Visualidades
Sebastián Lopez Brach
Argentina -
septiembre 02, 2020

Qué hacer cuando tu mundo arde

El fotógrafo Sebastián Lopez Brach adoptó dos pumas. No son mascotas ni es una historia excéntrica: los visita y los cuida en una reserva donde le salvaron la vida. Los padres de ambos fueron asesinados y ya no tienen posibilidad de aprender a sobrevivir en libertad. La misión de Sebastián es alimentarlos, darles medicinas y, sobre todas las cosas, mantenerlos en forma. En las visitas inventa juegos, esconde la comida para que la cacen, piensa maneras para que no caigan en la abulia y el estrés. Interactuar con pumas es una forma de diálogo con la naturaleza y de vincularse con su propio lado animal.

Ese contacto cotidiano y amoroso con lo salvaje amplifica las preguntas que Sebastián se hace desde siempre. Nació en Rosario, a orillas del río Paraná, el segundo más largo de Sudamérica después del Amazonas. Es un río marrón que baja desde Brasil, atraviesa Paraguay y Argentina hasta llegar a Buenos Aires. Como muchos rosarinos, Sebastián creció de cara a ese río de vida doble: de una orilla, la ciudad industrial y portuaria, la segunda más grande de Argentina. Del otro, las islas, el monte y los humedales, donde desde niño sabe internarse para explotar su vínculo con la naturaleza.  

En la era pre pandemia el plan era trabajar en varios humedales de Argentina junto a la fotógrafa Sofía Lopez Mañan. Ya habían viajado a los esteros del Iberá, al nordeste de Argentina, para documentar la flora y la fauna del lugar. Tenían una beca de Nat Geo y el plan de recorrer toda la cuenca del Plata.

La pandemia los inmovilizó, pero a Sebastián se le sumó un plus: una mañana despertó y su calle estaba llena de humo. Del otro lado del río, su mundo ardía. En junio los focos de incendios en las islas sumaban tres mil. Muchos de esos incendios fueron intencionales, para extender la frontera agrícola ganadera o especular con la venta del suelo. Al momento de escribir estas líneas, ya se perdieron más de 200 mil hectáreas.  

Naciste en una ciudad que creció frente al río, se ve en tus fotos. ¿Cómo influye ese paisaje particular en tu trabajo?

Soy cuidadoso con mi forma de vida en relación al río, en cosas básicas y banales como el uso del detergente industrial, por ejemplo. Siempre me pregunto qué estilo de vida tenemos, cómo vivimos y qué impacto tiene eso en el ambiente. Quizás por eso me es muy cómodo y me genera intimidad poder trabajar desde mi relación con la naturaleza y el entorno, con el río, con el agua. En los últimos años pude canalizar eso a lo social y trabajo sobre cómo convive el humano con la naturaleza. Trato de entender cómo se relaciona el ser humano con la flora y la fauna y en particular con el Río Paraná: qué comportamiento hay en esas personas y qué modifican. Por ejemplo, es mucha la distancia que hay entre un isleño y un ciudadano y me pregunto cuál es la relación que tiene cada uno con el territorio, aquel que termina siendo parte de nuestra identidad.  

Hace varios meses que trabajás con los incendios en las islas ¿Cómo te enteraste que se estaban quemando?

Me levanté una mañana y parecía un día con una neblina tremenda pero no, era humo. Estoy en comunicación constante con un grupo de familias de la isla, en especial con Oscar, un hombre que conozco desde muy chico y que ahora debe estar llegando a los 65. Es de esas personas que lleva una vida propia de la isla: se despierta, prepara mates, enciende la radio, ve para qué lado corre el viento y a la noche lo mismo: mira la puesta del sol, la salida de la luna. Él fue el primero en escribirme: ‘nos están quemando la isla’. 

Vos venías con este proyecto sobre los humedales y junto con la pandemia llegó el fuego. ¿Cómo cambió eso tu trabajo?

En primer lugar me tocó desde lo personal y tuve que sortear un montón de emociones fuertes que al día de hoy me siguen pasando. Y al principio había como un shock: estaba trabajando sobre los humedales y me pregunté ¿qué hago? ¿cambio y cubro esto? Cuando me liberé de eso empecé a comprometerme con lo que estaba sucediendo, a tratar de informar a la mayor cantidad de gente posible. Así que hice un banco de imágenes y lo empecé a difundir por redes, porque hay muchos medios que hasta el día de hoy no hablan del tema. Inclusive el presidente no nombra los incendios.  

Estás muy acostumbrado a fotografiar la naturaleza ¿Cómo cambia el paisaje con los incendios?

Sin ir más lejos, en mi casa y en el barrio tenemos árboles altos y ya es una normalidad ver bandadas de cientos de garzas escapando de los incendios y anidando en la ciudad. Eso es impresionante. Estoy registrando todo desde el comienzo. Hace seis meses que vengo fotografiando y tuve la oportunidad de sobrevolar dos veces la isla y ver cómo algo tan verde y lleno de vida se convirtió en una pampa negra. La panorámica que te genera ese paisaje destruido y esa llanura negra se vuelve cada vez más amplia. El campo visual se abre, se expande. He llegado a ver un cementerio de serpientes y se escuchan las llamas, las plantas crujiendo. Es un ruido ensordecedor. Se oyen caballos, el ganado, las aves calcinandose o intentando escapar. Ese sonido de animales quemándose es algo que voy a recordar toda la vida. 

¿Y cómo cambia el paisaje humano?

Estoy trabajando con familias de la isla y la importancia que tiene no solo el ecosistema sino el patrimonio cultural, las costumbres, sus tradiciones y esa conexión espiritual que tienen con el territorio y el agua. El fuego ya está llegando a sus casas. El domingo pasado varios ambientalistas de la Multisectorial Humedales avisaron que el incendio llegaba a las casas de las familias en Boca de la Milonga. Ahí hay una comunidad de personas que viven y han nacido ahí. Hicimos una convocatoria de voluntarios: encontramos lanchas, nafta, agua, provisiones y logramos salvar la casa de Don Benito, un hombre viudo de casi 95 años. Las llamas superaban los 5 metros de altura. Estabas a 4 metros y ya sentías la piel tirante, fue bastante arriesgado y en algunos tramos tuvimos que dejar que el fuego avanzara. Era imparable.  

¿Y podés hacer fotos en esas circunstancias?

A veces me pasa que veo a colegas levantando baldes y corriendo a los gritos y pienso ¿hago una foto o cargo el balde? El domingo estaba con la cámara pero también con el pantalón arremangado, con los pies metidos en cenizas y apagando el fuego. Pongo el cuerpo siempre y cuando esté a mi alcance, porque también pienso en mi hija, trato de cuidarme. Y creo que antes que fotógrafo soy un rosarino tratando de parar la destrucción de su propio ecosistema.  

Suena muy duro pensarlo así.

Tengo que ser consciente y caer en la realidad, por más duro que sea el golpe. No sé si volveré a ver en su máximo esplendor a este paisaje tan lleno de vida. Ahora es una pampa negra, es un paisaje muerto. Y el río está super contaminado por las ciudades de donde baja y la bajante es impresionante, está perdiendo mucho caudal. Si soy sincero, no creo que sea reversible, no creo que el río vuelva a su normalidad. Siento que el río se está retirando y eso me pega fuerte. Volvemos a lo mismo: el paisaje nos constituye.