Entrevistas
Archivo de la Memoria Charrúa
Uruguay -
julio 06, 2023

Tras el árbol genealógico de los charrúa

El Archivo de la Memoria Charrúa es una plataforma multimedia que reúne fotografías familiares aportadas por personas que se autoidentifican como charrúas. Esta antigua nación indígena fue diezmada por el Ejército Uruguayo durante los primeros años de la República, y sus descendientes han permanecido invisibilizados desde entonces. El proyecto del Colectivo Nativo es una de las iniciativas recientes que buscan, desde el campo del trabajo visual, incidir en el debate sobre la situación actual de esta comunidad.

Por Alonso Almenara

Todos hemos oído hablar alguna vez de la “garra charrúa”: esa expresión típica que identifica el estilo aguerrido del fútbol uruguayo. “Ahí se esconde una paradoja”, observa el fotógrafo Federico Estol. “La frase alude a la rebeldía del pueblo charrúa, ese pueblo indígena que no se dejaba conquistar, que no se dejaba matar por el Estado. Mucho de la identidad uruguaya se reconoce en esa fuerza. Pero, al mismo tiempo, el Estado no reconoce a los charrúas como un pueblo originario. De modo que están presentes en la mente de los uruguayos, pero de manera subrepticia: sus atributos se pasaron culturalmente a la cancha de fútbol”. 

Esto es en parte una consecuencia del escaso registro que se tiene de las costumbres del pueblo charrúa antes de la llegada de los europeos. Sabemos que eran recolectores y cazadores nómadas, y que sus rasgos físicos aún están presentes en muchos uruguayos. “Pero, dado que eran nómadas, casi no existen vestigios materiales de su cultura. Esto hace que sea muy fácil negar su existencia, como ocurre de hecho en un sector de la academia”, comenta Estol.

Aunque Uruguay es una de las naciones más progresistas de Latinoamérica en materia de políticas sociales, su aparato estatal ha sido hasta ahora incapaz de reconocer el genocidio del pueblo charrúa ocurrido en 1831 a manos del Ejército Uruguayo. Mucho menos de reparar la situación de invisibilización en la que se encuentran hoy las personas que se autoidentifican como charrúas.

En las últimas décadas, ha habido sin embargo una creciente movilización de organizaciones indígenas que luchan por hacerse respetar. En el campo del trabajo visual también han surgido iniciativas en respuesta a esta problemática. Estol es miembro del Colectivo Nativo, que fundó en 2015 junto a los fotógrafos Lorena Larriestra, Diego Alegre y Nicolás Vidal. Hace dos años, ellos crearon el Archivo de la Memoria Charrúa, una plataforma web que reúne un inventario de cerca de trescientas fotografías familiares aportadas por personas que se autoreconocen como charrúas, así como por instituciones público-privadas. 

Conversamos con Federico Estol y Nicolás Vidal sobre lo que el rescate de estos archivos puede ofrecer al debate actual de la sociedad uruguaya, en el contexto de un resurgimiento identitario impulsado por las propias organizaciones indigenistas, y de una discusión global en marcha sobre los derechos no reconocidos de los pueblos indígenas.

«Nosotros no entramos en debates académicos sobre quiénes son los charrúas: nos centramos en la gente que se siente y se identifica como tal. Hay gente que es blanca, rubia, de ojos celestes, y que tiene una abuela charrúa de parte materna. Queremos que la fotografía sea un vehículo para visibilizar esas memorias familiares.»

¿Cómo surgió esta iniciativa

Federico Estol: El proyecto nació de la necesidad de trabajar algo que no ha sido muy explorado en nuestra cultura: los pueblos originarios y su memoria oral. Existen, desde luego, investigaciones en el campo de la antropología, así como estudios de vestigios arqueológicos como «los cerritos de indios». Pero eso es todo lo que se discute y lo que se enseña en las escuelas: restos materiales del pasado. No se habla de lo que está vivo. Y eso en realidad se explica por la historia misma de Uruguay, un país que nació con el genocidio del pueblo charrúa, ocurrido en el año 1831. 

Fructuoso Rivera, el primer presidente uruguayo, fue el encargado de lo que en esa época era entendido como una “pacificación”. Es parecido a lo que pasó en Argentina, y en realidad en todos los países de América Latina. Pero en Uruguay fue muy rápida y muy efectiva la campaña de exterminio. El punto culminante fue la Matanza del Salsipuedes, una emboscada ocurrida en las costas del Arroyo Salsipuedes Grande. Fructuoso Rivera había ofrecido una tregua a los charrúas que vivían en la zona: les ofreció carnes y licores, y luego los atacó con un batallón que tenía escondido. Así nació el Ejército uruguayo: su primera tarea planificada fue la matanza indígena. 

Como colectivo veníamos trabajando en otros proyectos, pero siempre nos había llamado la atención este tema. Conocíamos además el trabajo de otros fotógrafos del continente en torno a los pueblos originarios vivos. Sabíamos de las comunidades que hay acá, habíamos escuchado hablar de organizaciones como el Consejo de la Nación Charrúa. Y es gente que está viva, que resiste, que conserva sus rituales y sus costumbres. Ellos vienen organizándose desde los años 80, cuando cae la dictadura. No es una comunidad integrada, sino grupos dispersos que cultivan sus propios rituales y salvaguardan su tradición oral. 

Uno de los obstáculos a los que se enfrentan es que a nivel de la academia, la situación está trabada: sigue habiendo disputas sobre si el pueblo charrúa realmente existió, si tuvo características culturales propias, o si fue solo un agregado de distintas tribus indígenas; tampoco se sabe cuántos eran. Y no hay un consenso oficial sobre si lo que ocurrió en Salsipuedes fue o no un genocidio. El resultado es que en Uruguay ha habido históricamente poca conciencia de ese legado indígena. Pero esto empezó a cambiar con el censo de 2011, cuando se incluyó por primera vez la perspectiva de autoidentificación étnica. En 2015, cuando fundamos el colectivo, el 5% de la población se autodenominaba como perteneciente a un pueblo indígena. Ese fue un dato clave. 

¿Este tema había sido explorado antes en la fotografía?

Federico: A nivel de trabajo visual, es casi un territorio virgen: quedaba todo por hacer. Nosotros como fotógrafos tenemos un perfil de trabajar con la comunidad. Siempre es la fotografía vinculada a la gente. Y nos pareció que era muy importante empezar a armar un archivo que reuniera materiales dispersos en distintos archivos familiares. Nuestra primera misión fue que cuando vos escribieras “charrúas en Uruguay” en un motor de búsquedas web, no aparecieran solo viejos grabados hechos por europeos, sino que apareciera la

¿Cuál fue su método de trabajo?

Federico: Primero quisimos representar algunas escenas típicas de la vida charrúa, lo que fue claramente un error: los propios grupos indígenas nos decían que no querían que los folclorizáramos. No era necesario recrearlos, envolverlos de una vida ficticia. A partir de esa reflexión fue que apareció la idea de recolectar la memoria de las fotos familiares que resguarda no sólo la propia gente, sino también museos históricos. Instituciones que, por cierto, no hacen nada con toda esa información. El propio Estado tiene un doble discurso: niega al pueblo charrúa, pero vos consultás al museo y te dan las fotos. 

Nosotros no entramos en debates académicos sobre quiénes son los charrúas: nos centramos en la gente que se siente y se identifica como tal. Hay gente que es blanca, rubia, de ojos celestes, y que tiene una abuela charrúa de parte materna. Queremos que la fotografía sea un vehículo para visibilizar esas memorias familiares.

Nicolás Vidal: Uno de los archivos con los que trabajamos es el del Museo Histórico Nacioanl, que es la casa de Fructuoso Rivera. Es una situación increíble: el propio museo lleva el nombre de Rivera, el presidente que los mató. Y a la entrada hay una estatua de un charrúa. Hay muchas contradicciones de ese tipo en Uruguay: está el Parque Rivera, con el Estadio Charrúa dentro. Algo que nos decían los dirigentes de las organizaciones indígenas es que ellos no son descendientes: ellos son charrúas. Ahí tuvimos que pensar en cambiar también el discurso y cómo lo estábamos transmitiendo. 

Con respecto a lo que decía Fede de los retratos que hicimos al inicio, es cierto que sentíamos que no estábamos llegando al fondo del asunto, pero esa experiencia nos llevó  a notar ciertas facciones comunes: el diente en pala, los ojos sesgados, la complexión física alta. Cuando fuimos a Tacuarembó, nos pasó que llegando al museo donde íbamos a hacer una digitalización, la persona que nos atendía tenía todas las facciones de ser charrúa. Le preguntamos y él no tenía ni idea. Eso pasó muchas veces. Y me pasó a mí también. Uno empieza a preguntarse de dónde viene. En Uruguay tenemos esta lógica de que somos todos hijos de migrantes, que somos hijos de españoles o de italianos. Es lo que nos vendieron toda la vida. Pero, a través de una investigación de la antropóloga Mónica Sanz que rastrea el patrimonio genético charrúa a través de las huellas digitales, descubrí, recurriendo a la cédula de mi madre de hace muchos años, que ella también tiene ascendencia charrúa. 

Ya me decía Fede que tiene los rasgos. Le pregunté a mi vieja sobre mi abuela, dónde había nacido, y no me quería contar. Finalmente me dijo que su mamá era adoptada. Es algo que se repite dentro de la comunidad charrúa. En realidad, después de la matanza de Salsipuedes, el ejército fue vendiendo o regalando a los sobrevivientes, con el objetivo de dispersar a las familias. Algunos fueron llevados a Francia, como Sepé, el último cacique charrúa, que fue enviado a un circo y se terminó muriendo allá.

Federico: A nosotros nos pasaba de ir a distintos pueblos donde terminamos despertando la misma inquietud en la gente: ¿quiénes fueron realmente sus antepasados? Hay mil indicios: la mancha de Mongolia en la espalda, incluso el tipo de sangre ORH negativo que es característico de la población indígena del norte de Uruguay. Persisten además costumbre muy típicas charrúas como el baño de luna, que se hace con los recién nacidos en la primera luna llena, o la doma india de los caballos. La negación de la identidad charrúa vino también de los propios miembros de la comunidad, pues tenían que hacerlo para integrarse a la sociedad. Se cambiaban los apellidos para no ser discriminados, para seguir teniendo trabajo y poder subsistir. 

Nicolás: De hecho nos llegan consultas a través de la web y de nuestra cuenta de Instagram preguntándonos por ciertas cosas, si tenemos contacto con tal familia. Esa pregunta sobre de dónde venimos y quiénes somos está en el aire. La versión de que somos hijos españoles o de italianos hace agua por todos lados. Lo que falta es información. En la escuela se habla muy por arriba del tema charrúa. Hay trabajo importante de investigadores en los últimos años, pero los grandes historiadores que se mueven en los medios parecen ajenos a esta inquietud. Para ellos no pasó nada, no hubo genocidio, fue una pacificación, y presentan a los charrúas como delincuentes, gente que se robaban todo, se robaban las vacas, mataba gente. Por eso es importante pensar en quiénes cuentan las historias y desde dónde las abordan.

¿Ustedes perciben una evolución en el grado de conciencia pública que existe en Uruguay con respecto a la población charrúa?

Federico: Los últimos años han sido muy importantes para la comunidad charrúa. Algo interesante que ocurre desde 2015 es que las organizaciones indígenas, que antes estaban bastante ocultas, se han digitalizado y han incorporado nuevas herramientas para organizarse. Ya tienen incluso asesores parlamentarios y hay un representante indígena en el Ministerio de Relaciones Exteriores. En el campo de la documentación visual, nuestro proyecto no es el único que ha aparecido en torno a este tema. Pienso por ejemplo en la muestra Visibles de Rosana Greciet e Ignacio Seimanas, que consiste en una serie de retratos de miembros de la comunidad charrúa, y el documental Un país sin indios de Nicolás Soto y Leonardo Rodríguez. 

Nosotros optamos por investigar la memoria familiar y la verdad es que hemos encontrado un material muy valioso. Los relatos orales que hemos reunido también son tremendos: cuentan, por ejemplo, cómo estas personas tuvieron que esconderse, cómo tuvieron que cambiar de apellido. Creemos que ahora es posible reconstruir el árbol genealógico del pueblo charrúa. Ese sería el próximo paso de nuestro proyecto. 

El sitio web incluye además investigaciones académicas recomendadas por las propias organizaciones indígenas. Documentos que, en mi opinión, deberían estar en todas las escuelas. Y nos gustaría hacer más con eso: animaciones, videos para integrarlos al archivo. Queremos que esta sea una herramienta de referencia para la educación y para los propios pueblos indígenas.