Entrevistas
Edgar Jiménez Mendoza
Colombia -
enero 20, 2023

Yo retraté los cumpleaños del narco más poderoso de Colombia

En El Chino. La vida del fotógrafo personal de Pablo Escobar, Alfonso Buitrago cuenta la historia de Edgar Jiménez Mendoza, quien durante años acompañó la vida estrambótica del capo del Cártel de Medellín y la registró profusamente en imágenes. El libro narra también la experiencia del M-19, deambula por los clubes de ajedrez y hasta se interna en la escena porno colombiana de inicios de los ochenta. Es una narrativa diferente sobre el narcotráfico: una que contempla no sólo la violencia desbocada del conflicto armado, sino también los remansos de normalidad, las vivencias cotidianas de familias anónimas involucradas con el negocio ilegal.

Por Alonso Almenara

Edgar Jiménez Mendoza, alias el Chino, ha logrado algo único en la historia de la fotografía: registrar meticulosamente la vida personal de Pablo Escobar —el narcotraficante más famoso del mundo—, y sobrevivir para contarlo. 

Para el escritor Alfonso Buitrago, el autor de El Chino. La vida del fotógrafo personal de Pablo Escobar (Universo Centro, 2022), el archivo de este fotógrafo de 70 años, natural de Medellín, se parece a un inmenso álbum de “páginas antisociales”. 

Sus imágenes desconciertan, tal vez porque están lejos de plasmar el tipo de salvajismo que asociamos normalmente al narcotráfico. “Son las imágenes de un fotógrafo de eventos sociales, o sea que son fotografías no violentas”, explica Buitrago. “Mucha gente me pregunta si el Chino retrató a las víctimas o las bombas, digamos la peor época de la guerra del narcotráfico contra el Estado colombiano, y no es así. Estamos hablando del fotógrafo de los cumpleaños, las primeras comuniones, los matrimonios, las celebraciones íntimas de amigos”. 

Compuesto de un centenar de imágenes de Jiménez y un perfil escrito por Buitrago, el libro ofrece una suerte de lado B de la historia reciente de Medellín. Una historia donde Pablo Escobar y el narcotráfico juegan un papel central, pero donde también aparece registrada la actuación de la izquierda y la lucha del M-19, guerrilla de la que Jiménez fue militante; o los entresijos de la vida social de la clase media, que discurría a menudo en clubes de ajedrez. 

Muchos de los personajes retratados en las fotos del Chino son anónimos. “Hay un montón de personajes ligados a la delincuencia o que por su relación con el mundo del narcotráfico tuvieron un final trágico: fueron asesinados, cayeron en la guerra contra el Estado, los mató la mafia o fueron secuestrados”, explica Buitrago. De ahí la sensación de unas “páginas antisociales”. Pero lo que vemos con mayor frecuencia son personas comunes y corrientes: los extras que normalmente caminan en tercer plano. Gente que no se vió involucrada en actos violentos, pero que se benefició discretamente del negocio de la droga. Personas que encontraron en esta actividad ilegal una oportunidad irresistible de ascenso social. 

Buitrago cree que ese podría ser uno de los aportes del libro: abrir una discusión sobre la convivencia con el narcotráfico. No sobre la violencia, sino sobre la extraña paz que también es posible tener en una sociedad donde lo narco está en todos lados.  

Ayahuasca Musuk

¿Cómo convenciste al Chino de que te mostrara su archivo para realizar este proyecto? ¿Él sentía que sus imágenes cuentan una historia importante?

Yo conocí al Chino en el 2017 a través de un trabajo con Jon Lee Anderson, el reportero de The New Yorker, que vino a Medellín a escribir un artículo sobre la suerte de resurrección de la figura de Pablo Escobar, muy ligada al éxito de series de Netflix. En esa época Medellín había empezado a vivir una especie de boom de la memoria de Pablo Escobar. John Lee vino a explorar ese tema y en esa reportería conocimos al Chino. 

Inmediatamente me interesé por su vida. Conversando con él me di cuenta de que tenía una historia propia, más allá de haber sido el fotógrafo de Pablo Escobar. Su vida es fascinante porque permite retratar los últimos 40 años de la experiencia de Medellín en la guerra contra las drogas. Desde sus facetas iniciales, no violentas, que es lo que llamo la “confortable condescendencia” o nuestra “relación idílica” con el narcotráfico, entre finales de los 70 y mediados de los 80, hasta su transformación en una confrontación a sangre y fuego que terminó marcando la historia de Colombia en las últimas décadas del siglo XX.

“La vida del Chino y sus fotografías nos muestran la complejidad del conflicto colombiano: registran cómo la droga y el narcotráfico terminan involucrados en todas las reivindicaciones políticas y en el conflicto armado interno. El Chino encarna esa mezcla de luchas y de formas de enfrentarse al Estado.” 

¿Consideras que estas imágenes aportan elementos nuevos para entender la historia del narcotráfico en Medellín? 

Yo creo que sí, grandemente, por dos razones. Primero, no hay que olvidar que el Chino tiene una faceta de militante guerrillero. Fue fotógrafo político desde el periodo en que militaba en el movimiento de la Alianza Nacional Popular, y luego hizo su tránsito a la guerrilla del M-19. Era miembro del Partido Comunista con líderes fundadores de la guerrilla. 

Paralelamente, su vida se atraviesa con la de Pablo Escobar por coincidencias meramente azarosas: ser compañeros de colegio en el bachillerato. Entonces creo que la vida del Chino y sus fotografías nos muestran la complejidad del conflicto colombiano: registran cómo la droga y el narcotráfico terminan involucrados en todas las reivindicaciones políticas y en el conflicto armado interno. El Chino encarna esa mezcla de luchas y de formas de enfrentarse al Estado. 

Por otro lado, su trabajo nos ofrece un retrato de nuestra convivencia con el narcotráfico. Se suele ver la relación con las drogas solamente desde el lado violento, nunca desde el lado de la convivencia, de cómo se beneficia una sociedad de la entrada de unos dineros ilegales que generan una manera de vivir para mucha gente. Es muy difícil hablar de eso. No se acepta, pero sucede. Y yo creo que las fotografías del Chino lo retratan.

¿Cómo fue el proceso de curaduría de las fotografías que aparecen en el libro?

El archivo del Chino es muy grande. No todo es sobre Escobar, sino que abarca tanto a la familia Escobar como a la familia Henao, de Victoria Eugenia Henao, que fue la esposa de Pablo Escobar. Antes de este proyecto yo había hecho un trabajo con un fotógrafo norteamericano que se llama Tom Griggs, que ha vivido varias temporadas aquí en Colombia. Me gusta mucho su fotografía, sobre todo su trabajo con fotografías de su propio álbum familiar, así que le propuse que me ayudara a hacer la curaduría del libro. También participó en esta tarea el director de la editorial Universo Centro. 

El libro tiene cerca de 100 imágenes. La selección incluye episodios de la vida guerrillera del Chino; también hay fotos de muchos de sus amigos, militantes de izquierda que fueron asesinados por grupos paramilitares. Y finalmente hay un archivo de la relación con Pablo Escobar y el cartel de Medellín.

“¿Cómo tiene uno una vida normal, cómo hace para guardar los recuerdos, para tener un álbum de fotos, cuando uno es el hermano, el primo, el sobrino, el cuñado de un delincuente peligroso? Tienes que tener un fotógrafo de mucha confianza para pretender que esa vida es normal. Bueno, ese papel lo cumplía el Chino.”

¿Por qué Pablo Escobar contaba con un fotógrafo que lo seguía a todos lados? ¿Era simple vanidad o es que había otra intención detrás de estas fotografías? El Chino sabía para qué estaba trabajando exactamente?

Escobar era vanidoso, sin duda. Le gustaba tener fotos de su hacienda, de su colección de animales, de sus excentricidades, de su éxito económico. Pero su peculiaridad con respecto a otros grandes capos del narcotráfico es que tenía, además, una gran conciencia pública. Tuvo ambiciones políticas desde muy temprano. Pero esto no hubiera sido posible si es que hubiera existido un periodo en que el narcotráfico era una actividad con apenas una incipiente mancha moral. Había mucha aceptación. Era una relación que no estaba marcada aún por la violencia desatada. Entonces Escobar siempre tuvo una ambición política, y la ambición política requiere un fotógrafo. Y se dio la casualidad de que su amigo del colegio era fotógrafo. 

El Chino era perfecto para ese papel porque Escobar le tenía confianza, era alguien al que podía tener en su casa con sus amigos, al que podía llamar en cualquier momento. Porque imagínate, sus familiares son personas que si alguien las identifica pueden correr peligro. ¿Cómo tiene uno una vida normal, cómo hace para guardar los recuerdos, para tener un álbum de fotos, cuando uno es el hermano, el primo, el sobrino, el cuñado de un delincuente peligroso? Tienes que tener un fotógrafo de mucha confianza para pretender que esa vida es normal. Bueno, ese papel lo cumplía el Chino.

El Chino debe tener una personalidad bien especial para haber podido cumplir ese papel y salir vivo de ahí. 

Me preguntaste hace un rato si el Chino era consciente de lo que estaba haciendo. Él era completamente consciente. Sabía quién era Escobar. Estamos hablando de un fotógrafo particular, con formación política. Un fotógrafo que hacía parte de un movimiento guerrillero sabe qué es la clandestinidad. Sabe qué es guardar un secreto. Sabe cuáles son los riesgos de delatar a alguien. No es un fotógrafo inocente con una camarita que va a ir a cobrar diez fotos. El Chino encajaba muy bien porque entendía el mundo subterráneo, entendía lo que era trabajar con personas que tienen una doble vida. Eso le daba un entendimiento superlativo. 

En realidad El Chino es una persona completamente leal. Fue siempre muy leal a Pablo Escobar, su cariño por él era sincero. Admiraba sobre todo al Escobar político. Creía en la causa y aún cree firmemente que la apuesta por los pobres de Escobar, su discurso social, era genuino, no una pose de conveniencia. Él obviamente se dió cuenta a la larga de que Pablo Escobar era un delincuente y que se tornó violento, pero el Chino siempre ha dicho que salirse de ahí no era fácil con el archivo que él tenía. No le dices a un capo: “oiga, usted se puso muy violento, yo ya no quiero seguir, siga usted su vida y déjeme que yo llevo 10 años fotografiando a su familia, tengo fotos de todos sus hijos, siga usted que me voy para la casa”. 

Las personas a veces son muy ingenuas, sobre todo los extranjeros. Al Chino lo han entrevistado muchos extranjeros y yo le dedico una buena parte del libro a entender el juicio moral de estas personas que le preguntan por qué cuando se dio cuenta de que Escobar estaba matando gente no se retiró. Me causa una ternura máxima. 

Hay un detalle de la vida del Chino que no quiero dejar de comentar. Él también es un pionero de la pornografía en Colombia, ¿cierto?

Hay un capítulo dedicado a esa faceta de su vida, que no es menor. Mi frustración con el libro, te lo confieso, es que Escobar eclipsa esas otras facetas del Chino. En particular ésta de la pornografía. Porque la historia del porno en Colombia es medio fascinante, en realidad. Las primeras revistas de este tipo aparecen en la década de 1980, y el pionero de estas publicaciones fue un hombre muy cercano a Pablo Escobar, que se llama Edgar Escobar. Comparten el apellido, pero no tienen relación familiar. Edgar Escobar escribía cuentos, poesía, era un hombre cercano al ambiente cultural, que se cruzó con Pablo Escobar y terminó siendo su relacionista público. Era, digamos, el intermediario entre los periodistas y Escobar, ayudaba a redactar cartas, comunicados, era el animador de las tarimas cuando Escobar iba a los barrios. Algunos dicen que era una especie de biógrafo, y que por eso lo seguía a todos lados. 

Este señor cumplía ese papel, pero resulta que también tenía una afición por la literatura erótica. A mediados de los 80 hizo una sociedad con un pornógrafo norteamericano y terminaron fundando acá una productora audiovisual pornográfica que se llama Trópico Producciones. Al mismo tiempo, creó una editorial y empezó a editar revistas porno. Creó además las primeras revistas porno homosexuales en Colombia. Era un tipo muy pionero. Y como el Chino era el fotógrafo de Pablo Escobar, rápidamente se vio envuelto en eso. No tenía ningún reparo moral, simplemente aceptó y fue parte de la primera etapa de las revistas pornográficas de Edgar Escobar.

Uno de tus intereses desde hace varios años ha sido promover discusiones y nuevas narrativas sobre la memoria de lo narco. ¿Por qué consideras que esto es importante? ¿Y contra qué tipo de narrativas posicionas tu trabajo? 

Este libro no está desligado de una propuesta que empezamos a trabajar hace varios años con un sociólogo holandés que se llama Gerard Martin. Creamos una plataforma que se llama NarcosLab, porque teníamos una gran frustración de que Medellín fuera un epicentro de la narrativa global en torno a un capo del narcotráfico, pero que hubiera tan poca información sobre el significado de la memoria de lo narco en la ciudad. Y de que la narrativa de la guerra contra las drogas esté centrada en los traficantes o en las víctimas de la violencia del narcotráfico, soslayando siempre la convivencia con el negocio. 

En realidad, no solemos ver representada la vida cotidiana de muchas personas que no necesariamente son víctimas o tienen historias trágicas que contar. Estamos hablando de personas muy normales, gente que se ve metida en un negocio, como si tú empezaras un emprendimiento de una agencia de viajes. A veces te va bien, a veces te va mal. Si eres astuto y entiendes el negocio, terminas con 10 agencias de viaje y con cierta comodidad y cierta riqueza. Y eso está en todas las sociedades que tienen narcotráfico, pero de eso no se habla. Las personas no reconocen esa relación con el negocio porque hay vergüenza, porque es ilegal, porque no quieres que tus hijos sepan que tú les pagas la universidad con plata narco, o que tu esposa sepa que su casa bonita es narco, o que tu herencia para tus nietos es narco.

Pero es así, la realidad es una. Nosotros creemos que eso se tiene que hablar, porque de otra manera no vamos a entender la relación con ese negocio ilegal y cuál es el papel de nuestros países en esa guerra internacional contra las drogas. Mientras no entendamos que el narcotráfico cumple un papel social y si no lo reconocemos y si no hablamos de eso, el círculo de la violencia va a continuar inalterado con sus consecuencias trágicas en costos humanos.

Esto es lo que llamamos “nuevas narrativas”. Queremos promover el reconocimiento de lo que implica tener una sociedad en la que el negocio de las drogas tiene un papel importante. Y desde esa perspectiva, el Chino es muy particular porque no tiene ninguna vergüenza de hablar de su relación con Pablo Escobar. Es muy difícil encontrar a una persona que sea de la generación de Escobar, que haya sido cercana al negocio, que haya sobrevivido y que hable abiertamente sobre lo que fue ese periodo de su vida. 

Ayahuasca Musuk

Me decías que conociste al Chino en 2017, cuando Jon Lee Anderson llegó a Medellín para escribir sobre la resurrección de la imagen de Pablo Escobar y la popularidad de los “narcotours”. ¿Qué significado tiene para ti ese fenómeno de glamorización de lo narco en Colombia?

Creo que para Medellín ha sido una oportunidad desperdiciada. Yo no entiendo cómo la ciudad tiene un protagonismo en la memoria de un narcotraficante como Pablo Escobar, pero no tiene un protagonismo en el discurso del fracaso de la guerra contra las drogas, que es algo que se discute ahora en Washington o en México. Aquí debería tener lugar el Foro Internacional sobre el Fracaso de la Guerra contra las Drogas. Medellín debería convocar a intelectuales del mundo entero para discutir estos temas. Pero al mismo tiempo la ciudad siente vergüenza, sus élites políticas se avergüenzan de ese papel, prefieren ser víctimas y no hablar de frente sobre el significado de ese negocio en nuestra sociedad.

Obviamente, eso no es fácil. Hay una carga de estigma muy grande. La sociedad de Medellín se siente muy ofendida, tal vez porque siente que no se le ha reconocido el dolor. Entre 1984, que es cuando empieza el enfrentamiento de Pablo Escobar con el Estado, y 1993, que es cuando él es dado de baja, las víctimas violentas en la ciudad son más de 40.000. Es una cifra escandalosa. Ese dolor, Medellín siente que se banaliza. Esta estética del mal, del entretenimiento, de la fascinación por los asesinos, no le hace justicia a la historia de la ciudad.