Entrevistas
Ivana Legler
Argentina -
agosto 16, 2023

Yoga en el encierro

La asociación argentina Moksha lleva la práctica del yoga a la cárcel: una forma de mejorar las condiciones de vida de los internos, pero también de facilitar su reinserción a la sociedad y aminorar las tasas de reincidencia en conductas delictivas. Conversamos con la comunicadora Ana Delacroix sobre el origen del proyecto y el aporte que le da la fotografía.

Por Alonso Almenara

Moksha significa libertad interior, libertad de la mente”, explica la comunicadora argentina Ana Delacroix. Ella es miembro de una asociación que lleva ese nombre (una palabra de origen sánscrito) y que promueve la práctica del yoga en el Complejo Penitenciario San Martín, ubicado en la provincia de Buenos Aires. 

Esta cárcel consta de tres unidades: la 46, la 47 y, al fondo, la 48; esta última es conocida como la de “máxima seguridad”. La vida al interior de los 12 pabellones que la conforman es dura, pero es muy distinta de lo que mucha gente se imagina: los internos juegan al rugby en una cancha de tamaño reglamentario construida hace unos años por la Fundación Espartanos y, desde 2015, tienen la posibilidad de practicar el yoga, de la mano de un profesorado que incluye a profesionales externos, como Ana, y a instructores formados en el propio penal. La experiencia ha sido documentada por varios fotógrafos que colaboran regularmente con la asociación, entre ellos Ivanna Legler, quien aceptó ceder sus fotografías —publicadas originalmente en las redes sociales de Moksha— para este artículo. 

“Poder hacerles fotos durante las prácticas —ha escrito Legler— es observar con detenimiento las expresiones de los rostros, congelar la entrega y la concentración, como también la posibilidad de detenerse en la entrada de algún haz de luz que atraviesa y modifica el espacio”. Para Delacroix, que tiene a su cargo la curaduría del material que aparece en la cuenta de Instagram de Moksha, lo que estas imágenes muestran es “un momento de absoluta libertad en pleno encierro”. Conversamos con la comunicadora a propósito del origen del proyecto y sobre lo que la fotografía ha aportado a esta dinámica. 

¿Cómo surgió esta iniciativa?

Fueron cinco profesores que se unieron en 2015 para empezar esta actividad en el penal de San Martín, donde ya funcionaba la fundación Espartanos, que había llevado el rugby. Dos de esos profesores, Isabel Aldao y Victoria Zimmermann, aún siguen al frente de la organización. Ellos empezaron en un solo pabellón, el 8 de la Unidad 48, y les fue muy bien. Y como los internos de los otros pabellones empezaron a ver lo bien que les hacía el yoga a sus compañeros, empezaron a pedirlo. 

Hoy, después de 8 años, estamos en las tres unidades del Complejo Penitenciario. Hemos tenido 600 alumnos en total, y 45 profesores. Son cifras enormes, sobre todo teniendo en cuenta que en la pandemia no podíamos entrar y prácticamente se caía el proyecto. Pero Isabel Aldao encontró una forma de darle continuidad, trabajando con chicos de la Unidad 47 que nunca habían practicado yoga. En 2022 iniciamos el primer profesorado intramuros del que salieron 15 profesores que ya tienen las herramientas para darle clases a sus compañeros. Y todo esto es posible gracias a la confianza que el Servicio Penitenciario tiene en nosotros.

Como fue tan buena la experiencia, este año se está llevando adelante un segundo profesorado, esta vez mixto, de hombres y mujeres de distintos pabellones de la Unidad 47. No conocemos otros casos en el mundo en que esto ocurra. Pero el proyecto va tomando una dimensión que realmente nos supera.

¿Qué es lo que, en tu opinión, aporta el yoga a estas personas?

Nosotras hemos visto cambios muy tangibles en la mirada, la conducta, el manejo de la ira. El yoga trabaja el cuerpo pero sobre todo trabaja la mente, a partir de la meditación, de la respiración. Son técnicas que a uno le permiten sentirse libre incluso en el encierro. Yo manejo las redes sociales de Moksha y el otro día compartimos un texto escrito por Guille, uno de los internos que se recibió el año pasado como profesor, y que todavía está adentro. Él cuenta que a determinada hora de la noche los “engoman”, que en jerga significa que se quedan encerrados dentro de su celda, sin poder salir siquiera al pabellón. Él tiene hijos, tiene familia afuera, y hace un tiempo empezó a agarrarle como miedo, ansiedad y una cantidad de sentimientos muy propios del encierro diario. Pero en lugar de hacer lo mismo de siempre, de torturarse con esa idea, cerró los ojos y empezó a traer todo lo que el yoga le estaba dando. Él es muy buen alumno y muy buen profesor. Cuenta que prendió una vela, empezó a meditar y que en ese momento empezó a sentir que pisaba pasto, que se abría un cielo sobre él. Entendió que aunque no podía cambiar las circunstancias externas, sí podía cambiar su mente, y eso le permitió llegar al día siguiente.

 Este es un trabajo que también están documentando visualmente. ¿Cómo empezó eso?

Entre las fotos que aparecen en el Instagram de Moksha hay de todo: hay fotos de profesionales como Ivana Legler, pero también las hay de uno que otro profesor yoga que practica la fotografía, así como muchas fotos sacadas con celular por cualquiera de los participantes. No nos interesa tanto la calidad técnica del registro, pero sí que se comunique la crudeza de la actividad que hacemos, que no esté todo está adornado. Cuando hacemos videos, por ejemplo, a veces usamos música, pero nos interesa también que se escuchen los sonidos de la cárcel, los gritos ocasionales, los cierres de candado, lo que pasa de verdad.

En uno de los videos aparece Guille y sus compañeros, algunos de los cuales ya están en libertad. Esos chicos que salen del penal llegan a su barrio y lo más fácil sería robar, volver a delinquir, buscar la guita fácil, pero no quieren y esto también se los del yoga. Ahora Cristian, que es uno de ellos, está dándole clases de yoga a los amigos de su barrio. Es decir, está devolviéndole a su comunidad esta persona nueva que es.

¿Alguna vez sintieron peligro dentro del penal?

Nunca nos pasó nada. Nosotros tenemos un protocolo que se fue nutriendo en todos estos años de experiencia y sabemos con qué tipo de cosas hay que tener cuidado. Por ejemplo, nunca podemos entrar solas o solos. Siempre vamos en dulpas. Porque nosotros nos quedamos encerrados con candado dentro del pabellón. Pero la verdad es que a veces se hace tan fácil todo y las cosas se da con tanto respeto que es fácil olvidar dónde estás. Y olvidar lo que hicieron estas personas. 

Pero esa es otra cosa importante: es mejor no saber. Cuando vos sabés qué hizo esa persona que tenés adelante ya esa humanidad compartida se quiebra y entra el prejuicio. Si yo sé que esa persona mató o violó, en mí se rompe algo y quizás no le pueda dar todo lo que le podría dar. 

Mira, mi primera clase la di en el 2019, y la tuve que dar en el pasillo de las celdas, ni siquiera en el patio abierto en le que se puede ver el cielo. Estaba en lo más profundo del penal, pero no tuve miedo, sabes por qué? Porque nos esperan, nos esperan con un mate o un vaso de agua y nos agradecen que vayamos.

Imagino que esto es algo que te preguntan todo el tiempo: ¿por qué ayudar a gente que ha hecho tanto daño?

Porque el sistema carcelario es terrible, porque está colapsado, porque los reos salen peor de lo que entraron, y porque ya hay un montón de gente haciendo un montón de cosas buenas en los barrios carenciados. La población carcelaria es una de las más invisibilizadas de la sociedad. Mucha gente dice: por qué no les prenden fuego, por qué no se mueren. La mayoría de reos que he conocido quieren ser mejores personas, solo que no les dieron nunca la oportunidad, nunca los miraron a los ojos y les dijeron: vos podés romper con los estigmas de tu familia, de tu abuelo, de tu papá que robó, vos podés romper ese círculo vicioso. Nosotros vamos al penal porque creemos profundamente en esa transformación y porque la vemos a diario. Y por supuesto que vemos casos de personas que salen del penal y vuelven a cometer delitos, pero la reincidencia ha bajado un montón. Esto es gracias a Espartano, a Moksha y al trabajo conjunto de tanta gente.