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Musuk Nolte
Perú -
noviembre 11, 2020

Musuk Nolte: agua en el desierto

Cuando la OMS dijo que el Covid-19 tenía rango de pandemia, los gobiernos del mundo tomaron diferentes decisiones: confinamiento, aislamiento, medidas sectorizadas, intermitencias. También fueron diversas —y a veces contradictorias— las recomendaciones del mundo científico. Solamente había algo con lo que los estados, la ciencia y el saber popular coincidían: había que lavarse las manos. Pero: ¿y los que no tienen acceso al agua?, se preguntó el fotógrafo peruano mexicano Musuk Nolte.

Así nació Historia del agua en el desierto, un proyecto multimedia que ilustra la problemática del agua en los barrios populares de Lima y las diferentes soluciones que surgen entre lo que el Estado provee, lo que el mercado decide y lo que vecinos y vecinas planifican. El reportaje fue presentado con fotos de Musuk, textos periodísticos de la periodista argentina Gloria Ziegler y el diseño de Vera Lucía Jimenez. Según el trabajo, más de 700 mil personas viven sin acceso al servicio del agua en Lima Metropolitana y El Callao.

Paisaje. Musuk Nolte.

En todos estos años, Musuk viajó por varios países y trabajó especialmente en el Amazonas y los Andes. Cuando el mundo se paralizó por la pandemia, se hizo algunas preguntas. “Creo que hay una reflexión global, desde el brasilero o el americano que viajan a Singapur o África y en este contexto no se pudo. Suponemos que tenemos que representar al otro y esto ha sido una especie de momento de autocrítica, de mirar dónde estamos parados y qué estamos haciendo”.

Entonces miró a su alrededor y se dio cuenta de que el agua (o, mejor dicho, la falta de) era un buen modo de hablar de problemáticas que verdaderamente atraviesan la sociedad a la que pertenece. El trabajo recibió el apoyo de la Beca de Emergencia Covid 19 de Nat Geo y el Pulitzer Center y cuenta sobre la falta de camiones cisterna, los tanques con candados para evitar robos, la contaminación, los problemas de salud, las bombas de agua caseras y las caminatas con pesados baldes en las manos. En las zonas en las que trabajó, notaba, que “el virus era demasiado abstracto frente al hecho de conseguir agua o comida”.

¿Cómo llegaste a contar la historia del agua?

Cuando sucedió la coyuntura de la pandemia, estaba la incertidumbre de qué hacer en medio de las limitaciones. Uno tiene la idea de que las historias están lejos, afuera, que uno tiene que viajar. Esto fue comenzar a pensar el entorno donde uno vive. Tuve que repensar qué tema se conectaba con lo que había estado haciendo antes, relacionado a los derechos humanos, la identidad, los problemas ambientales. Sobre todo, pensando en que me interesaba abordar la problemática del virus no desde la incidencia coyuntural (hospitales, confinamiento, mascarilla) sino pensando en qué cosas son problemas estructurales que me propongan trazar un desarrollo del proyecto en el que la incidencia del virus fuera el foco de interés pero que fuera un tema que pudiera seguir desarrollándo los siguientes meses.

Partí de lo coyuntural: el gobierno lo principal que proponía era que te laves las manos 20 segundos. Lima es una ciudad colapsada en cuanto a la gente que puede recibir, ha crecido exponencialmente en los últimos 30 años y ha crecido hacia los extremos. Al haber sido creada sobre un desierto, son muchas las comunidades que han venido asentándose en zonas periféricas en donde no hay acceso a agua potable pero tampoco hay acceso al agua naturalmente: una cascada o un río. Entonces empecé a hacerme esa pregunta: ¿cómo hacen estas personas con acceso muy restringido al agua para protegerse del virus?

¿Era una realidad que conocías desde antes?

Conocía las zonas porque trabajé en un periódico durante cuatro años y eso me permitió recorrer la ciudad casi en la totalidad y conocer las problemáticas de Lima. Empecé con una idea más concreta de trabajar en una comunidad, pero a través del desarrollo me di cuenta de que necesitaba abarcar un poco más y de manera más general, entonces me pregunté cómo encontrar dos puntos de extremos opuestos de la ciudad que puedan representar la problemática: Santa Rosa (norte) y Villa María del Triunfo (sur). Eran lugares que había visitado por otros temas, por ejemplo un reporte sobre tuberculosis; otro sobre problemáticas de acceso a la vivienda. Sí fue impactante ver qué tan rápido han crecido en la última década. Particularmente, el último año. Es una ciudad que va creciendo, es un tema crítico, hay mucha más gente de la que se puede abastecer.

A partir de los 50 se empezó a ver una migración más constante pero entre los 80 y 90 vino el grueso, esa gran cantidad de personas principalmente de los Andes, un poco menos de la Amazonía pero también de la zona norte y sur de la costa. Hoy la ciudad de Lima tiene un tercio de la población nacional.

¿Cómo fueron enfrentando la falta de agua?

Es una problemática que venía antes de la pandemia. Por un lado, estaban las medidas que había adoptado el Estado, que era que las familias compren el agua de camiones cisterna. El precio del agua fluctuaba dependiendo de la oferta y demanda. Durante la pandemia, decidieron proveerla gratuitamente pero no tenían suficientes camiones cisterna y había una gran demanda, entonces tenían que contratar camiones.

En los caminos, la mayoría de tierra o arena, se colocan los tanques de agua, muchos de ellos no aptos para almacenar agua para el consumo humano. Los que tienen suerte pueden conseguir una bomba de agua y hacen unas conexiones muy precarias para que llegue a sus casas. La gran mayoría la lleva en baldes. También esto trae un montón de otros problemas: por ejemplo, hay robo de agua y hasta algunos tanques con candado. Hay otros temas de contaminación, entonces a veces dejan que se asiente dos o tres días pero igual trae problemas estomacales. También, a veces, el agua se enturbia y ya no es potable. En Lima casi no llueve pero es una ciudad muy húmeda y hubo algunos proyectos para atrapar la niebla y así poder almacenar esa agua, principalmente para regar los pequeños jardines o lavar ropa. El agua nunca se desperdicia: después de cocinar siempre se utiliza para otra cosa. La creatividad es un medio de sobrevivencia.

Otra gran paradoja es que, en el contexto de confinamiento obligatorio, en la zona esa era “una más” de las problemáticas y de las cosas que tenían que sortear, pero no era de las principales. El virus era demasiado abstracto frente al hecho de conseguir agua, conseguir comida. Son familias muy empobrecidas que viven día a día y que han llegado a habitar estos territorios por necesidad. Aunque también hay un problema serio de tráfico de tierras, corrupción, etc.

Otra situación a destacar son las ollas comunes que se empezaron a formar a las pocas semanas del confinamiento obligatorio, donde se juntaba lo que se tenía de alimento y se cocinaba colectivamente para poder resistir la situación.

¿Por qué las fotos son a blanco y negro?

Siento que hay una proyección de ese diálogo visual con lo que el contenido puede decir. También eran imágenes que iban a tomarse en un tiempo prolongado en distintas locaciones y entonces me interesaba unificar el trabajo para concentrarme en las situaciones. A veces el color es distractivo. Hay algunas imágenes en las que todo era denso, totalmente gris, como a veces es Lima cuando está nublado y no había tanta diferencia entre blanco y negro y color. Esa fue una paradoja de usar ese lenguaje.

Camiones de agua. Musuk Nolte.

¿Cómo eligieron y reportaron las historias?

Trabajé con la periodista Gloria Ziegler, que es argentina y reside en Perú. Ella había hecho un reportaje sobre el agua. Yo le iba pasando los contactos que iba haciendo, un poco por esta situación de exponer al mínimo a quién va pero también a quiénes nos recibían. En la web, el reportaje escrito es el hilo conductor y las fotos encuentran un punto de contacto. Hay una estructura que va más allá de lo singular: queríamos ir en profundidad a tratar de dar información para retratar cómo es que Lima está en esa situación, cómo es que llega el agua, la diferencia de acceso que hay en zonas más cercanas a la capital o más alejadas, la diferencia entre lo que pagan las diferentes familias. Hay una mirada más macro del tema del agua y el tema de la pandemia entra y sale. El eje principal sigue siendo el agua.

¿Qué continuidades encuentras en los diferentes trabajos que has hecho?

En general, creo que hay un interés en acercarme a trabajar con comunidades, grupos humanos que se organizan por distintos motivos. En el trasfondo siempre hay una pregunta en relación a cómo se sacan adelante distintas problemáticas sociales: derechos humanos, equidad o temas de identidad. De hecho, el proyecto en el que trabajé más tiempo es de familias de desaparecidos producto del conflicto interno entre la década de 1980 y 1990 que, justamente, es lo que causó una de las grandes migraciones a la capital. No es que haya una conexión directa pero, indirectamente, todo de alguna manera lo hace.

¿El trabajo está terminado o en proceso?

En una primera etapa, en lo que concierne a Lima y la pandemia, está terminado. Para entender de dónde viene el agua habría que ir a los Andes y encontrar los puntos en donde nace y ver ese recorrido, cómo se encuentra con diversas problemáticas de contaminación por diversos motivos, principalmente por minería. Hacer un trabajo sobre eso podría marcar un contrapunto interesante. A veces uno no es consciente de lo sensible que son las conexiones en la naturaleza y cómo se ignora lo que sucede en la Amazonia o en los Andes, sin tomar conciencia de que todo está conectado y que tarde o temprano los efectos llegarán.

También pensando no en el momento de la pandemia sino cómo se va a reconfigurar la ciudad. Algo que pasó es que a las pocas semanas del estado de emergencia, muchos comenzaron a volver a sus pueblos de origen: la promesa que era la ciudad dejó de serlo. De un día al otro se quedaron sin trabajo y eligieron volver, en donde tenían la casa de su madre o un lugar donde cultivar. Creo que el tema del agua va a ser clave: la ciudad sigue creciendo demográficamente. En algún punto no va a haber recursos para todos y las ciudades se van a reconfigurar.

Musuk Nolte tiene 32 años, nació en México y creció en Lima. Estudió fotografía y realizó una especialización en fotografía contemporánea en el Centro de la Imagen de Lima. Ganó varios premios, como el Eugene Courret y fue becado por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), el Máster Class del World Press Photo en Latinoamérica y de Magnum Foundation, entre otros. También publicó libros: PIRUW (junto con Leslie Searles registraron fiestas, tradiciones y paisajes peruanos), Flor de Toé (junto con Versus photo, un camino hacia una dimensión paralela en la selva), Sombra de Isla (cuenta un lado B de Cuba) y La resistencia del silencio (sobre la retórica política), entre otros. 

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