Sizigia: paisajes del momento exacto en el que la luna y el sol están alineados
Para Uiler Costa-Santos, fotógrafo brasilero, hay dos momentos que marcaron su deseo por ser fotógrafo. Uiler creció en una favela de Salvador da Bahía, en Brasil. Cuando tenía cerca de 15 años, una de sus tías se fue a vivir a Suiza y desde allá envió una postal. Parecía, dice Uiler, una imagen soñada: una casita en medio de la naturaleza, con nieve blanquísima y una montaña. No podía creer que algo así existiera: a su alrededor la realidad era muy diferente. Algo quedó, el deseo profundo de experimentar un paisaje así.
Cuando recibió una cámara, la llevó a su luna de miel y empezó a hacer muchas fotografías, no tenía intenciones de que eso se convirtiera en un trabajo: la cámara era y sigue siendo una herramienta para relacionarse con el mundo, cuestionar y entender sus experiencias sociales. Uiler dice que no se considera un fotógrafo creativo, que todas sus experiencias parten de una observación muy atenta. Que todo lo que él fotografía ya existe.
En 2017 inició el proyecto/investigación Sizígia: la cosmología de la marea baja (Sizígia: a cosmologia da maré baixa). Dos veces al mes sucede un evento astronómico: la luna, la tierra y el sol se alinean. Se le conoce como sizigia. En la costa se vive como el momento de la marea más alta o la más baja. Las sizigias, explica el autor, “son instantes de conexión en que el mar, el suelo y los ríos construyen nuevos relieves y geografías. Se trata de momentos en los que el paisaje se transforma, y sucede una revelación. Durante las sizigias el paisaje se transmuta, permitiéndonos percibir el cotidiano y su constante capacidad de creación. En esas formaciones de mareas muy bajas o muy altas encuentro el principal material visual para mi trabajo. Por eso, Sizigia también es encuentro».
Uiler, además, creó una playlist para acompañar esta entrevista:
¿Cómo iniciaste este proyecto?
El proyecto nació en 2017. El nombre completo es Sizigia: la cosmología de la marea baja y en él estoy estudiando mi relación con mi territorio. Siempre me he interesado por los paisajes, desde el momento en que vi esa postal. En mi recorrido he buscado producir imágenes que despierten lo mismo que sentí en aquél momento.
Para mí es muy importante la capacidad que tiene una imagen de invocar la imaginación, que es una herramienta poderosa. La imaginación es algo que ni las peores políticas, ni las peores situaciones pueden quitarle a una persona, es algo muy interior.
Sizigia parte de mi deseo de crear nuevos paisajes para una existencia posible. Me propuse, entonces, hablar sobre ese sentimiento maravilloso que se despierta cuando estamos en contacto con la naturaleza. El capitalismo nos ha llevado a pensar que somos algo diferente de la naturaleza, que hay una separación. En realidad todo está interconectado, pero vivimos anestesiados, hay cosas que ya no sentimos porque estamos ocupados en sobrevivir.
Creo que estas imágenes tienen la capacidad de revertir esa anestesia y hacer que las personas despierten sus sentidos y su capacidad de imaginar nuevas posibilidades de existencia en este territorio.
En ese sentido, producir imágenes que tensionan las diferencias y similitudes entre espacio y naturaleza por medio de la abstracción del propio territorio vivido me permite construir enigmas visuales que, fotográficamente, abren lo real para una nueva realidad. Aunque no conozcamos completamente la realidad de los espacios que fotografío, creo que las imágenes continúan abriendo posibilidades de imaginación de nuevos lugares.
¿Cómo haces las imágenes?
Todos los fotógrafos tenemos un gran desafío: ya todo ha sido fotografiado y visto. ¿Cómo puedo hablar de algo que sentí sobre algo que vi en un soporte bidimensional? ¿cómo puedo transmitir ese sentimiento a la fotografía? Con Sizigia entendí que a nivel del suelo no iba a funcionar, así que empecé a hacer algunos experimentos. Me di cuenta de que cuando subía a un edificio la escala, el silencio y la perspectiva me permitían ver cosas diferentes. Pero no era suficiente.
En 2015 hice un trabajo con un muy buen presupuesto, e intenté algo que me había llamado mucho la atención antes: la fotografía aérea de paisaje. Así hice el primer vuelo y fue como una revelación: en una altura específica, ni muy baja ni muy alta, si uno está muy concentrado logra ver otras cosas, es como abrir una ventana. Y si se está muy sintonizado, se logra ver otros paisajes. Así esa ventana se convirtió en un enigma. Ahí decidí crear esos enigmas visuales que nos permitan reflexionar sobre nuestra existencia en este espacio-tiempo. Y a mí me permiten hablar de nuestra relación con la naturaleza.
Hago fotos en sobrevuelos sobre la Bahía de Todos los Santos en un momento específico que sucede dos veces al mes, la sizigia, que es un fenómeno astronómico: el momento en que el sol, la tierra y la luna se alinean. Cuando eso sucede tenemos la maré grande, es decir, la marea más baja o la más alta del mes. Elegí hacer las fotos cuando la marea está muy baja, me di cuenta de que así podía ver más cosas del litoral. Es muy intrigante que la sola observación atenta de la naturaleza en un determinado momento pueda llevar a tantas cosas.
Es un proceso lento porque las sizigias ocurren apenas dos veces al mes, pero además los vuelos en helicóptero son muy costosos.
Es muy interesante esa idea de experimentar el paisaje. ¿Qué es para ti el paisaje y cómo lo experimentas?
Me gusta mucho el concepto de paisaje del geógrafo Milton Santos: “todo aquello que vemos, que nuestra visión alcanza, es paisaje. No está formado únicamente por volúmenes, sino también por colores, movimientos, olores, sonidos”. La forma clásica de ilustrar el paisaje, evidenciando el horizonte, no me funciona. Mis fotos son paisajes que cada uno experimenta e interpreta de maneras diferentes. Me interesa generar un encantamiento a través de ellas, no que la gente reconozca el lugar, sino que pueda activar su imaginación.
Para mí con la fotografía sucede algo que quizá no sucedería si yo estuviera directamente en el lugar, porque el mundo está cargado de distracciones. Me interesa encantar a la persona que vea la imágen y empiece a hacerse preguntas. Son dos aspectos, está el del imaginario y el sueño, cuando se está viendo la imagen, y el otro es abrir las posibilidades para una nueva realidad.
Entendí que en un mundo cargado de imágenes era necesario concebir fotografías que devolvieran más preguntas que respuestas. Desarrollar la imaginación observando el propio territorio permite nuevas posibilidades de vivir y de sentir, recobrando la experiencia de estar en contacto por medio de lo sensible. La abstracción mediante enigmas visuales cumple un rol importante, en especial para las poblaciones que viven en contextos de mayor vulnerabilidad social, racial y económica, para quienes el derecho al paisaje es restringido.
No es tan común, a pesar de que estemos en Latinoamérica, que un fotógrafo hable de la necesidad de resolver la vida práctica para después poder crear.
Llevar a cabo este proyecto es bastante difícil, principalmente en un país donde la realidad también es difícil. Desde el lugar del que vengo es muy poco probable que se pueda producir un trabajo como este y vivir de la fotografía. Los desafíos para que un artista pueda vivir con dignidad en Brasil son inmensos. Casi una audacia, como diría mi abuela.
Pero tengo la práctica artística como condición de vida y, para mí, la imaginación ha sido una herramienta muy poderosa. Es justo eso lo que debemos intentar conservar en los niños, esa capacidad ingobernable de imaginar.
Actualmente, el proyecto Sizígia cuenta con seis capítulos visuales en desarrollo. Cada uno de ellos procura prolongar las situaciones experimentadas en el territorio como: la poética de las geografías, los impactos de la vida contemporánea en relación con las formas tradicionales de concebir el espacio y las contribuciones de los conocimientos incorporados para la creación de nuevas políticas de la imaginación.