Entrevistas
Mr. Poper
México -
junio 29, 2023

Ser marica en la escuela pública mexicana

La obra visual reciente de Nicolás Marín, alias Mr Poper, explora el universo del aula escolar desde un enfoque queer. Sus dibujos y lienzos ponen en escena la vida cotidiana de infancias que pugnan por expresarse individualmente en un entorno represivo, y vivir su sexualidad al margen de la influencia aplastante de la maquinaria estatal.

Por Alonso Almenara

Travestismo, imaginería religiosa, ecos de la cultura BDSM y apropiaciones nostálgicas de dibujos animados como Sailor Moon: la obra de Nicolás Marín, mejor conocido como Mr. Poper, despliega una variedad de recursos visuales para hablar del universo queer. Pero en los últimos años, la producción del artista mexicano se ha ido volviendo más introspectiva y crítica: las referencias pop y el erotismo explícito de sus primeros lienzos se complementan hoy con imágenes inspiradas en el universo disciplinario del aula escolar. Una vía que le ha permitido explorar temas como la sexualidad disidente en las infancias y la retórica nacionalista que moldea el sector educativo.

Nacido en Puebla, Marin es diseñador editorial, artista gráfico y profesor de pintura en una escuela pública de su ciudad. Reconoce que sus seguidores a veces extrañan la exuberancia de sus primeros trabajos pop: “lo que hago en realidad es muy variado, pero es cierto que se me hace difícil encontrar un público para las imágenes en las que estoy trabajando ahora”, comenta. “Me interesa abordar no solo aspectos afirmativos de la experiencia queer, sino también hablar de aquello que en la comunidad LGBTI es problemático”. Da un ejemplo: la serofobia. Es decir, el rechazo a las personas que viven con VIH. “Es algo que no se discute tanto. Hay una cosa ahí muy conservadora. Es como que todos estamos muy felices y muy contentos, pero si vives con VIH, dime que vives con VIH para ver si yo puedo interactuar contigo”.

En los dibujos y los lienzos que viene produciendo desde hace un lustro en torno al universo escolar, Marín se enfoca en aspectos complejos y ambivalentes de la vida del alumnado: el aprendizaje de los roles de género, la aparición del deseo, la tensión de juegos que a veces se tornan violentos. Estamos lejos de una imagen romantizada de las infancias: Marín utiliza los recursos plásticos propios de la vida escolar (la estética de la marcha, el diseño del uniforme) para deconstruir el discurso educativo oficial, dando lugar a preguntas incómodas.

Ayahuasca Musuk
Ayahuasca Musuk

Ahora entiendo que ser una persona marica, morena, precarizada en muchos aspectos no tiene mucho que ver con el arte. El arte es de gente con un montón de privilegios. Veo lo que hago como un trabajo de resistencia, donde hay que aminorar la tristeza en la que nos ha envuelto el capitalismo para tener ganas de tomar un pincel y hacer una mezcla y crear una imagen que sea como una bomba.”

¿Cómo defines tu propuesta?

Estoy en una búsqueda todavía. Pero lo que me interesa abordar en este momento es el nacionalismo desde un ángulo queer. Pienso que la reflexión sobre lo queer o lo marica ha tendido a concentrarse en la exploración del género, de la sexualidad, en la representación de la diversidad, pero hemos dejado de lado otras variables. Así perdemos de vista, por ejemplo, que incluso como maricas, dentro de la disidencia, no dejamos de tener referentes o gestos conservadores: somos también nacionalistas sin darnos cuenta, porque vivimos insertos en una sociedad en la que existen estas dinámicas.

Para dar un ejemplo un poco burdo, pienso en Drag Race, el programa de Netflix en el que compiten drag queens. Incluso un programa así tiene aspectos nacionalistas muy marcados que dentro de las teorías queer o las discusiones entre maricas, no tomamos en cuenta. Por más evidente o estético que sea, ese nacionalismo de algún modo pasa desapercibido. 

En eso me centro en mis trabajos más recientes. Y por eso es difícil que se expongan en este mes en el que lo marica está tan de moda. En estas obras, a diferencia de mi producción anterior, no hay maricas o lesbianas besándose. Según la percepción de curadores, de otros artistas, de galerías, lo que hago es otra cosa, ya no tiene nada que ver. 

Esa nueva dirección está ligada a la aparición de la figura del escolar en tu trabajo.

Es el resultado de una etapa de transición en la que me cuestioné un montón de cosas. Empecé el proyecto en 2017, con unos dibujos de disecciones de plantas. El tema de abrir cosas, de ver qué hay adentro y cómo funcionan me interesa. Esto fue tomando otro sentido cuando leí un libro de Benedict Anderson que se llama Comunidades imaginadas. Anderson habla de cómo se construye el sentido de pertenencia a una comunidad y, por extensión, de cómo opera el nacionalismo. Es algo que nos convierte en sujetos estáticos: para qué pensar, para qué salir, mejor permanecer dentro de nuestro territorio y cultivar símbolos que nos hagan volver siempre a esa comunidad a la que pertenecemos. 

Pienso en canciones muy típicas mexicanas. Hay una que dice: “México lindo y querido, si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan aquí”. Ese nacionalismo permea la música, la poesía y también, desde luego, la educación escolar. El aula me interesa entonces como un mecanismo disciplinario para los estudiantes, no solo a nivel corporal sino en otros niveles menos perceptibles. Así empecé a hacer una serie de dibujos y de obras que tienen que ver con las escuelas. Primero con imágenes de niños con los rostros borroneados, luego con otros elementos que se repiten: niños marchando rígidamente, juegos con el uniforme escolar que es tan emblemático de cada gobierno. 

¿Por qué aparecen los rostros velados?

Hay unas láminas de la figura humana que se venden en México, del corazón, del oído, del ojo, del sistema nervioso. En algunas de las imágenes de esta serie usé la lámina de la disección de un conejo, que superpongo al rostro de los niños. La razón por la que hago esto es que no quería mostrar rostros tan específicos. El problema es que cuando la gente ve rostros busca un parecido. Lo que me interesaba, más bien, es que en esos rostros sin rostro la gente pudiera verse reflejada y decir: “yo también estuve ahí”. 

Tienes un proyecto que se llama Estética unisex: encarnaciones capilares. Me decías antes de empezar la entrevista que ése se lo has mostrado a tus alumnos. ¿Cuáles fueron sus reacciones? 

Ese proyecto habla de cómo el género lo vamos construyendo de un modo que solo nos permite ver dos opciones: o es hombre o es mujer. Lo que hago en ese trabajo es tomar el elemento del cabello para jugar con esa construcción de lo femenino y lo masculino, y la idea de cómo deben tener el pelo los hombres y las mujeres. Aparecen personas de espalda: lo único que a primera vista nos dice algo sobre su identidad es el cabello. Y juego con eso. Les pregunto a los niños: ¿es un hombre o una mujer? Al ver a una persona con cabello corto y un poco rapado, dicen inmediatamente: “es hombre”. Luego les explico que la modelo es una chica lesbiana que por razones de violencia tiene que raparse. Ahí cambia la perspectiva y empiezan a ver el corte de cabello como una forma de transgresión. Ya no solo como algo decorativo o estético, sino también como algo político.

Hay una pieza que aún no está terminada en esta serie de las escuelas: vemos dos butacas que están unidas y en la parte de atrás está la lámina de la flor, que representa cómo llega la abeja, poliniza la flor y se obtienen frutos. Me interesaba generar una atmósfera homoerótica, pero de un modo sútil porque es la historia de dos niños que van en turnos diferentes, el vespertino y el matutino, y que se escriben recados a través de las paletas de las butacas, sin conocerse. 

“Me interesa el calzado, me interesan los sonidos que se escuchan dentro de las aulas. Cosas que a lo mejor tienen que ver con una sensibilidad marica. O sea, ¿a quién chingados le interesa el sonido que hay en las escuelas? Creo que a ningun hetero le interesarían esas cosas, pero a mí me interesan.”

Mencionabas que en estos trabajos has buscado evitar representaciones muy directas del deseo homosexual. Sin embargo, ese deseo está presente. ¿Cómo lo trabajas en estas piezas? 

Creo que los preadolescentes, o las infancias en general, viven hoy su sexualidad de una manera muy abierta. A pesar de lo mucho que se les reprime, todo el tiempo están teniendo juegos eróticos que para un adulto pueden parecer tal vez morbosos, pero son formas de conocer sus cuerpos. 

En la serie de intervenciones de boletas escolares que hice, hay una imagen en la que aparecen dos chicas: no se sabe si están peleando, si se están besando o qué está pasando. Pero hay una carga erótica en la imagen. El título de la pieza es Un águila devorando la serpiente. Volvemos al tema del nacionalismo: busqué un título que remitiera al escudo de nuestra bandera mexicana, que representa al águila devorando a la serpiente. También ahí se me hace que hay una carga muy erótica y muy romántica. En esta boleta trato de hacer lo mismo.

 

Otra imagen desarrolla esa idea de acciones ambivalentes o preocupantes de los niños: es una secuencia de peleas.

Ahí me inspiro en el texto de Pedro Lemebel: Hablo por mi diferencia. En todas las imágenes que había hecho hasta ese punto los estudiantes no tenían agencia: eran como soldados o máquinas al servicio de quien los educa o los moldea o los guía. Soldaditos marchando preparados para entrar a trabajar a una empresa. En esta pieza quería mostrarlos con agencia y evitar una visión romanizada de las infancias. Hay violencia también dentro de las escuelas. Siempre se está atacando al raro, al afeminado, a la chica masculina. 

Esta serie de peleas para mí les devuelve esa agencia, pero lo que muestro no deja de ser problemático. Recuerdo que hace poco hubo una noticia de un suceso al norte del país, de dos chicas que se pelearon saliendo de la escuela. Con una herradura, una le pegó en la cabeza a la otra y la mató. Hay un montón de casos de violencia de ese tipo donde los chavitos llegan a los hospitales. Tal vez no tenemos el mismo problema de las armas que en Estados Unidos, pero la situación sigue siendo extremadamente preocupante.

¿En qué etapa de tu investigación te encuentras?

Quiero seguir explorando el nacionalismo: hasta dónde me puede llevar esta crítica y como las interseccionalidades de género, raza, clase, pueden ir alimentando este proyecto. Ahora estoy trabajando con el tema de los uniformes: me interesan no solo a nivel visual, sino también las telas en sí mismas, cómo han ido cambiando. Ahí hay un tema de clase social. Hay chavitos a los que les tienen que comprar el uniforme extremadamente grande para que les dure todo el ciclo escolar. Lo mismo con los zapatos. Me interesa el calzado, me interesan los sonidos que se escuchan dentro de las aulas. Cosas que a lo mejor tienen que ver también, finalmente, con una sensibilidad marica. O sea, ¿a quién chingados le interesa el sonido que hay en las escuelas? Creo que a ningun hetero le interesarían esas cosas, pero a mí me interesan.

Intuyo que debe haber una carga autobiográfica, también, en estas imágenes: eres profesor; has sido alumno, por supuesto. ¿Cómo recuerdas esa experiencia?

Mi experiencia como profesor ha sido menos sencilla de lo que esperaba. Llegué siendo el profe más abierto, en plan de “no me pidan permiso para ir al baño”: es más, no me pidan permiso para nada. Pero, al ser un grupo numeroso —son 41 chicos y chicas de primero, segundo y tercero de secundaria—, eso se complica. Me encargo de un taller de pintura: la idea es ser abiertos, tener dinámicas de juego, explorar el arte desde diferentes enfoques. Pero me encontré con que los escolares tienen la disciplina totalmente interiorizada, no se pueden desprender de ella. Necesitan, en alguna medida, recibir órdenes y tener permisos. Ahora ya nos hemos adecuamos bien, ellos han entendido mi manera de trabajar y he entendido también sus procesos de trabajo.

En realidad mi interés por la educación escolar viene de mucho antes. Es un tema que siempre he tenido presente porque la editorial donde trabajé por muchos años se especializa en libros para educación media superior y colegios bachilleres. Así, a medida que diseñaba, iba leyendo y recordando los libros que usaba cuando iba al colegio. 

¿Cómo fue el salto del diseño editorial a la pintura?

Como te decía, al salir de la universidad estuve trabajando mucho tiempo en diseño editorial. Sigo haciendo diseño editorial, es algo que me interesa. Pero en un momento colapsé. Los horarios que teníamos eran demasiado abrumadores. Había momentos en los que, literalmente, mis compañeros y yo dormíamos con el mouse en la mano frente a la pantalla porque no nos dejaban salir. Nos decían: “terminen sus bloques y se pueden ir”.

Llegó un punto en el que, viendo a mis compañeros, me di cuenta y dije: “no quiero terminar así”. No quiero terminar en esta editorial y estando aquí ya no por placer, sino porque tengo que pagar las deudas y porque el sistema me ha absorbido tanto que ya no puedo moverme de aquí. Renuncié y enseguida empecé a tomar talleres de pintura. Así fui encontrando un espacio en esta disciplina que al principio yo romantizaba un montón: pensaba que se trataba de estar inspirado y entonces pintar y ya. Pero no. 

Ahora entiendo que ser una persona marica, morena, precarizada en muchos aspectos, como que no tiene mucho que ver con el arte. El arte es de gente con un montón de privilegios. Ahora veo lo que hago como un trabajo de resistencia, como un trabajo donde hay que aminorar la tristeza en la que nos ha envuelto el capitalismo para tener ganas de tomar un pincel y hacer una mezcla y crear una imagen que sea como una bomba: algo que a alguien más le genere curiosidad. O al menos una pregunta en la cabeza.

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