Entrevistas
Sofía López Mañan
Argentina -
octubre 12, 2021

La naturaleza como construcción

Hace una década, mientras trabajaba en El Calafate (Argentina), Sofía López Mañan encontró una pluma de cóndor. Era enorme, estaba en el medio del valle. “Parecía recién caída”, cuenta. Luego, en una ceremonia, la quiso donar. Pero una abuelita le dijo: “¿Qué estás haciendo? Esa pluma te cayó a vos, algo te viene a decir”. En septiembre, Sofía registró la liberación más grande de cóndores en el país, en Río Negro. Ahora quiere entender la cosmología que los rodea. Artista y fotógrafa documental, Sofía estudia naturalismo y micología, y cría hongos.

Hiciste una encuesta en redes en la que preguntabas qué era natural y qué no, mientras compartías imágenes de Bambi, pueblos originarios, un tigre en una cama, una multitud en la ciudad. ¿Qué respondían?

Uno decía “lo que no intervenga lo humano es natural”. Tenemos una idea de la naturaleza como prístino y ‘untouch’. ¿O sea que vos lo tocás con tu cultura? Otro decía “without damage” (sin daño). ¿Y si el volcán tira lava? Cuando compartí a Adán y Eva el cien por ciento dijo que era naturaleza. Creemos que somos evolucionistas, pero la verdad es que somos creacionistas.
Estamos en una era de antropoceno, somos los mayores modificadores que hay en este planeta. Pensamos en objetos aislados: «el universo”, “el humano”, “la naturaleza”, “el mate”. El filósofo Timothy Morton sostiene que la idea de cambio climático se presenta como un hiper objeto en sí. Por eso, si uno prende el motor del auto no está pensando ‘uy, esto me está afectando”.

 

 

Sofía López Mañan

Recuerdo cuando cerró el Zoológico de Buenos Aires e iban a llevarse los animales. Muchos pensamos en “un Arca de Noé”. ¿De dónde viene esa idea? Imaginamos «sueltan al elefante en su libertad», en esa cosa mística, romantizada e idealizada, según la cual habría armonía entre todas las especies. El otro día, en clase, me dijeron «si hubiese armonía no existiría la evolución». 

Me metí en el subsuelo de Fauna Nación y empecé a registrar taxidermia, tráfico animal. De pronto pensé “estoy haciendo de nuevo eso de que el problema siempre es el afuera, el malo”. Al proyecto le puse de nombre ‘La naturaleza está muerta’. Hay imágenes que existen, otras que no. Juego con el deseo y la fantasía, con cómo miramos y cómo construimos. El término ‘naturaleza’ abarca desde una planta, un arroyo o ‘lo que es natural’, ‘lo que está bien’, es como Dios. Decidí hacer un proyecto tan caótico como la palabra misma. 

Sofía López Mañan

El cóndor andino escasea en el norte de Sudamérica y en la Patagonia son cuidados por el Programa de Conservación de Cóndor Andino.  ¿Cómo es trabajar con el tema? 

Hice un mini documental y pasaron cosas psico-mágicas. El cóndor se convirtió en familia para mí. Cuando nacen los pichones se produce algo de mucha familia. Un cóndor vive casi como un humano, entre 75 y 80 años. El trabajo que hacen los ‘condoreros’ es muy sentido: se involucran, piden permiso a las montañas. El momento de la liberación es impresionante, la gente se desmaya. Los condoreros están en las buenas y en las malas. Hay un montonazo de muertes y caídas, principalmente por agrotóxicos o por uso del plomo. 

Cuando los logran rescatar para curarlos, de junio a septiembre están en La Voladora, una gran jaula en donde empiezan a sentir el aire, se aclimatan. En Septiembre se abre la jaulita. Se los libera en grupitos, entre ellos aprenden a volar. Es un laburo en un mini lugar, en el medio de la nada. No es casualidad que ocurra en septiembre, hay una ventana de buen clima para que puedan reconocer dónde hay comida. A la noche les llevan una pata para que aprendan. Después aparece el frío y entonces ya tienen que saber manejarse solos. 

Me interesa el tema de la cosmogonía y el valor que tiene el cóndor para las culturas andinas. Me dieron una beca de National Geographic para ‘Cóndores y Cosmovisión’. Por ejemplo, el nombre ‘Hanan’, para los (mal llamados) ‘tehuelches’ significa “el que vuela alto”. Es como el mensajero, quien lleva nuestras almas al cielo. Los mapuches dejaban su cuerpo para que se los coman los cóndores, como guía de almas.