“La idea de acabar con la hoja de coca es imposible, ridícula y extremadamente etnocéntrica”
Hace medio siglo, el antropólogo Anthony Henman inició sus investigaciones sobre los usos tradicionales de la hoja de coca en Colombia. El resultado inicial fue Mama Coca, uno de los primeros libros serios sobre esta planta. Hoy Henman –visionario del futuro de las drogas y activista por la despenalización de la coca en el mundo– trabaja asesorando al Estado boliviano en una iniciativa: solicitar que se retire a la hoja de coca de la lista 1 de sustancias narcóticas prohibidas de las Naciones Unidas y así poder exportarla a otros países.
Por Marcela Vallejo | Fotografías por Jorge Panchoaga
Cuando Anthony Henman caminó las calles de Cali por primera vez, en los años setenta, se sorprendió de ver pequeños arbustos de coca en los antejardines de las casas. En 1951, la ONU había enviado una comisión a Bolivia y Perú que, entre otras cosas, recomendó prohibir la hoja de coca en esos países. Aunque eso no sucedió en Perú de inmediato, en Colombia se acató dicha recomendación: se prohibió cultivar, vender, distribuir y tener esa planta. ¿Cómo era posible entonces que, en medio de ese clima de prohibición, los caleños se arriesgaran adornando sus casas con plantas de coca?
Poco después, Henman descubriría que aquel uso ornamental tenía raíces profundas. En su libro Mama Coca, uno de los primeros escritos académicos contemporáneos serios sobre la hoja de coca, el antropólogo británico-brasileño contaría que los jardines de Cali ya lucían arbustos ornamentales de coca desde 1808.
A pesar de la prohibición, recuerda Henman, el tema de la coca estaba relativamente quieto en Colombia por esos días. Por trámites burocráticos la intención de erradicar la hoja se había estancado y aunque aún el país no producía cocaína, la sustancia ya se podía conseguir en las calles: cuando Henman inició su investigación se volvió a sorprender al notar que en Bogotá era muy fácil conseguir cocaína de alta pureza. Se dio cuenta de que estaba viviendo un momento histórico: el inicio de la producción masiva de cocaína y la guerra contra las drogas.
Jorge Panchoaga
Mama Coca fue el resultado de esa investigación que el antropólogo inició en 1973 por cuenta propia con el interés de entender los usos tradicionales de la hoja de coca en el país.
La obra crítica los discursos prohibicionistas y autoritarios que ya habían incluido a la planta en la Lista 1 de la Convención Única de 1961, un tratado internacional que constituye el marco legal para el control de las drogas. Para 1964 ya estaba en funcionamiento y proponía, entre otras cosas, que los países firmantes se comprometieran a arrancar de raíz todos los arbustos de coca que crecieran en estado silvestre y a destruir aquellos que fueran cultivados de manera ilícita. La Convención creó cuatro listas que clasifican las sustancias objeto de la prohibición o la regulación. La coca es la única planta que está en la Lista 1 y ocupa ese lugar junto con sustancias que son consideradas de alto riesgo y a las cuales no se les reconoce valor médico o terapéutico.
Mama Coca es también una especie de mascar coca para dummies. Gracias a los años de trabajo de campo intensivo, logró un texto de profundidad etnográfica. El autor describe con detalle la manera de mascar la hoja en el sur del Cauca, y tiene suficiente información para mostrar el contraste con las formas de otros lugares. Habla, por ejemplo, de los sabores de las diferentes variedades de hojas, los diferentes mambes o reactivos alcalinos usados, la forma adecuada de mascar para no lastimarse con el reactivo. A todo esto lo acompaña un capítulo sobre cultivo de hoja de coca para poder tener plantas propias.
Después de su experiencia en Colombia, se fue a Brasil donde fue profesor en la Universidade de Campinas, y ha expandido su curiosidad científica a otras plantas y sustancias. Ha realizado investigaciones sobre el uso de la cannabis entre los indígenas tenetehara de Maranhão, la religión ayahuasquera Unión do vegetal, el uso del guaraná entre los Setêra-Maué, el uso de heroína y cocaína en Estados Unidos y Europa. Lleva 25 años investigando sobre el cactus San Pedro o wachuma con curanderos y con las plantas mismas. Tiene un jardín en la sierra de Lima con variedades que ha ido recolectando desde Ecuador hasta Argentina. Pero la obsesión de Henman sigue estando cerca de la coca.
A sus 73 años, pasa la mitad del año en su casa en Lima y la otra mitad en Gales. Hoy trabaja asesorando al estado boliviano en sus políticas internas de drogas y, especialmente, en su propuesta de retirar a la hoja de coca de la lista de sustancias estupefacientes prohíbidas de la ONU.
Jorge Panchoaga
“El último cálculo que hicimos entre usuarios diarios y usuarios ocasionales es que hay por lo menos ocho millones de personas que usan la hoja de coca. La idea de acabar con eso es imposible, en primer lugar. Segundo: es ridículo. Tercero: es extremadamente etnocéntrico, un ejercicio del poder imperial totalmente sin pies ni cabeza. Es una falta total de sensibilidad política.”
Mama Coca fue publicado por primera vez hace 45 años. Cuéntanos un poco del origen de esta obra.
Lo primero es que en esa época había estado un par de veces en Colombia y quería regresar. Tenía contacto con el finado profesor Reichel Dolmatoff y me dijo que había un puesto en la Universidad del Cauca para un profesor de arqueología. Me comuniqué con ellos y me contrataron a distancia. Así que me quedé como dos años en Popayán como profesor. Esa era una época en la que había un montón de problemas políticos en la universidad y estaba cerrada la mitad del tiempo, los alumnos estaban siempre en huelga. Entonces, tuve mucho tiempo disponible para ir a Tierradentro, al sur del Cauca, es decir, aproveché para conocer las distintas zonas donde había coca.
Mama Coca fue una investigación que hice por cuenta propia, no tuve financiación de nadie. Me parecía que era un momento histórico porque estábamos en una etapa de transición entre una cultura de coca que existió hasta la década del sesenta y esa nueva cultura de cocaína que estaba llegando, y que obviamente iba a transformar el ambiente social, ecológico y político de la zona. Lo que efectivamente ocurrió y ahora estamos viviendo con las consecuencias. O sea, es un proceso que empezó hace más de cincuenta años y no termina aún. De cierta manera está más complicado ahora que nunca.
La primera vez que se publicó Mama Coca usaste un seudónimo, ¿por qué?
Yo quería regresar a Colombia y pensaba que podía ser un poco problemático para mí. En la primera edición, había unos detalles duros y hablaba mucho sobre el DAS [el extinto Departamento Administrativo de Seguridad]. En las ediciones posteriores muchos de esos detalles fueron eliminados.
Entonces no quería regresar y acabar en manos del DAS. Toda la información que está ahí la saqué de publicaciones, yo no tuve acceso a secretos de inteligencia. Eran cosas que fueron publicadas en los periódicos de la época. Pero tenía un poco de paranoia y decidí publicarlo con un seudónimo.
Luego, cuando la gente de la editorial Oveja negra y las chicas de El Ancora entraron en contacto conmigo, me dijeron que era mejor publicarlo con mi nombre verdadero. Y así fue, en 1981 fui a Bogotá para cuando publicaron el libro y había una feria. Me sentaron toda una tarde a firmar ejemplares y vinieron varios policías a decirme que les resultó muy interesante el libro. Eso me quitó un poco la paranoia. Ya en ese momento mucha gente estaba empezando a publicar cosas incluso más serias.
¿Cuál era el seudónimo?
Era Antonil, una figura interesante. Era un jesuita italiano, su nombre verdadero era Giovanni Antônio Andreoni. Trabajó en Brasil a principios del siglo XVIII y escribió un libro maravilloso Cultura e opulência do Brasil, por suas drogas e minas y las drogas en aquel entonces eran el azúcar y el tabaco y las minas eran de oro. No sé si la Orden de los Jesuitas lo prohibió, pero él no pudo publicar el libro bajo su nombre verdadero, él utilizó Antonil como seudónimo. Sabiendo eso dije: “Bueno, ya, voy a usar un seudónimo que ha sido usado en otro libro sobre drogas”.
Jorge Panchoaga
En Mama Coca cuentas que el interés por la planta inició por un gusto por el alcaloide, la cocaína. Pero justo cuando inicias la investigación en 1973, te enfocaste en la planta y en aprender a mascar hojas. ¿Por qué tanto interés en la coca?
Mi primer y mayor interés ha sido siempre la coca por el hecho de que por ahí empecé, y por el hecho también de que eso ha seguido siendo un asunto en el que he trabajado no solo desde la antropología, sino también desde la política de drogas. Acabo de hacer un trabajo ahora para el gobierno boliviano, y tal vez los colombianos también se unan a una iniciativa de tratar de sacar la hoja de coca de la Convención Única de 1961.
La coca es la única planta que está en la Lista 1 de la Convención Única. Ni la amapola, ni la marihuana, ni ningún otro alucinógeno o planta está. De las otras, lo que aparece ahí son los derivados: el opio, el hachís, la marihuana ya cosechada, pero las plantas en sí no están prohibidas. En el caso de la coca, las hojas están prohibidas.
Uno podría decir que eso se debe a accidentes históricos, pero más bien se trata de una propuesta política muy clara desde Washington. Esa ha sido la política estadounidense que inicia en la década de 1930 y se fortalece desde la década de 1950 y ha consistido en tratar de erradicar la coca. No solo la cocaína, sino la hoja de coca.
Lo impactante es que esa idea de erradicar la hoja de coca no solo está vigente, sino que sigue activa.
Me parece increíble porque es una planta que es usada. El último cálculo que hicimos entre usuarios diarios y usuarios ocasionales es que hay por lo menos ocho millones de personas que la usan. La idea de acabar con eso es imposible, en primer lugar. Segundo: es ridículo. Tercero: es extremadamente etnocéntrico, un ejercicio del poder imperial totalmente sin pies ni cabeza. Es una falta total de sensibilidad política.
Además, después de cincuenta años eso sigue igual. Me deja realmente trastornado la extraordinaria estupidez, la insensibilidad y la falta total de entendimiento.
“Bolivia consiguió decirle a las Naciones Unidas que no van a erradicar el uso de la hoja de coca dentro de su país. El próximo paso, para poder exportar legalmente a la Argentina y eventualmente a otros países, es sacar la hoja de coca de la Lista 1 de la Convención Única. En eso trabajamos ahora. Será un proceso largo, tiene que pasar por una serie de burocracias. Tal vez en mi vida no voy a ver el fin, pero de repente mis nietos sí.”
Has mencionado que, de hecho, el interés es extinguir la planta.
La Convención única, el documento más importante de la prohibición, estableció unas metas para controlar supuestamente el uso de lo que ellos llamaban sustancias narcóticas. Muchas de ellas no son narcóticas propiamente, pero todas entraron en la lista como si lo fueran. Ahí el objetivo era acabar con todo uso que no fuera científico o médico. O sea, cualquier uso por interés propio, automedicación o gusto debería ser prohibido y eliminado.
Todos los gobiernos lo firmaron, hasta los gobiernos de Colombia, Perú y Bolivia. Aceptaron la idea de que el uso de la coca debería acabar en 25 años. La Convención única fue firmada en el 61, pero solo fue refrendada y aceptada, con una firma de cuarenta países, en el 64. Entonces hasta el año 89, todos los gobiernos se comprometían a erradicar el uso de la hoja de coca. Obviamente, eso no ocurrió. Y tanto el gobierno peruano como el boliviano y últimamente el colombiano y el argentino, han presentado reservas de varios tipos diciendo que eso es una meta imposible, que no es factible llegar a erradicar el uso de la coca.
Los países desarrollados como Reino Unido, Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y hasta China, todos mantienen que el objetivo de la política internacional debería ser acabar con el uso de la hoja de coca. Y por más que uno trata de demostrar que eso es imposible y ridículo, no lo quieren cambiar.
Estos reparos que mencionas de algunos gobiernos de América del Sur, ¿se han traducido en propuestas políticas?
Cuando Evo Morales fue elegido como presidente de Bolivia en 2006, él hizo que el país se retirara de la Convención Única. Decía que era imposible erradicar el uso de la hoja de coca en Bolivia. Un año después regresaron, ese es un proceso burocrático que se permite con una reserva: dentro del territorio boliviano no iban a poder erradicar el uso de la hoja de coca.
Ni el gobierno peruano, ni el colombiano han hecho cosas similares. Hay varias leyes en Colombia que permiten las costumbres indígenas dentro de los resguardos, pero dejaron por fuera a comunidades campesinas como las del sur del Cauca. En Perú hay una ley de la época de los gobiernos militares de la década de 70 y que establece una norma totalmente absurda: permite utilizar la hoja de coca a partir de 1500 metros de altura, pero no abajo. Es totalmente improcedente porque la mayoría de las plantaciones están por debajo de los 1500 metros. Es la ignorancia total.
En Argentina, extrañamente, cuando acabaron los gobiernos militares y volvió la democracia en la década de los ochenta los diputados y senadores de las provincias del norte, que son Salta, Jujuy, Tucumán, exigieron en la ley antidrogas un artículo que legaliza el uso de la hoja de coca. Entonces, en Argentina es legal tener hojas de coca y usar hojas de coca, pero no es legal importarlas. Otro absurdo, porque Argentina no produce, el clima es demasiado frío, recibe sus hojas de Bolivia. Cuando la hoja pasa la frontera, triplica su valor.
Nadie quiere realmente mirar los detalles y ver todas las contradicciones que hay, entonces la situación sigue más o menos igual: una ilegalidad tolerada.
Entonces, el único Estado que ha hecho cambios formales concretos ha sido Bolivia. ¿Han logrado avanzar?
Ellos consiguieron legalizar y decirle a las Naciones Unidas que no van a erradicar el uso de la hoja de coca dentro de su país. El próximo paso, para poder exportar legalmente a la Argentina y, eventualmente, a otros países, es sacar la hoja de coca de la Lista 1 de la Convención Única de 1961. En eso estamos trabajando ahora. Va a ser un proceso largo, va a durar décadas porque tiene que pasar por una serie de burocracias: tiene que ir a la OMS, hay que hacer una nueva comisión de expertos, se tiene que reunir todas las bibliografías. Eso va para largo, pero al menos estamos iniciando el proceso. Tal vez en mi vida no voy a ver el fin, pero de repente mis nietos sí.
La prohibición y la persecución a la hoja y sus cultivadores ha sido un fracaso. La Convención única se proponía erradicar la coca para 1989, una fecha en la que en Colombia se estaban fortaleciendo carteles que traían pasta base de otros países.
Sí, han pasado casi 35 años más y solo se expande. Además, hay otra cosa: una cosa es la cocaína y otra la hoja de coca. Eso también es un absurdo. Todos los objetivos de reducción, de producción, de tráfico, de consumo se han ido a la basura, porque cada vez se consume más cocaína en el mundo entero. Las últimas cifras son de dos mil toneladas anuales, millones de dosis. ¿Cómo se puede pensar que efectivamente se puede acabar con eso?
Tiene que haber un cambio de paradigma respecto a cómo se controla. Obviamente, hay que controlar de alguna manera, pero claramente no es prohibir, erradicar y meter miles de personas a la cárcel, eso no está resolviendo nada. Además, estudios sociológicos, más o menos serios, muestran que un usuario empieza a consumir y llega a un punto en el que se da cuenta de que está consumiendo demasiado y empieza a bajar. Después de tres, cuatro, cinco años llega a un nivel de uso ocasional más o menos controlado, y no es un problema para nadie.
Hay siempre un 10% de usuarios que efectivamente llegan a tener problemas, pero la gran mayoría de la gente se controla a sí misma. Es eso lo que hay que estudiar, entender y promover.
Otra cosa asociada a la expansión de los cultivos tiene que ver con la sobreproducción. En Colombia, por ejemplo, el precio de la hoja está bajo y estancado, en algunos lugares ni siquiera se está logrando vender. Y eso ha logrado lo que ninguna política de erradicación: hay gente abandonando cultivos.
Sí, ha habido una sobreproducción en los últimos diez años y no solo en Colombia. La cocaína hoy en día está más barata que hace medio siglo. No he hecho el cálculo exacto, pero diría que en valores reales la cocaína debe estar como a un cuarto o máximo un tercio del valor que tenía hace cincuenta años y eso se debe a la enorme sobreproducción.
Eso está asociado, no solo a las técnicas de producción, sino también a las políticas de erradicación que han empujado a la gente a producir más y más rápido. Hace poco visité el valle del río Apurímac en el sur del Perú, la principal zona productora de cocaína en ese país. Me impresionaron las plantaciones: hay como diez centímetros entre una planta y otra y están en hileras, entonces, en una hectárea tú pones cien veces más plantas de lo que antes ponías en esa misma área. Además usan agroquímicos y producen mucho más rápido, pero agotan la tierra. Esa tierra aguanta cinco, diez años como máximo y después ya no produce más. La gente hace eso por temor a la erradicación, tienen que aprovechar al máximo en un plazo corto. Lo opuesto a cómo debería ser una producción de coca ecológica.
Jorge Panchoaga
“Todos los objetivos de reducción, producción, tráfico y consumo se han ido a la basura, porque cada vez se consume más cocaína en el mundo: dos mil toneladas anuales, millones de dosis. ¿Cómo pensar que se puede acabar con eso? Tiene que haber un cambio de paradigma. Hay que controlar de alguna manera, pero claramente no es prohibir, erradicar y meter miles de personas a la cárcel”.
Los cultivos de coca para pasta base tomaron fuerza en los setenta. Pocos años antes también hubo un auge de otros cultivos: café, caña de azúcar, cacao. Todos se caracterizan por ser monocultivos. ¿Crees que en alguna medida eso influyó para que el cultivo de coca se difundiera de manera tan exitosa?
Varias cosas se juntaron pero efectivamente una agricultura de monocultivos se expandió enormemente en las décadas de 1960, 1970 y 1980. Desde la producción de aceite de palma, eucalipto, algodón o caña de azúcar o cualquier cosa, la gente se puso realmente a cultivar grandes extensiones de una sola planta. Lo que no era tanto el caso en la producción hace cien años, aunque aún en esa época ya había grandes plantaciones de monocultivo de algunas cosas, notablemente la caña de azúcar.
En el caso de la coca cuando empecé en los setenta en el Cauca, tú veías veinte matas de coca reunidas y alrededor había naranjos, café, plátano, yuca, había de todo. En el Vaupés, tienen una forma tradicional muy interesante: ellos cultivan coca en hileras entre la yuca. Las plantitas de coca necesitan un poco de sombra cuando están chiquitas y cuando se acaba la yuca entonces las matas de coca ya están en plena producción y duran dos o tres años hasta que vuelve y afloja. Su ciclo se reproduce junto a la yuca, de hecho, en esa zona la siembran igual: por estacas. Cultivan un campo, cuando acaba la etapa productiva abandonan y se van moviendo, colonizando otros espacios. Luego esas áreas vuelven a ser sembradas cincuenta o cien años después.
Hay mil formas de pensar en cómo cultivar coca de una manera más sana. Pero no veo que ningún Estado, ni siquiera el boliviano tenga o vaya a pensar en un programa semejante. En los yungas de La Paz hay un grupo de campesinos que producen una coca estrictamente orgánica sin ningún químico, una respuesta a un sector del mercado.
Jorge Panchoaga
En 2020, en Colombia hubo un proyecto de ley presentado por los senadores Feliciano Valencia e Iván Marulanda, que proponía regular la hoja de coca y todos sus derivados psicoactivos y no psicoactivos. Por supuesto, se cayó. Pero digamos que se lograra, aquí y en otros lugares, ¿cuál crees que sería el destino de la hoja de coca?
Yo creo que llegaría a tener un mercado muy diferenciado. Porque hay gente que quiere consumir cocaína para una noche de farra. Hay quienes quieren tomar su matecito de coca porque creen que es bueno para la digestión. Otras personas quieren mambear coca para trabajar. Cada uno necesita diferentes productos y se mueve en diferentes contextos socioculturales. Cada grupo apoya un determinado tipo de consumo y establece reglas informales con relación a cada tipo de uso.
Esto de las reglas informales me parece fascinante. He tenido varios alumnos que han estudiado eso en varios contextos, desde usuarios de heroína inyectada hasta consumidores de hoja de coca o de yerba mate. Hay una serie de rituales formales, reglas más o menos claras y hay también un sinfín de pequeñas costumbres que no llegan a ser explícitas.
En el caso, por ejemplo, de lo que estamos hablando de la hoja de coca, la gente dice así una cosa es el uso tradicional de la hoja de coca, pero no es una sola cosa son varias culturas distintas. La forma en que un boliviano mambea no es igual a como lo hace un nasa, un campesino del sur del Cauca o las clases profesionales en el norte de Argentina, que sirven su hoja de coca en bandejas de plata como algo muy refinado. Entonces, cada uno de estos contextos trata los usos de maneras distintas. Uno no puede establecer una sola regla, hay que entender, estudiar y tratar de aclarar estas diferentes formas de control social.
Lo que pasa es que, como sabes, respecto a estos temas hay personas que consideran que hay usos más correctos o mejores que otros.
Cada grupo quiere ser un poco dueño de la forma correcta. Cuando estudiaba inyectores de heroína, ellos despreciaban a la gente que la esnifaba, para ellos esa era gente que no sabía de nada, aseguraban que la heroína debía ir directo en la vena. Entonces, cualquier grupo de consumidores, cree que su forma de consumir es la mejor y la más correcta. Y bueno, uno como antropólogo puede ser relativista, pero la gente tiene la tendencia a valorar más sus costumbres y despreciar las costumbres de los otros.