Reflejos y potencialidades: la fotografía de la Amazonía negra
“Encontrar una Amazonía del color de mi piel, diferente de lo que yo imaginaba, me permitió acceder a lugares que nunca pensé que existirían.” En febrero de 2010 Marcela Bonfim llegó a Porto Velho, la capital del estado de Rondônia en Brasil. Ella venía de São Paulo, se había graduado dos años antes como economista y en su búsqueda de trabajo terminó en la Amazonía brasileña. Entender su llegada a esa ciudad le tomó casi un año. Las hidroeléctricas estaban en construcción, algunas en alta producción y la ciudad estaba llena de extranjeros. Ella era una más.
Empezó a conocer la ciudad, a apropiarse de ella y en el camino muchas personas la identificaron como barbadense. En Porto Velho habitan descendientes de migrantes afrodescendientes originarios de Barbados que llegaron a principios del siglo XX a trabajar en la construcción del ferrocarril Madeira-Marmoré. No fueron los únicos, en realidad llegaron personas de más de 20 países. Sin embargo, esa fue la migración más grande.
Marcela se encontró y se vio reflejada en muchas de esas personas y decidió recorrer los ríos y la Amazonía negra. Así, también encontró la relación de esos caminos con los de la madera.
¿Por qué la gente te identificaba como barbadense?
Cuando salía las personas de la ciudad a veces me preguntaban si yo era una Johnson o una Maloney, y yo preguntaba “¿Qué es eso?”. Le pregunté a mi comadre y ella me explicó que eran las familias tradicionales negras de Porto Velho. Ella me contó una parte de la historia y después la ciudad me contó el resto, sobre todo cuando conocí a Bubu Johnson tocando un samba. Al poco tiempo ya estaba en el patio de la familia Johnson tocando con ellos, viviendo una historia que yo no sabía que podía existir.
La Amazonía es pensada como un lugar indígena, esa regionalización simplifica no solo la realidad de los pueblos indígenas sino que oculta lo que sucede en lugares como la Amazonía. Es como cuando las personas hablan de África como si fuese un país, de manera tan simplista de un continente con tantas culturas.
La imagen de Rondónia me trajo esas elucidaciones porque al final de cuentas la fotografía no sucede en el momento del click, sino antes de fotografíar. Cada uno sabe lo que quiere, sabe la imágen que va a hacer, la foto es una imagen que, de alguna manera, ya existe. Creo, de hecho, que les fotógrafes no creamos nada, ya tenemos las imágenes. Yo estoy aquí para crear reflejos y potencialidades.
Tu eras economista y te fuiste a Rondonia a ejercer como tal… ¿En qué momento empezaste a hacer fotografía?
Empecé en el momento en que me encontré con los barbadenses. Entré a la familia para conocerlos en su propio patio y chagra. En ese momento trabajaba en el gobierno, había logrado un puesto y ya sentía esa presión por el color de mi piel en el trabajo, por más que me esforzaba era imposible agradar. Mi abuela me había hablado mucho de eso, ella decía que nunca iba a agradar del todo, que era mejor no racionalizar mucho eso. Así que el patio de los Johnson era para mí un alivio, un respiro.
Decidí comprar una cámara para poder mostrarle las fotografías a mi familia, quería que vieran qué bonito era todo ahí. La cámara se convirtió en un pase de viaje, me llevó a lugares que nunca imaginé dentro de la imagen, es decir, a las historias. Y también a los rasgos, todo eso pasó a ser para mí un aspecto de fuerza, en casa de los Johnson aprendí y conocí a otros negros, a otras personas descendientes de caribeños y de la Guyana inglesa.
Ahí empecé a cuestionar ese imaginario social brasilero, que es colonial, que no gusta de la cultura negra, que no gusta de la multiplicidad. Aprendí mucho, yo pensaba que el negro era solo uno, y no. Son muchas naciones dentro de ese embudo de lo que significa ser negro hoy.
¿Cómo funciona eso de los reflejos? ¿Es algo que está en la cabeza de cada persona?
Los reflejos son una forma de pensar en esos cuerpos negros, hoy en diáspora sabiendo que aún estamos en busca de nuestros propios lugares. Yo encajé muy bien en Rondonia a partir de esos reflejos que me hicieron poner mi imagen en un plano vital. La fotografía para mí puede ser vital o letal, para mí es traer a ella una cuestión política y humanitaria. Porque la cuestión racial ya existe y no fue creada por mí. Ese es el mayor reflejo. Yo soy una figura racializada, la información de quién soy ya está en la cabeza de muchas personas. Esa imagen ya existe, antes de que yo llegue a los lugares y me presente, mi imagen llega antes presentándome y dependo mucho de lo que los demás piensan. Y esto tiene que ver con una cuestión económica muy fuerte, porque el capital se instauró sobre un color.
¿Y cómo funcionan las potencialidades que creas a partir de esos reflejos?
Es exactamente lo que no conocemos, el lado de adentro de la imagen. La imagen tiene vida, tiene historia, ella no es esa plástica que ha perdurado a lo largo de la historia de la que las personas se apasionan y poetizan la pobreza, el racismo, e incluso la violencia.
La potencia de la imagen es exactamente aquello que la imagen aun no trabajó, son los aspectos internos. Crear ese reflejo y recorte racial dentro del plano de la fotografía es esencial hoy para pensar, mínimo, en una humanización significativa de lo negro y lo indígena.