Entrevistas
Cindy Muñoz Sánchez
Colombia -
julio 05, 2023

Las huellas de mi madre no se han borrado

Cindy Muñoz Sánchez fue premiada en el último POY Latam con su proyecto Altares para Estela, en la categoría de ‘Resignificar el archivo’. La serie hace parte Es-tela mi madre, trabajo de largo aliento que inició como idea en 2009 y empezó a materializarse en 2014 con un collage que hizo con su hija. El proyecto tiene una línea performática y otra fotográfica: ambas registran y elaboran la búsqueda de su madre, el proceso de resignificar la pérdida y la construcción de una mirada política que ahora atraviesa todos sus trabajos.

Por Marcela Vallejo

La última vez que Cindy Muñoz Sánchez, fotógrafa y artista colombiana, vio a su mamá tenía unos seis años. Ella vivía en Cali, al suroccidente de Colombia, y su mamá, en los Llanos Orientales, probablemente en Yopal. No hay mayores certezas, pero es lo que indican los rastros que a lo largo de su vida Cindy ha ido encontrando.

Cindy nació en Cali. Cuando cumplió ocho meses, Estela, su mamá, decidió dejar esa ciudad, abandonar su casa y llevarse a la niña. Juntas llegaron a Bogotá y, poco después, siguieron hacia los Llanos. Ahí no se sabe con exactitud qué pasó, al parecer recorrieron varias ciudades y poblados entre Villavicencio y San José del Guaviare.

Siguiendo una corazonada, el papá de Cindy llegó a Granada, en el Meta, y la encontró. Ella ya tenía cuatro años. No pasó mucho tiempo, y él decidió llevarla a Cali y separarla de Estela. Desde ahí la historia de la mamá es borrosa. Cindy sabe que Estela la visitó dos veces. No pasó mucho tiempo después de la última visita, cuando se enteraron de que Estela había muerto, probablemente en Yopal, en el corazón de los Llanos.

La artista se reconoce indígena, desde pequeña supo que no era igual a las otras niñas y niños de Cali. Ahora sabe que es una mujer racializada, igual que su mamá. En 2009 empezó a buscarla. Solo tenía la foto de una pareja joven: ella lleva pantalon amarillo, camiseta negra, zapatos azules y el pelo con permanente, al estilo de finales de los ochentas. A su lado, un joven blanco, pelo claro, bigote fino y una camiseta azul claro Detrás de ellos se ve la fachada de una casa, una reja y una planta con flores. A lo largo de estos años, Cindy encontró otra imagen de un paseo familiar y con esos recuerdos ha podido ir reconstruyendo poco a poco la historia. 

Ayahuasca Musuk
Ayahuasca Musuk

Estela tenía menos de 30 años cuando falleció. No tenía documentos de identidad y su muerte no fue registrada. Se dice que su madre era indígena y que vivió entre los Llanos y la Amazonía. Se dice también que la madre de su madre era indígena y había nacido en Brasil. No se sabe a qué pueblo indígena pertenecían, si hablaban otra lengua además del español o el portugués. No se sabe por qué migraron.

La poca certeza y la ausencia marcaron la búsqueda de Cindy. En 2014, inició un proyecto llamado Es-tela mi madre. Ella lo llama macroproyecto porque agrupa dos líneas de trabajo, una performática y una fotográfica. En la primera línea está el ensayo Altares para Estela, que fue premiado en la última edición del POY Latam en la categoría ‘Resignificar los archivos’. 

“La génesis de todo el proyecto es habitar los lugares que mi mamá transitó en vida”, cuenta la artista. “Es lo poco que tengo de ella, de su historia personal. Hay mucha ausencia de archivo tanto fotográfico como de documentación. Eso hizo mucho más difícil la búsqueda para contar su historia, nuestra historia.” 

En esa búsqueda, y en ese constante enfrentamiento con la ausencia, Cindy decidió viajar a los lugares donde su madre había estado: “Villavicencio, donde pasó la infancia. Yopal, donde ella supuestamente murió. La adolescencia y un poco de la adultez las vivió en Bogotá. Juntas vivimos en esa ciudad y luego en Granada, Meta. No sé si todo el tiempo estuvimos ahí. Luego es muy probable que ella haya estado transitando por diferentes lugares, uno de ellos San José del Guaviare”. Al parecer, Estela fue a esa última ciudad buscando a su propia madre. “Es posible”, afirma Cindy, “que mi abuela aún esté viva.”

Cindy llegó a Yopal en 2016 en busca de la tumba de su madre, pero no la encontró. Tampoco encontró registros entre los desaparecidos. Ninguno coincidía con el nombre de su mamá. 

Al año siguiente, fue a Villavicencio, donde su madre pasó parte de su infancia. “Uno de los problemas que me encuentro entre Yopal y Villavicencio es que no sé a qué tomarle foto. Me fui de allá con la idea de que el proyecto ya no podía ser solo fotográfico ni solo audiovisual, porque simplemente no sabía qué hacer.” 

Enfrentar ese bloqueo, la llevó a explorar otras posibilidades. Para Cindy, fue el territorio el que le señaló el camino y así empezó la línea performática y plástica. Inició una serie de instalaciones y performances que llamó Estela en tránsito. Esta obra está actualmente expuesta en el Banco de la República en Bucaramanga, al norte del país, y tiene video performance, instalación y performance.

Quería retomar la fotografía y después de esos viajes hizo algunas exploraciones. Por ejemplo, jugó con la repetición de una imagen, la que ella tenía. Pero no lograba hacer fotos y durante el 2014 y el 2019 tomó la decisión, que ella califica de “política”, de no usar la cámara. En ese año nació Mateo, su segundo hijo, y por primera vez en todo ese tiempo se hizo un autorretrato. Entonces retomó la búsqueda con la cámara en mano.

Dos años después, en 2021, Cindy viajó a Granada con su hijo. “Antes de subirme al avión, mi papá me dijo: ‘ahora que usted va para allá, que sí lo va a hacer de verdad, tiene que saber que su mamá era trabajadora sexual y que si usted quiere saber algo de ella lo va a encontrar en la zona roja”. Al papá de Cindy le daba vergüenza decirle eso, “él pensaba que literalmente ella era trabajadora sexual porque no sabía hacer oficio, o sea, que por ser indígena si no servía para trabajar como aseadora, entonces le tocaba ser trabajadora sexual.”

Enterarse de eso cambió toda su perspectiva. Hasta ese momento, Cindy veía lo indígena desde una construcción “muy occidental del mundo”. “Darme cuenta de que mi mamá había sido una trabajadora sexual, me llevó a pensar lo que puede ser un cuerpo indígena desde lo político, a comprender que hay muchas formas de ser indígena.”

Esa revelación la hizo entender mejor lo que implica ser una mujer racializada. Entendió, también, algunas de sus experiencias personales, en las que también le habían sido asignados algunos roles por la lectura que otres hacían de su cuerpo. Eso también la llevó a entrevistarse con trabajadoras sexuales en Granada y en San José, les mostraba las fotos y algunas creían reconocer a Estela. Ellas vieron cosas en las fotos que Cindy nunca había visto. A través de ellas conoció también parte de la historia y la realidad de esa región fronteriza entre la Orinoquía y la Amazonía.

El territorio le mostró que no solo se trataba de transitar los lugares por los que su mamá anduvo. Se dio cuenta de que era hora de despedirse y sanar su herida y así inició los altares. Por ahora son fotografías, luego serán acciones performáticas en los territorios y, en especial, los ríos.

Caminando los lugares y hablando con las personas supo que esa había sido una región atravesada por múltiples violencias. Visitó algunos resguardos y habló con las mayoras. Así, supo que los ríos, las selvas y las sábanas habían sido testigos de grandes atrocidades. Y entendió que su trabajo, que la historia de ella y su mamá, excede la autorreferencia. 

La historia de Estela es probablemente la historia de muchas otras mujeres indígenas, racializadas. Se trata de una mujer inexistente para los registros oficiales, una mujer que por su origen estaba “destinada” a unos oficios y no a otros. Pero también se trata de una mujer que tomó decisiones sobre su cuerpo, que prefirió irse a vivir una vida de ama de casa. Una mujer, también, que supo en qué momento dejar a su hija para asegurarle un futuro.

“Es muy difícil hablar del duelo y del dolor. Por eso se necesita una inmersión interna”, asegura Cindy. Para ella todos estos años trabajando en el proyecto lograron sacarla del dolor, y así superar una pulsión de muerte que atravesó su vida durante varios años. El trabajo constante de búsqueda y elaboración le permitieron desarrollar también herramientas políticas y poder posicionarse. Ahora sabe que la historia de su mamá es la de otras mujeres y que no es justo que “las niñas y las mujeres indígenas no puedan vivir en su territorio porque hay un conflicto que específicamente va en contra de nosotras.”

El proyecto también le ha dado fuerzas para luchar contra una fuerza que pretende desaparecer y borrar a los cuerpos racializados. “Esto me ha dado fuerza para decir nosotras sí merecemos existir, merecemos, si lo queremos, ser madres, merecemos tener una buena vida y luchar por ella.”

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