Entrevistas
Maya Goded
México -
octubre 14, 2022

Las mujeres de mi vida

Maya Goded es una de las fotógrafas más reconocidas de México. Después de más de 30 años de carrera, reconoce que el suyo es un camino personal y político atravesado por dos grandes temas: las mujeres, especialmente la violencia que las rodea; y la sanación, de la mano de brujas, curanderas y sabias. Para ella, cada uno de sus proyectos supone también un viaje de autoconocimiento. 

Por Marcela Vallejo

“Me gustó la mujer que soy”. Eso fue lo que dijo una de las trabajadoras sexuales con quienes la fotógrafa mexicana Maya Goded ha venido trabajando en el barrio La Merced durante las últimas tres décadas. Lo dijo después de ver Plaza de la Soledad, el documental producto de todos esos años de esfuerzo. Antes de verlo, ella —una mujer trans que había participado en las grabaciones con su pareja, otra trabajadora sexual—, estaba aprensiva, casi agresiva. Tenía miedo de verse, le explicó una amiga socióloga a Maya. Pero el resultado final la emocionó: ella no se había visto antes de esa manera, solo había visto a sus compañeras.

Después de mostrar el documental a cada una de las participantes por separado, Maya hizo una exhibición para todas e invitaron a sus familias. El papá de Maya, hijo de españoles, militante del partido comunista y perseguido por su militancia, resultó muy conmovido por todo lo que estaba viendo y decidió dar un discurso. Maya cuenta que fue un poco largo, pero él dijo algo que marca ese trabajo y otros que ha hecho: “hoy conocí a la otra familia de mi hija”. 

Cuando Maya Goded habla de su recorrido como fotógrafa, hay un tema recurrente que es la sensación de haber tenido que cumplir con un mandato social y familiar: continuar las luchas de sus ancestros. Pues desciende de una familia de exiliados españoles, militantes de izquierda y de mujeres que decidieron dejar sus lugares de origen huyendo de diversas formas de violencia. Junto a esa idea, aparece la certeza de que ella está soltando ese mandato que le indica que su lugar en el mundo es junto a los que luchan. Lo cierto es que aun siendo así, Maya encontró su propio espacio político: las mujeres, la violencia que las rodea pero también su sabiduría y su poder. 

 

Aunque había hecho otros trabajos antes, cuando ve hacia atrás, ella encuentra el inicio de su camino como autora cuando hizo Tierra Negra. A principios de los 90 viajó a la Costa Chica, en Guerrero. El interés por el lugar había nacido de las historias que escuchó en casa de su padre y sus abuelos, cuando contaban las aventuras del tío Antolín. 

Aunque era un lugar conocido e intervenido, pocos fotógrafos e investigadores se habían interesado por la población que ahora se reconoce como afromexicana. Cuando Goded mostró sus fotos, la gente de la ciudad pensó que las había hecho en otro país, quizá Cuba. Sin embargo, lo que ella descubrió fue a las mujeres. Ahí inició un camino que marca el resto de su obra: las mujeres, la violencia, la magia, la sanación. 

En Tierra negra, Maya empieza a explorar esos temas con una perspectiva que caracteriza sus trabajos: la cercanía y la intimidad. En la costa, Maya descubrió que esas mujeres vivían de otras maneras su sexualidad, una muy diferente a la de ella. A pesar de ciertas libertades, al mismo tiempo ellas vivían presiones que la fotógrafa nunca había sentido: la inminencia de la violencia sexual, la presión por la virginidad y por ocupar un lugar muy específico una vez iniciaran su vida sexual. De lo contrario, una mujer que no llegara virgen al matrimonio sería expulsada del pueblo y, en muchos casos, su único destino sería la prostitución en lugares vecinos.

 

 

Maya nunca ha mostrado las fotos sobre prostitución que hizo en ese primer proyecto. 

Pero luego, ese fue un tema central, aunque se tardó en entender por qué. El proyecto más grande al respecto fue el fotolibro Plaza de la Soledad, publicado en 2006, y el documental que se estrenó 10 años después. Ese trabajo, en la plaza y en el barrio de La Merced, implicó 20 años de investigación, amistad, confianza, retratos, fotografías de las mujeres que ejercen como trabajadoras sexuales ahí. En ese caso, también encontró un mundo atravesado por la violencia.

Seguir ese interés la llevó por caminos dolorosos y difíciles. Retratar los efectos de esas violencias la llenaron de miedo. El mismo que la llevó, en busca de su propia sanación, a redescubrir la otra ruta de su camino: la magia y la brujería. Sin duda, la fotografía para Maya es ante todo un camino personal. Uno en el que los deseos y las intuiciones son los guías. Y en el que, con tiempo y reflexión, se van construyendo los significados.

¿Cómo empezó tu relación con la fotografía?

Mi relación con lo visual empezó desde chiquita. Tuve problemas de lenguaje, y encontré en la pintura una manera de expresarme. Mi fuerte era ese y no las palabras. También desde pequeña pensé que yo quería hacer algo social, en gran parte porque era lo que hacían mi papá y mis tíos. Ellos siempre estaban metidos en cuestiones políticas, yo me la pasaba oyendo historias de mi tío que estaba unido a los campesinos y andaba en la sierra y luego venían guerrilleros de Centroamérica y se quedaban en mi casa. O sea, como que oía muchas cosas y quería saber más, quería ver eso que todo el mundo hablaba en mi casa. 

Cuando crecí estudié sociología, pero también me metí en el arte y armé un collage entre fotografía y sociología, algo que aún no había en México. Ahí entonces, mi primer impulso fue ir a esta zona donde se había muerto el tío abuelo aventurero: a la sierra de Guerrero. Mi papá hablaba mucho de eso y yo tenía esta idea de que no oía bien, como que no estaba segura de lo que escuchaba, porque además mi mamá me decía que no contara en la escuela lo que escuchaba en casa. Los niños de mi escuela vivían otra realidad. Entonces, siempre dudaba de si era verdad lo que oía. 

Para mí, ir a tomar una foto era crear una evidencia. Ya no creo en las evidencias, pero sí empecé así. Buscaba estar cerca por la necesidad de entender lo que decían y hacían mi papá y mis tíos. Y porque yo adquirí como un compromiso con ellos, que ya me estoy sacudiendo.

«Eso aprendí también de los primeros años de la foto: si vas con una idea muy fija no dejas que la vida te llegue. Si vas a comprobar tus teorías, hay algo que no llega. Lo más lindo es que la vida te sorprenda y la construcción es en ese momento. Y desde donde tú eres, lo vas descubriendo.»

Entonces fuiste a Guerrero en busca de las historias de tu tío. ¿Qué encontraste?

Yo llegué ahí hace 30 años. Era raro que una mujer como yo, rubia, estuviera caminando por ahí, eso nada más las prostitutas. Y aparte, pues sí se robaban mucho a las mujeres, había una violencia muy fuerte hacia la mujer. Yo me quedaba en una casa y dormía con la señora en su cama, ella me cuidaba porque no quería que sus hijos me hicieran daño o que algo pasara. Siempre busqué hablar en los pueblos con el presidente municipal y con todos los hombres, les decía qué hacía ahí para que entendieran.

Por momentos, como que me volvía la fotógrafa del pueblo. Me llamaban, por ejemplo, cuando moría alguien. Ahí aprendí a relacionarme con la gente a través de la foto. Aprendí a jugar con la gente para hacer retratos, era divertidísimo. Tenían las mujeres una sexualidad que yo no, así que jugué muchísimo con eso en muchos retratos.

La violencia siempre estaba presente, para ir de un pueblo a otro nos íbamos en grupos de mujeres, pero todas llevaban un cuchillo. Me sentía muy bien con las mujeres y de repente, empecé a trabajar sobre prostitución. Tengo muchas fotos de prostitución de ahí, que nunca he sacado. A mí me impresionaba mucho que si una mujer no era virgen, esa mujer quedaba automáticamente fuera de la comunidad. Y no les quedaba de otra que irse al pueblo de al lado a prostituirse.  

Cuando mostré mis fotos, al principio todos creían que era Cuba, no México. Así eran de ignorantes, ahora yo creo que ya hay una abertura mucho más grande, pero antes para nada. Cuando veo las fotos, digo wow, no he cambiado. Me encontré con las mismas fotos que toda la vida he perseguido. He cambiado de zona, pero sigue siendo lo mismo. De alguna forma sigo los caminos de mi familia y de lo que ha significado mi vida de chica.

Esto que nos cuentas hace parte de Tierra negra, un proyecto que se convirtió en libro. Al inicio de tu carrera sientes que es ahí donde empezaron los temas que te atraen hasta hoy ¿Cómo llegaste a esa reflexión? 

La fotografía es un camino tan personal. Siempre he escogido los temas, una cosa me lleva a la otra porque así también son mis pensamientos es lo que estoy viviendo en este momento. Entonces es personal y es muy solitario, yo lo cuido como un tesoro. En mi caso el tema llegó y me movió, no fue algo de lo que me sintiera obligada a hablar. De alguna manera, mi forma de trabajar está unida a la intuición.

O sea, no es solo, mi tío se fue a la Costa Chica, quiero ir ahí. No. Inició como un deseo, y luego fui entendiendo los significados. En la foto eso es lo más lindo: cuando de pronto ya llevas unos años, miras para atrás todo el camino y te das cuenta de que todo tiene coherencia y te habla de ti misma. En ese sentido la foto es un privilegio. 

Esta es una reflexión que despertó hace poco. Cuando Claudi Carreras hizo la exposición de africamericanos y me pidió que revisara Tierra Negra. Yo no quería. Pero cuando lo hice, me di cuenta de todo este camino recorrido.

Hace un rato decías que en ese primer proyecto empezaste a trabajar con mujeres y sanación. ¿Por qué te interesaste por esos temas?

Todo fue a su paso, o sea, no fue que yo al principio dije: voy a hacer prostitución luego sanación. Fue muy intuitivamente. Yo no soy racional, mis proyectos salen de cosas que uno no es tan consciente y luego van tomando sentido.

Eso aprendí también de los primeros años de la foto que si vas con una idea muy fija no dejas que la vida te llegue. Si vas a comprobar tus teorías, hay algo que no llega. Lo más lindo es que la vida te sorprenda y la construcción es en ese momento. Y desde donde tú eres, lo vas descubriendo.

Para mí, lo más chingón de la foto es que se te desmorone eso que tú pensabas. Si no pasa por el cuerpo qué sentido tiene. O sea, yo me puedo echar una teoría feminista, cabrona y claro, puedo salir y hacer visualmente que todo compagine y perfecto. Para mí eso no tiene sentido. Debe pasar por mi cuerpo y permitirme una confrontación con la teoría feminista, con lo que yo pensaba, con mi propia forma de ser, con mi propio patriarcado.

¿Por qué tanto interés en la prostitución?

Tardé mucho en darme cuenta y era obvio por qué estaba ahí, o sea, significa muchas cosas de violencia, pero era todo un cuestionamiento también a cosas muy fuertes que han vivido las mujeres de mi familia. El documental que hice en la Plaza de la Soledad sobre prostitución se lo dedico a todas las mamás…

Lo de la prostitución fue respecto a todo este cuestionamiento de la buena mujer y de la mala mujer. Mis dos abuelas son totalmente diferentes, a una la juzgaban porque era súper sexual y en la otra como era trabajadora su sexualidad estaba borrada. Siempre hubo estas cosas. Cuando yo quedé embarazada dije qué horror ahora tengo que jugar el papel de la buena madre que significaba un encierro a la mujer. Y no quise jugar, no me interesaba ese papel le tenía terror.

En tus trabajos sobre mujeres, Tierra negra, Desaparecidas, Plaza de la Soledad. Hay mucha intimidad y también mucha violencia. ¿Cómo logras abordar los dos temas?

La violencia está en todo. Entonces, son relaciones íntimas cariñosas, pero también violentas, eso he aprendido y más cuando son relaciones de tanto tiempo. En La Merced fueron muchísimos años y eso implica una complejidad de las relaciones y la confianza. Me ha revolcado y ha sido interesante, porque uno está metido en la violencia. En una de las escenas del documental estoy con ellas y de repente estamos muertas de risa en la recámara. Son una pareja, una mujer y un travesti, me están compartiendo cómo en su vida íntima hay violencia y yo me estoy muriendo de risa con ellas. Entonces me veo en el espejo y sale en el documental el espejo donde yo estoy con la cámara diciendo yo también soy parte de esto. Yo también estoy aquí, riéndome de esta violencia que me están compartiendo.

De alguna forma hay que pensar hasta dónde quieres ser partícipe. Creo que les pasa a todos los fotógrafos: llega un punto donde debes decidir hasta dónde quieres estar o hasta donde no. Y luego la siguiente es: tomé la foto y la voy a publicar o no la voy a publicar.  

La violencia y la ética las vives a diario. Si te metiste en una zona violenta porque quieres entender la violencia, entonces tienes que asumirlo.  

Tu obra ha transitado por esos dos caminos de la mujeres y la sanación. Creo que eso se ve mucho en dos trabajos que, hasta donde entiendo, están relacionados: Desaparecidas y Tierra de brujas. ¿Cómo se dio esa relación?

Desaparecidas no salió de algo, digamos, personal, pero sí de estas búsquedas que de repente dejas abiertas. Un día, me hablaron de derechos humanos, habían matado a una mujer en una de las calles más concurridas a plena luz del día. Yo iba con derechos humanos y entre las mujeres había un hombre que dijo que era cliente y entonces nos ganó a todos. 

Yo no sabía bien, pero algo estaba pasando ahí. Luego, en las calles me enteré que el cliente buena onda, pues en realidad era el padrote, el chulo. Cuando el cuerpo de la chica ya iba para la fosa común, llegaron unas personas que dijeron que a lo mejor era su hija y, sí, era de la Sierra, le habían cambiado los papeles, el nombre. Quedé muy impactada por esa historia. 

Entonces pedí una beca. Empecé a fotografiar Desaparecidas en el 2004. En Ciudad Juárez me enamoré de mi pareja, o sea, había un festival de Cine y bailamos como tres días. Ahí empecé a enterarme de las desapariciones de mujeres y al investigar descubrí que había muchas cosas que yo ya había visto en otras partes. Un punto que me interesa de la prostitución es la violencia hacia la mujer, uno de los mecanismos más comunes es el cambio de identidad, les quitan los papeles y las dejan solas. Ese es un punto muy importante, y por ahí me conecté con lo de las Desaparecidas. Creo que fue el tema más doloroso porque la prostitución también es dolor, pero estuve desde muchos lados, o sea, desde talleres, con el movimiento feminista. Pero las desapariciones vienen de otro dolor, yo tengo una hija.

«Para mí, lo más chingón de la foto es que se te desmorone eso que tú pensabas. Si no pasa por el cuerpo qué sentido tiene. O sea, yo me puedo echar una teoría feminista, cabrona y claro, puedo salir y hacer visualmente que todo compagine y perfecto. Para mí eso no tiene sentido. Debe pasar por mi cuerpo y permitirme una confrontación.»

¿Qué hizo que fuera tan difícil emocionalmente?

Es un tema que me costó bastante, me hizo mucho daño. De por sí yo vengo de una familia donde no se cree que hay justicia, vengo de una desilusión de la política. Lo de las mujeres que han desaparecido es una burla, es una cosa espantosa. Haciendo ese trabajo empecé a tener una depresión, ya no creía en la foto. Además, entré en una agencia y toda la presión me estaba quitando el gusto por la fotografía. En un tiempo, se me paralizaron las manos.

En esos días me invitaron a dar un taller en el desierto y me hablaron de un pueblo famoso por las brujas. Mira, este México ha cambiado y si te das chances se te mete el miedo en el cuerpo, yo sentí que se metió. Entonces, ahí empezó toda una cosa de sanación y de brujería. Desde ahí empecé a investigar, hice Tierra de brujas, y se ha vuelto como mi lo más importante en mi vida, esa búsqueda de sanar heridas.

Es decir, ¿encontraste en la brujería el camino hacia la sanación?

Sí, llegó un punto en que yo ya no quería ver nada más desde la violencia. No podía con tanta. Cuando murió mi padre, entendí que había un compromiso, yo sentía que tenía que hacer algo social fuerte. Pero de repente ya no quería más oscuridad, y fue así como abrí las paredes y dejé que entrara un poco de luz. Así empecé a buscar curanderas, ahora estoy muy metida en entender que si no cambiamos como individuos, pues cómo vamos a hacer un cambio. 

Con ese cambio me voy a la sierra de Oaxaca y aprendo con varios curanderos un poquito, o sea, era un poco sobre masajes, sobre plantas, sobre distintas cosas. Decidí como dar vuelta todo porque hago fotos pero también voy aprendiendo.

En todo este proceso de sanación, ¿sientes que lograste soltar el miedo?

El miedo es un tema en mi vida muy interesante. Creo que tuve miedo desde chiquita y que lo he buscado. No me ha paralizado, sino más bien es como una cosa de salir y querer verlo. Me gusta ver las cosas de frente, aunque tenga miedo, ver qué es lo que está pasando y entenderlo. Es parte de todos, aunque luego se te mete en el cuerpo de otra forma terrible. Es más fácil decir que lo malo está afuera, pero no, ese es el ser humano. En Ciudad Juárez vi que todos tenemos eso dentro, y me dio miedo lo que podemos llegar a ser. Lo que me gusta de las curanderas es que saben navegar en medio de esto. Creo que es parte de la vida y lo tenemos que ver y entender y ya está.

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