El fotolibro como artefacto para (re)pensar un país
La exposición Imagen impresa indaga en la producción de libros de fotografía en Argentina desde mediados del siglo XX hasta la actualidad. Curada por el investigador Francisco Medail, es un trabajo ambicioso que nos invita a pensar el fotolibro como un dispositivo múltiple, vinculado no solo con la historia del arte, sino con la política, la ciencia y la cultura popular.
Por Alonso Almenara
A Francisco Medail le gusta observar que durante muchos años el fotolibro no fue visto en Argentina como un libro de artista o como un vehículo para una visión autoral. Era un producto popular, consumido por amplios sectores de la sociedad. Un título como Buenos Aires y su gente, editado en 1960, con fotografías de Sameer Makarius, tuvo un tiraje de 63.000 ejemplares —algo que hoy parece impensable. De hecho, otro de los libros de mayor circulación en el país no fue uno que se centraba en la producción de un artista, sino uno que funcionaba llanamente como propaganda: Argentina 78, sobre el Mundial de fútbol.
“El Monumental de River Plate, el estadio más grande de Argentina, está ubicado muy cerca de la ESMA, donde se torturaba gente”, anota el investigador. El evento fue organizado por la dictadura para lavar la imagen del país, ya que empezaba a haber denuncias bastante grandes sobre delitos de lesa humanidad por parte de organismos internacionales. El libro, en tanto, viene con fotos de los partidos y con un prólogo de Rafael Videla. “Además, en las primeras páginas y las últimas, Argentina 78 retrata el país como un paraíso natural, donde vuelan palomas blancas de la paz. Es muy clara la intención”.
Medail coordina la colección de libros teóricos sobre fotografía Pretéritos Imperfectos, editada por la fundación ArtexArte. De esa experiencia surgió la muestra Imagen Impresa: fotografía & libros en Argentina, inaugurada el 26 de agosto en las instalaciones de la fundación. La exhibición está compuesta por más de 130 libros que van desde publicaciones científicas de la década de 1930 hasta fotolibros de artistas contemporáneos.
Se estructura en tres grandes ejes conceptuales: un primer núcleo indaga sobre el uso del libro de fotografía como medio de propaganda política, en contraste con proyectos artísticos que usaron este dispositivo para reflexionar sobre acontecimientos políticos y sociales del país. En segundo lugar, se exploran los modos en que el territorio argentino ha sido representado en los fotolibros, resaltando el desequilibrio entre el centralismo de Buenos Aires y el resto de las provincias, además de los intentos esencialistas por mostrar al país como una totalidad. Por último, la exhibición recupera la relación entre el libro de fotografía y otras disciplinas artísticas, como la literatura, la pintura, la música y la fotografía misma.
“La muestra no trata de armar un ranking de libros, o decir cuáles son los mejores, sino, a partir de ciertos problemas, pensar la función del libro de fotografía”, dice Medail. “Lo que nos interesa es mostrar cómo el fotolibro fue funcional al carácter múltiple del dispositivo fotográfico. En muchos casos, son publicaciones que tienen una funcionalidad muy distinta de lo que hoy entendemos por fotolibro”.
Por otro lado, la exhibición traza interesantes diálogos entre libros históricos y libros contemporáneos. El título más antiguo incluido es Misiones y cataratas del Iguazú, publicado en 1930 por Gaston Bourquin, un fotógrafo especializado en tarjetas postales. Ese título está puesto al lado de uno de la fotógrafa contemporánea Jose Nicolini, llamado Las que vencen, que recoge la experiencia que ella tuvo durante dos años en los que se dedicó a recorrer en moto el litoral argentino entrevistando a mujeres. Para Medail, esta clase de yuxtaposiciones no solo son útiles para pensar el fotolibro de una manera distinta, sino que sugiere nuevas direcciones a los creadores actuales.
¿Cómo nació la idea de esta exposición?
La exhibición surgió de una invitación de la Fundación ArtexArte, en la que coordino una colección de libros teóricos de fotografía que se llama Pretéritos Imperfectos. A mediados de 2021 Marisol Miguel, la productora ejecutiva de la Fundación, me propuso hacer una muestra vinculada a fotolibros. Inicialmente nos planteamos hacer un proyecto sobre el fenómeno del fotolibro en Latinoamérica, pero nos pareció inabarcable. Finalmente decidimos enfocarnos en Argentina. Una razón es que, si bien hay una producción editorial muy amplia en el país durante todo siglo 20, no se había hecho ninguna investigación al respecto. Esas investigaciones sí se han hecho en Chile y en Venezuela, por ejemplo. La muestra finalmente es un cruce: por un lado, es un recorrido no cronológico, problemático, sobre los libros de fotografía hechos en Argentina. Y por otro lado hay una serie de actividades virtuales y presenciales en las que buscamos problematizar el fotolibro a nivel latinoamericano. Hay invitados de afuera, diálogos con Perú, Chile, México, España.
Me gustaría empezar hablando de los temas políticos que toca la muestra. El recorrido tiene tres partes, y la primera parte se llama “Problemas de estado”.
Ese eje ocupa la planta baja de la exhibición. Y lo que propone es un cruce entre libros producidos por el Estado argentino, en su gran mayoría libros de propaganda, tanto oficial o ideológica como turística; y libros de corte más autoral que trabajan proyectos vinculados a hechos políticos, sociales o económicos de la historia del país. Por ejemplo, uno de los libros incluidos es Argentina 78, el famoso libro sobre el Mundial de fútbol. Sabes que el estadio más grande de Argentina, el Monumental de River Plate, está ubicado muy cerca de la ESMA, el principal centro de detención de la dictadura. Entonces el evento había sido organizado un poco para lavar la imagen del país, porque ya empezaba a haber denuncias bastante grandes por parte de organismos internacionales. El libro viene con fotos de los partidos y con un prólogo de Rafael Videla. Y además es una ocasión para retratar a Argentina como un paraíso natural, donde vuelan palomas blancas de la paz, etc. Es muy claro ese libro.
Otro libro interesante es Tucumán: Cuna de la Independencia, sepulcro de la subversión, también editado por la dictadura. En términos de recursos de diseño y demás, es una publicación brillante. Pero es un libro que se dedica a legitimar el exterminio de militantes de izquierda en Tucumán. Es una narración sobre cómo los subversivos sembraron el pánico en la sociedad y los militares ingresaron a la selva y se deshicieron de ellos para poder restablecer el orden. Esa mesa, por ejemplo, dialoga con una que reúne ensayos fotográficos sobre los desaparecidos publicaron a partir de los años 90.
En otra mesa aparecen todos libros editados por los diferentes ministerios o secretarías de Turismo sobre Argentina. Así puedes ver cómo, tanto en la dictadura como en los 90, se mostraba el país como un paraíso natural, con muchas imágenes de lagos y montañas. No ocurrió lo mismo durante gobiernos como el de Perón o el de Néstor Kirchner, que promocionaron a Argentina como una potencia en desarrollo, una economía en proceso de industrialización, etc. Para mí es un piso súper interesante porque muestra que el fotolibro no es algo inocente, sino que tiene un trasfondo, una connotación ideológica o un objetivo preciso.
Mencionaste algunas publicaciones que presentan lo que podríamos llamar “visiones oficiales” de la geografía argentina. Me gustaría que conversemos un poco más sobre eso. Es algo que la muestra desarrolla en el segundo eje del recorrido, que se llama “Representaciones del territorio”.
El segundo eje está divido en tres secciones. La sección dedicada a Buenos Aires es de lejos la más grande: ocupa 25 metros lineales de pared. Buenos Aires está sobrerrepresentada en la historia del fotolibro en Argentina, y es mostrada como una ciudad moderna, como la ciudad más parecida a Europa. A diferencia de lo que ocurre con el resto del país. En la segunda sección examinamos los fotolibros dedicados a otras regiones, y vemos que el énfasis siempre está puesto en los recursos naturales, en la geografía, en el turismo.
Una tercera sección explora los fotolibros que se propusieron representar el país en su totalidad: libros que se llaman Argentina y que en su gran mayoría son coffee table books. Estos libros para mí son problemáticos, porque ¿cómo representás a un país en su totalidad? ¿Cómo un país tan amplio como Argentina puede entrar en un libro? Obviamente, cada una de esas piezas editoriales tiene un discurso latente que presenta una cierta imagen de Argentina según el público al que se orienta el sello editorial. Pero aquí trazamos un diálogo con libros de artistas que han pensado Argentina como una suerte de metonimia, libros que se llaman Argentina pero que en realidad se centran en algo muy específico del país. La palabra “Argentina” se convierte en una figura retórica, lo que me parece que es una buena manera de escapar de ese intento de contarlo todo, porque realmente es imposible.
«Hoy se siguen editando libros de propaganda y libros turísticos, pero el fotolibro como nicho está más anclado en el libro de artista, o en el libro de fotógrafo como autor. Y creo que desde ese lugar tener una visión más amplia del formato permite también tomar recursos y elaborar nuevas posibilidades.»
La tercera parte de la muestra, que se llama “Arte en libros”, examina la relación del libro de fotografía con el resto de las artes. ¿Qué elementos resaltas en ese diálogo?
Ahí hay cuatro mesas bastante grandes. Una está dedicada a la relación de la fotografía con la literatura: por un lado, publicaciones de escritores que incluyen fotos, y por otro lado libros de fotógrafos que hacen retratos de escritores. Otra mesa es sobre el diálogo de la fotografía con la pintura, la música y la danza. Es interesante porque en realidad todo libro de arte está mediado por la fotografía. Ahí puedes ver los primeros grandes libros de historia del arte argentino que tenían unas reproducciones impecables de pinturas a color, y que fueron posibles gracias, por un lado, a muy buenos fotógrafos, y por otro lado a una muy buena calidad de impresión.
Una tercera mesa está dedicada a libros que intentan promocionar la producción de fotografía local. Por ejemplo, hay unos libros llamados Fotografía actual, dos volúmenes publicados en los 90 que cuando salieron tenían la ambición de mostrar lo que iba a ser el futuro de la fotografía argentina. Es un poco gracioso, porque hoy los lees y no sabes quiénes son la mitad de esas personas.
Y la última parte de la muestra, que es tal vez la más arbitraria o heterogénea, es una en la que trato de señalar algunas nuevas prácticas vinculadas al libro y al arte desde la fotografía. Es un pequeño popurrí del fotolibro en la actualidad. Por un lado, vemos fotógrafos que editan sus propias publicaciones y fanzines; por otro lado, hay muchos trabajos dedicados al archivo encontrado, y también libros sobre recuperaciones históricas, publicaciones sobre fotógrafos que hasta ayer eran desconocidos, y que gracias a estas piezas editoriales son recuperados y entran en circulación.
La crisis local tiene, sin embargo, un impacto en la producción de fotolibros, ¿no es así?
Estamos en un contexto muy difícil. Julián Barón dice en relación a España que los momentos de crisis son los momentos en los que aparecen los mejores fotolibros. Me gustaría tener la misma mirada optimista para el caso argentino, pero lo que veo es que se hace cada vez más difícil financiar esta clase de proyectos. Los sellos ya no editan la misma cantidad de fotolibros que hace cinco o seis años. De todos modos me parece que Argentina tiene una producción muy rica en términos de materiales y tiene un caudal de artistas muy interesante. Estamos acostumbrados a tener pocos recursos y a veces lo particular de Argentina es que con muy poco logramos construir muy buenas obras.
¿Es muy diferente lo que ocurre en Argentina de lo que ocurre en otros países de Latinoamérica?
Hay algunos puntos en común, especialmente con Venezuela que tiene una producción muy amplia de libros de fotografía hechos por el Estado y por empresas petroleras. Hay países que tuvieron momentos muy activos, con gobiernos que estaban interesados en producir libros de propaganda. Hoy la situación en Venezuela es muy distinta. Por suerte está Ricardo Báez, uno de los diseñadores de fotolibros más conocidos de la actualidad, que está haciendo un muy buen trabajo desde Venezuela, inclusive trabajando a distancia para otros sellos editoriales.
Luego pienso en Chile que tuvo una producción muy rica en los años 70 y 80, vinculada a la resistencia contra el golpe de Estado. Algo que está muy en sintonía con lo que ocurrió en Argentina. Y en la actualidad creo que hay una actividad editorial bastante similar en México y en Perú, también en Uruguay con el Centro de la Fotografía que ha dinamizado mucho el circuito fotográfico.
Lo que hace falta es mirarnos un poco más entre nosotros. Y lo digo también como editor de una colección de libros teóricos que me encantaría que se lean en otros países, pero es muy difícil en términos de distribución. Aquí tampoco llegan los libros de Venezuela, México
Para terminar: ¿qué aporta a la mirada de los fotógrafos este tipo de reflexión sobre la historia del fotolibro?
Ese es un poco el hilo conductor del próximo libro de la colección Pretérito Imperfecto, que se va a llamar El hechizo roto. Algo que menciono en la introducción es que me parece interesante pensar el rol del libro de fotografía para entender el carácter múltiple del medio fotográfico: para entender cómo la fotografía ocupó diversos espacios, no solo en el campo artístico sino en el científico, el cultural, el político etc. Me interesa pensar la fotografía en un sentido más interdisciplinario. Por eso me alejo de la lógica de un libro como el de Horacio Fernández, que es una compilación de los mejores fotolibros de la región. Lo que hago, más bien, es reflexionar sobre las distintas funcionalidades del libro y analizar cómo todos sus elementos, desde las fotos hasta el diseño y la edición, están subordinados a esa función.
Hoy se siguen editando libros de propaganda y libros turísticos, pero el fotolibro como nicho está más anclado en el libro de artista, o en el libro de fotógrafo como autor. Y creo que desde ese lugar tener una visión más amplia del formato permite también tomar recursos y elaborar nuevas posibilidades.