Entrevistas
Robin Canul
México -
septiembre 12, 2023

La resistencia maya contra el agronegocio

En la península de Yucatán, las comunidades indígenas dedicadas a la agricultura tradicional libran una batalla legal contra la siembra de soya transgénica por parte del gigante Monsanto. El fotógrafo mexicano Robin Canul lleva una década trabajando de cerca con estas comunidades: sus imágenes sirven de evidencia en procesos legales en curso; y alimentan, a su vez, el proyecto documental La colonización del monte, un trabajo interdisciplinario recientemente premiado en el festival Mirar distinto.

Por Alonso Almenara

Robin Canul pertenece a una de las familias de milperos cuyas vidas se vieron trastocadas por una decisión del Estado mexicano que entró en vigor en junio de 2012. Ese mes, el gobierno autorizó la siembra de soya transgénica a nivel comercial en más de 253.000 hectáreas distribuidas en siete estados del país. Fue un triunfo para la empresa estadounidense Monsanto, que logró hacer de México uno de sus principales bastiones en la región. Pero fue también el inicio de una pesadilla para las miles de familias indígenas cuyos sembradíos se encuentran en áreas colindantes a los cultivos de soya: la mayoría, pequeños productores apícolas o campesinos dedicados a la milpa —el cultivo tradicional de maíz, frijol y calabaza— que desde entonces se enfrentan al riesgo de la contaminación por el uso intensivo de pesticidas. 

“Estas empresas acaparan los recursos naturales que pertenecen a los pueblos y han sumergido a más de la mitad del país en la violencia”, dice Canul, un fotógrafo documental y artista multidisciplinario de 37 años, nacido en Campeche, península de Yucatán. Testigo directo del declive de la economía local y del impacto de la contaminación en los modos de vida tradicionales de la zona, viene trabajando desde hace una década como activista en diversos colectivos que buscan frenar legalmente la siembra de transgénicos. Actualmente coordina el grupo Jaltun Investigación y Acción Colectiva, y forma parte del movimiento cultural Narrativas desde la Mayanidad y del colectivo Sak Bej.

La colonización del monte es un ensayo fotográfico de largo aliento en el que Canul documenta la avanzada del extractivismo sobre el territorio maya peninsular: sus estragos en el paisaje y la sociedad, pero también la resistencia que este proceso ha suscitado en las comunidades indígenas. El fotógrafo explica que en los últimos años el conflicto se ha intensificado con la implementación de megaproyectos extractivos como el Tren Maya. “Se alimenta no solo de la actividad de empresas del sector agroindustrial, sino también de minerías y de firmas inmobiliarias. Esto se traduce en transformaciones socio ambientales irreversibles”.   

 

Ayahuasca Musuk

¿Cómo empezaste a documentar lo que ocurre en el territorio maya peninsular?

Mi familia y yo vivimos en la región de Campeche y somos testigos de lo que está pasando en la península de Yucatán: es un conflicto ocasionado por una ideología del desarrollo que en nada beneficia a las comunidades locales. Desde que trabajaba como fotoperiodista para diferentes medios me percataba de esto. Pero no había tiempo ni muchas veces el interés para abordar estos temas socioambientales desde la prensa convencional. Esa fue una de las principales razones por las que decidí emprender una labor documental independiente, que no consiste solo en hacer imágenes para fines culturales o artísticos, sino que tiene principalmente una función social.

Dices que para hacer este trabajo tuviste que alejarte del fotoperiodismo. ¿A qué te refieres?

Digo que mi trabajo es independiente. Sin embargo, mi trabajo no es sólo mío sino que es colectivo, toda vez que estas imágenes sirven en varios casos como evidencia en procesos legales de defensa del territorio. Algunas de estas fotos son tomas de drone georeferenciadas, que muestran claramente los estragos de la agroindustria en el paisaje. También intento que mi trabajo sirva para explicar procesos complejos, porque ni la prensa nacional ni la prensa local alcanzan a entender del todo qué pasa en un territorio, quiénes son los actores, quiénes son los beneficiados, quiénes son los más afectados. 

El trabajo colectivo que a mí me interesa se hace con las organizaciones de base recorriendo los territorios, interponiendo denuncias, evidenciando cómo está cambiando el paisaje y cómo eso también está afectando a las comunidades a nivel salud, a nivel de identidad. 

Pero no reniego del fotoperiodismo. El fotoperiodismo fue para mí una escuela importante, solo que ya no me funciona. No me funciona en la forma de narrar, en la forma de retratar, en la forma de conducirme. Estos procesos se tienen que construir desde otra perspectiva y personalmente me ha costado muchísimo desvincularme del fotoperiodismo para poder entablar relaciones más profundas. 

“Las personas locales son las que mejor conocen el territorio, las que viven íntimamente estos cambios estructurales, las que sufren estas violencias lentas. Es tiempo de tomar espacios y de que esos espacios cedan para que más personas puedan narrar sus propias historias desde sus propios ángulos y puntos de vista.”

Tus fotografías no solo registran el impacto de los megaproyectos de desarrollo agroindustrial en el paisaje. Tienes unos retratos bien expresivos de personas de las comunidades de campesinos. ¿Qué te interesaba captar en esas imágenes?

Yo he trabajado directamente con varias comunidades de la península de Yucatán: específicamente y más años con el colectivo de comunidades mayas de los Chenes, que es un colectivo que era parte de la gran selva Maya, este Corredor Biológico Mesoamericano que por decisiones gubernamentales y empresariales terminó siendo el granero del Sureste de México. Fue un territorio sacrificado para la agroindustria, sobre todo para la siembra de soya transgénica. Mi trabajo con el colectivo consistió en aportar evidencias que fueron presentadas por las comunidades mayas de los Chenes de forma legal. Pero al margen de eso, también me interesa documentar los procesos sociales. Son procesos que me atraviesan porque los vivo, mi familia los vive. Vengo de una familia de milperos y lo que me mueve es la defensa de la agricultura local, de la milpa. Este modelo agroindustrial pone en riesgo la cultura y la salud del territorio mismo. Mi manera de aportar a esas luchas es a través de mi herramienta de trabajo. 

¿Cómo has estado circulando estas imágenes?

Yo agradezco mucho al festival Mirar distinto por dejarme mostrar este trabajo. Lo he movido principalmente en espacios universitarios y comunitarios, no tanto artísticos porque, como te decía, mi trabajo antes que nada es social. Pero en esta ocasión el festival nos invitó a formar parte de un panel de Medio Ambiente y se abrió la oportunidad de compartir con compañeros que están haciendo un registro de lo que está pasando en diferentes lugares, desde diferentes perspectivas, por el tema del agua, también lo que está pasando en el Caribe mexicano que es muy similar a lo que pasa en el territorio maya peninsular. Son modelos de desarrollo que implican el sacrificio de territorios, el sacrificio de sociedades. Fue primordial poder estar en un espacio así y mostrar por primera vez mi trabajo a curadores, a especialistas, a fotógrafos, a editores.

Para mí es también una oportunidad de entender cómo puede dialogar de otras maneras este trabajo porque no son solo imágenes, incluye la instalación de paisajes sonoros, también trabajo con cartografía mapeando diferentes procesos.

¿Qué te aporta el diálogo con curadores o con gente del mundo del arte?

Amplía el panorama. Aunque no veo mi trabajo en una galería, sí me interesa dialogar con diferentes disciplinas como el diseño sonoro, la instalación, el arte objeto. Afortunadamente se están abriendo otros espacios y otras formas de narrar, y eso es importante. Por ejemplo, World Press Photo tiene ahora una categoría de trabajos de largo aliento y una categoría abierta. Eso rompe esa brecha que es muy característica del fotoperiodismo y creo que no hay vuelta atrás. Justamente el festival Mirar distinto plantea estas rupturas y beneficia a personas como yo, que tenemos este oficio como vocación y como una convicción social: nos permite mirar otro tipo de imágenes, otro tipo de usos de la fotografía.

Me interesa mucho cómo la multidisciplina refuerza de una forma muy potente la narrativa. En mi caso yo lo hago porque alejándome del fotoperiodismo y acercándome más a los procesos comunitarios, para mí es primordial hacer el registro documental en fotografía, vídeo y audio. Porque lamentablemente el territorio maya peninsular es el último eslabón importante de biodiversidad que queda en México y todo está cambiando. Megaproyectos como el Tren Maya suponen la modificación total de la forma de vida, del paisaje, de cómo suena, de cómo se ve, de cómo se vive el territorio. 

¿Cuán importante, finalmente, es que estos procesos sean documentados por fotógrafos locales?

Me parece fundamental que más personas se interesen en documentar lo que está pasando en su entorno inmediato. Muchas veces quien tiene la herramienta, quien tiene el acceso a la información y la posibilidad de trabajar para los grandes medios de prensa, es quien quien realiza esta labor. Sin embargo, las personas locales son las que mejor conocen el territorio, las que viven íntimamente estos cambios estructurales, las que sufren estas violencias lentas. Me parece que es tiempo de tomar espacios y es tiempo también de que esos espacios cedan y que la brecha de la información y la brecha tecnológica cedan para que más personas puedan narrar sus propias historias desde sus propios ángulos y puntos de vista.