómetros por hora: “Fue el más destructivo sobre una población en la historia argentina: en siete horas se quemaron seis mil hectáreas de bosques y entre 300 y 500 casas”, dice. Formado en periodismo documental, Alejandro no dudó en tomar la cámara y salir a registrar.
Ese día tuvo miedo: el fuego cruzó la ruta y él temió quedar aislado, no poder volver a su casa en la que estaban su hija y su pareja. Finalmente, por un camino alternativo por el que iba levantando gente varada, pudo regresar. Llenaron el auto con las cosas más importantes, aceptaron que muchas otras tal vez se volverían cenizas. Estaban llenos de adrenalina.
Finalmente, como una especie de milagro, por la noche llovió. El fuego quedó a sólo dos kilómetros de su hogar pero a otros cientos les quemó todas sus pertenencias. Ahora, con trabajo comunitario, intentan reconstruir las casas a contrarreloj. Tienen que terminar antes de que lleguen las lluvias y, con ellas, el invierno de una de las zonas más al sur de Latinoamérica.
El anuncio de la cuarentena estricta te encontró en una pequeña casa en un bosque, con tu hija, ¿en qué estabas trabajando?
Estaba viajando por la Patagonia, fotografiando para un proyecto que quería comenzar sobre el territorio. Tenía planeado que mi hija empezara más tarde la escuela por este trabajo. Cuando empezaron las restricciones a la circulación, decidimos no volver. Me gusta fotografiar la naturaleza y en Buenos Aires no iba a poder. Prioricé seguir trabajando y hacer un diario de pandemia con la experiencia de vivir en una casa rodante. Creo que fue uno de los mejores años de mi vida, viviendo en un bosque, conectándome con el lugar y los animales, que nunca había fotografiado tanto. Fue una experiencia muy renovadora. Después nos mudamos a una casa más grande, estamos más cómodos y la idea es seguir por acá un poco más.
¿Cómo fuiste pensando el trabajo en la cotidianidad?
El trabajo que hice el año pasado (Nature-e) hace referencia a una naturaleza electrónica o digital. Tiene origen en la sensación que tenía de estar libre, cuando la mayoría de la gente estaba confinada en las ciudades y teniendo contacto con la naturaleza solo a través de las pantallas. Esta idea de las pantallas la comencé en Pixel, un trabajo en el que que iluminaba con las pantallas del celular como luz. Continué alterando con el color y pensando siempre en la idea de una naturaleza transformada con las pantallas.
Escribí con linternas palabras que tienen que ver con un vocabulario universal, palabras que todo el mundo conoce, vinculadas a la información, la conexión a las redes, el intercambio que sucede allí. En paralelo a esas imágenes están las de la experiencia viviendo con mi hija en este lugar, los animales y las situaciones a las que nos fuimos enfrentando.
A diferencia de otros trabajos, en este caso fuiste posteando en redes de forma instantánea.
Sí, lo novedoso es que fui publicando imágenes a medida que las iba fotografiando. Se transformó en una especie de diario de cómo es el día a día. Generalmente uno procesa un montón de imágenes y arma la historia a partir de la edición. Acá la edición era minuto a minuto, había una línea continua de fotografías que sucedían una al lado de la otra. Publicadas cronológicamente, dan cuenta de los procesos que uno va viviendo en el lugar. Por ejemplo: comencé con los animales, después los fuegos, porque empezó el invierno. Armé una antorcha de tres metros de largo, con unos hierros en forma de “T”. Le pongo trapos, prendo fuego y voy llevando la antorcha en el aire, no toca el piso, es una línea de fuego que, con tiempo de exposición (fotografiando en bulbo) va imprimiendo. Quedan como ríos de fuego.
La fui moviendo en diferentes paisajes, era una metáfora de esa sensación que tenía de renovar, de quemar la vieja normalidad. Empecé a trabajar con fuego y después aparecieron las palabras con un libro que empecé a escribir a mano alzada. El fuego, acá en Patagonia, es un elemento fundamental, super necesario en invierno. Gran parte de la zona se calienta con fuego. En verano, es un elemento terrible, el peor enemigo.
¿Cómo fue el más reciente incendio allí? ¿Cómo te enteraste de lo que estaba sucediendo?
Lo vi desde mi casa, se vino a donde estoy yo. Fue tan devastador que no hubo que ir a buscarlo, vino de manera furiosa, era imposible no verlo. El fuego avanzó muy rápido el 9 de marzo, se juntaron un montón de condimentos que hicieron que fuera devastador. Principalmente, un viento norte que venía desde El Bolsón (nosotros estamos al sur) a 100 km por hora. Además, fue al final del verano, cuando está todo seco.
En ese momento, en cuestión de 4 o 5 horas el fuego avanzó 10 kilómetros y terminó a 2 o 3 kilómetros de mi casa. Era cuestión de tiempo que llegara. Si no hubiese llovido esa noche, hubiese terminado todo quemado.
Cuando vi el fuego tuve el instinto de grabarlo. Me gusta el registro, el documento. Este fuego fue el primero que, a simple vista, se veían las llamas y que venía de una zona en la que había población. Me parecía un documento válido para mostrar lo que estaba sucediendo y desde donde estoy tengo una vista privilegiada, como de mirador. Al poco tiempo de grabar el incendio apareció el segundo foco e hice la grabación de esos primeros minutos. Luego me lo han pedido de un montón de lugares para estudiar el fenómeno del fuego: la municipalidad, bomberos, rescatistas.
Yo me formé con el reportaje gráfico y la fotografía documental. Por eso, de alguna manera, mi primer instinto fue ir a fotografiar. Dejé en casa a mi hija y pareja. En ese momento todavía no había ningún peligro. Me acerqué al fuego, a la ruta 40. Cuando llegué hasta ahí el fuego cruzó la ruta y ya no pude volver por donde había ido. Me asusté un poco porque temí que el fuego me aislara y no poder volver a casa. Volví por un camino alternativo rescatando personas que se habían quedado por ahí caminando y se estaban ahogando con el humo.
Cuando logré llegar a casa, tuvimos que preparar las cosas para irnos, vivimos esa sensación de adrenalina de estar listos para huir. Agarramos lo importante. Algunas cosas de valor no entraban en el auto y dijimos: “bueno, esto se quemará”. Se cerró la puerta de la casa por un viento fuerte, quedamos afuera. Dejé todo preparado, me fui a trabajar de nuevo. Al poco tiempo se largó la lluvia, fue milagrosa. Ahí se apagó.
Cuando fuiste a trabajar sobre las consecuencias del tsunami, en Japón, la noticia había ocurrido hacía un año. En este caso, la noticia está sucediendo mientras la registras. ¿Qué diferencias sientes en el trabajo?
Creo que la diferencia entre un proyecto y otro es cómo se arma la historia. En el trabajo en Japón, claramente la noticia ya había sucedido, había sido la tragedia y las muertes. Tenía que armar una historia con los elementos que habían quedado. Al no tener la espectacularidad de la tragedia frente a la cámara tenía que pensar cuál era la historia valiosa para contar. En ese sentido, trabajaba con las consecuencias del tsunami. En el proceso del proyecto, me di cuenta de que había otro tipo de daño no material que eran las secuelas que había dejado la tragedia debido a la cantidad de muertes. Todas las personas que conocía tenían un amigo o conocido fallecido. Trabajé utilizando a la fotografía como para hacer una reflexión sobre la memoria, la pérdida y el valor de lo fotográfico en un contexto de tragedia.
En el caso este estuve en el momento de la noticia. Eso completa, de alguna manera, la historia. Pero la historia del incendio no se puede contar solamente a partir del fuego, va mucho más allá. El incendio se prendió mucho tiempo antes. Uno podría pensar que la historia es el incendio, yo trato de seguir pensando cuál es. Es un territorio que todo el mundo disputa y que se termina quemando: esa es la historia.
Uno se da cuenta de que cuando comienza el incendio empiezan las acusaciones cruzadas: todo el mundo piensa que es intencional y todo el mundo acusa a otro sujeto o comunidad de provocar este incendio. Hay mucho conflicto con el tema del territorio acá, hay zonas residenciales que se quemaron; otras que fueron tomas de hace unos 15 años; hay zonas de tomas que se quemaron más recientes.
Hay un conflicto con el tema del territorio, personas abandonadas a su suerte, que vivían dentro de un pinar, que es lo mismo que vivir dentro de una caja de fósforos. Sin agua, sin estar censados, sin mantenimiento. Eso fue el combustible perfecto.
A mí, realmente, no me interesa mucho quién prendió. No me parece lo fundamental. La historia es que es un territorio que hace mucho tiempo se lo vienen disputando. El fuego es el síntoma.
Ahora están en plena etapa de reconstrucción, ¿verdad?
La gente está trabajando sin parar porque de acá a un mes empiezan las lluvias y el frío. Es un momento en el que casi no se puede construir. Todavía hay un montón de cosas que no se sabe cómo van a suceder, porque a partir de los incendios hay un cambio en la composición de la tierra, un montón de árboles se tuvieron que talar. Eso hace que tengan menos agarre y puede haber desmoronamientos, como la Ecoaldea, la toma del Pinar, la Parcela 26. Son barrios no establecidos, que no tienen calles. No se sabe qué va a pasar con las lluvias, cómo van a cambiar los arroyos. Hay una cuestión en esos barrios tan informales estructuralmente que es muy difícil programar dónde poner las casas. Muchas se están haciendo de manera precaria para que no les agarren las lluvias. Hay una cuestión que tiene que ver con la ayuda que recibe la gente que no está “adentro” del sistema. Las casas de alquiler se la dieron a quienes tienen título de propiedad. A la gente que no lo tiene no les están dando ayuda, hay un problema político.
En el medio, hay un montón de gente ayudando, donando materiales y con la mano de obra, a contrarreloj. Hay que hacerlo ahora. Estoy recorriendo mucho, hay gente que ha decidido irse, gente más grande que no quiere arrancar de nuevo, gente que ya sufrió otros incendios. Muchos otros han tenido la posibilidad de ocupar una tierra y construir una casa precaria. Una chica me decía “ahora voy a tener una casa con un buen techo, antes lo fui armando con parches”. Lo que más se necesita son donaciones, materiales de construcción y, sobre todo mano de obra. Si alguien tiene pensado hacer un viaje, suma que venga unos días a ayudar a poner un techo o una puerta.
A veces se cuentan historias ajenas pero esta vez te tocó muy de cerca, ¿cómo cambia el enfoque?
Cuando uno se plantea contar una historia desde uno mismo, puede tener la libertad de experimentar y contar la historia más libremente que si uno está intentando ser un estandarte de la verdad. Ya experimentamos, los fotógrafos, que estamos sesgando la realidad constantemente. Lo vemos en la práctica, todo el mundo lo sabe. Hay algo en que creo mucho, que es el drama humano. Eso me interesa contar. Me gusta relacionarme con las personas de una manera cercana. Lo que me sirve para justificar la manera en que yo cuento las historias es establecer un vínculo muy estrecho, casi de amistad, con la gente que voy fotografiando. A partir del tiempo empiezo a crear imágenes con la forma que ellos me van aportando. Esa es la forma en la que me siento capacitado para hablar de la historia, más que contarla superficialmente.
Acá hay una historia porque me vine a este territorio para establecerme, el fuego me atraviesa y yo siento que tengo, de alguna manera, la posibilidad de contar en primera persona qué es lo que se siente estando aquí y ahora.
Alejandro Chaskielberg se formó como Director de Fotografía del ENERC (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de Argentina) y trabajó en diversos lugares del mundo, como el Delta de Tigre (Argentina), Surinam, Kenya, Italia y Japón. Publicó tres libros fotográficos (La Creciente, Otsuchi Future Memories y Laberinto) y recibió el premio Iris de Oro – World Photographer of the Year en 2011, el All Roads Photography que da la National Geographic Society, la beca BURN Emerging Photographer Grant de Magnum Foundation, el premio RM 5th Iberoamerican Photobook Award y el Leopold Godowsky Jr. Award, entre otros. Su obra fotográfica fue presentada en la Brighton Biennial 2009 y expuso en festivales de todo el mundo.