Visualidades
Wara Vargas
Bolivia -
octubre 05, 2020

Sueños y hallazgos de una fotógrafa boliviana

La fotógrafa boliviana Wara Vargas descubre cosas en todas partes. Como cuando encontró una libretita de cuero que decía “Partido Comunista” entre los escombros del Ministerio de Gobierno, lugar en el que torturaban durante la dictadura. También logra hallazgos en sus sueños: fue allí donde visualizó por primera vez su emblemática serie de fotos de cholitas bajo el agua.

Wara estudió Comunicación Social y se especializó en Fotografía de Prensa en el Instituto de Periodismo Internacional José Martí en Cuba. Trabajó en medios periodísticos de Bolivia, ganó premios y expuso su trabajo en varios países como Brasil, Uruguay, México, Italia, Alemania, Estados Unidos, Colombia y España. También es parte de Ruda, una colectiva de once fotógrafas latinoamericanas.

Hizo una serie sobre la cultura kawaii que, importada de Japón, promueve que cada integrante cree su propio personaje con su propia identidad. Hasta mitad del año pasado, Wara retrataba a parteras tradicionales en Bolivia para Nat Geo. Pero luego comenzó una crisis política grave, que terminó con un intento de golpe y la renuncia de Evo Morales. Por las protestas y los bloqueos comenzó a ser difícil el acceso a la zona y luego llegó la pandemia.

Con el Fondo de Emergencia para Periodistas por COVID -19 de National Geographic, Wara hizo un trabajo sobre trabajadores y trabajadoras invidentes en cuarentena, artistas callejeros y callejeras a quienes acompañó durante el estricto confinamiento. “Estaban más juntos, porque es gente que generalmente está en la calle todo el año”, cuenta. Son casi treinta familias, que viven a unas diez cuadras de Plaza Murillo y con las que ella compartió horas y horas, como si fuera parte de la casa.

Alguna vez has dicho que tu padre te enseñó “el arte de parar el tiempo”, ¿por qué? 

Mi papá es artista plástico y amante de la fotografía, era un loco: siempre llevaba cámaras nuevas, todas analógicas. A mí me prestaba otras más chiquitas, automáticas pero ya me iba enseñando a manejar una Kónica. Yo jugaba a ser su asistente, era como para que haga cositas. Como algunas cámaras no tenían fotómetro, él me hacía unas ilustraciones con soles para que yo empezara a ubicarme, tendría 7 u 8 años. La ONG para la que él trabajaba tenía un laboratorio, yo entraba con él y revelábamos.

Luego de que mis padres se separaran, mi madre y yo vinimos a La Paz. Él me mandaba unos monstruos de cámaras analógicas, todas prestadas, después yo se las devolvía y le mandaba los negativos por flota. Era una relación que teníamos entre los dos: él levantaba mis negativos y me mandaba las fotos. Cuando terminé la escuela le dije que no quería viajar y que prefería una cámara de regalo. Era una Kónica, tenía tres lentes. Con ella colgada, entré a la Universidad.

¿Cuánto de tu trabajo habla de la historia del país? 

Bolivia siempre ha sido retratada por extranjeros que siempre nos han mostrado como pobres: mujeres cholas en la calle, vendiendo. Creo que, de algún modo, la fotografía ha sido muy elitista, la hacían extranjeros o los mismo bolivianos que contaban con equipos modernos. Y la pobreza vende, claro.

Sueña salió muy intuitivamente, no fue algo planeado. Tuve un sueño en el que vi las cholas musas flotando. Pensé: “guau, eso no se ve, apenas vemos a las cholas por la televisión”. Hasta hace un tiempo, ser chola no era tan bueno, tenía amigas que se quitaban su traje de cholita para ir a la universidad porque las discriminaban mucho. Tener una abuela chola era lo peor que se podía tener. Creo que en los últimos años se camufló por la Ley Antidiscriminación. Pero hace un tiempo se conocieron unos vídeos ocultos en el departamento de Santa Cruz, en los que una cholita se sentaba en un restaurante muy vip y, si bien no la botaban, no la atendían. Aunque ahora hay más inclusión, más cholitas en la televisión y cholitas diputadas.

Nunca había cholas en las publicidades de moda, solamente aparecían como amas de casa o gente humilde, arruinada en su vida. Eran esas las historias que nos mostraban. Yo creo que lo visual es muy importante porque está formando el imaginario de estos niños que, tal vez, están en un círculo en el que piensan que si la mamá es agricultora (que no es malo) todas tus aspiraciones no pueden llegar más allá.

¿Cómo fue el proceso del trabajo? 

Empezó hace seis años, lo fui logrando con el tiempo. Porque o no tenía piscina o no tenía el equipo. Pero siempre retomaba la idea. Una vez me mandaron a hacer fotos de la primera agencia de modelos cholitas y dije “guau, por fin”, era una agencia top, las cholas super de lujo. A diferencia de las modelos occidentales, que están todas rectas, acá les decían: “tienen que mostrar sus caderas, tienen que contornear más”. La vuelta de la pollera tiene que ser muy ruda porque la manta tiene que moverse.

Bajo el agua fue complicado, fue un entrenamiento interesante. Fueron tres meses de trabajo al que le pusimos mucho corazón. El bombín (sombrero) vale muy caro, como mil bolivianos [140 dólares]. Se emocionaron tanto de la primera a la segunda vez que fuimos, que quisieron meter el bombín en el agua. Después lo secábamos hasta la próxima vez. Decían “¡yo me voy a meter con mis joyas, yo con mis zapatos!”

¿Y qué sucedió, luego de presentar el trabajo? 

No supe lo que había hecho hasta que subí mis fotos a la página web, no sabía el potencial de Sueña. De la serie hicimos una muestra en el Teleférico de La Paz y tomé dimensión cuando vi a una niña sobre una cholita a la que sus ojitos se llenaron de luz al ver las fotos. Se trata de romper los imaginarios de la chola pobre o trabajadora del hogar. Además, hay quienes piensan que la única forma de encajar en este mundo es vestir Occidental.

El otro día vi dos cholitas de unos quince años, algo que en toda mi vida no había visto. Eran de lujo, las niñas estaban preciosas, era el día del amor. ¡Se sacaban selfie con palito! Me impactó, antes las niñas y adolescentes no vestían de cholita.

Aquí hiciste hablar a las cholitas bajo el agua; en otro trabajo lograste que fueran las paredes las que hablaran, ¿cómo fue? 

El proyecto inició en 2011 cuando en Bolivia, durante el Gobierno de Evo Morales, descubrieron unos sótanos ocultos en la parte baja en donde torturaban a las personas. Invitaron a la prensa porque iba a convertirse en un museo de memoria histórica. Yo trabajaba para un periódico y, aunque había estudiado ese proceso, fue la primera vez que sentí lo fuerte que era. Ese día ingresamos periodistas y las víctimas, que fueron torturadas. Ellos no sabían que era ese espacio porque llegaban hasta ahí encapuchados. Recién al entrar lo reconocieron: mientras caminaban, ellos lloraban. Una señora se tuvo que sentar.

Ese día fue un shock también para mí, todas las paredes tenían inscripciones hechas con rocas. En algunas partes estaba escrito con sangre. En otra parte decía “aquí nos torturaron”. Había sido escrito con fuego, supongo que con un encendedor. Ellos sentían que iban a fallecer y querían dar testimonio. Hice fotos de las personas que entraban, de algunas paredes y salimos. Pero, antes, me salí un poco de la fila e iba pateando el suelo porque había escombros, periódicos de la época. Entre todo eso, apareció una libretita chiquita, que dice “Partido Comunista de Bolivia”. Pude fotografiarla.

¿Y ahí empezó a nacer el proyecto?; ¿Cómo se convirtió en libro? 

Sí, busqué dar voz a esas paredes, empecé a contactarme con las Asociaciones y los fui acompañando, hice varias series para el periódico, con algunas entrevistas, otros trabajos desde la carpa en donde reclaman sus derechos. Poco a poco se fue armando. Este año decidí financiarlo y producirlo como un fanzine, ha salido en la cuarentena. Yo los coso, yo los imprimo. Una de las historias que se cuentan allí es la de Don Julio, un militante de toda la vida. Él murió durante las protestas cuando renunció el Presidente. Como ya habían fallecido algunos otros militantes pensé: “No puede ser, se van a morir todos y no vamos a tener el libro”. El libro nació por esa urgencia, el único objetivo era que lo tuvieran los familiares. En la presentación audiovisual del libro todavía se escucha, en off, un testimonio grabado hace un tiempo. Es la voz de Julio.

Paredes que hablan. Wara Vargas
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